TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 6 de febrero de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 7 DE FEBRERO, 5º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«…DESDE AHORA SERÁS PESCADOR DE HOMBRES.»

Lc. 5.1-11
            En aquel tiempo, la gente se agolpaba alrededor de Jesús para oír la palabra de Dios, estando él a orillas del lago de Genesaret. Vio dos barcas que estaban junto a la orilla; los pescadores habían desembarcado y estaban lavando las redes. Subió a una de las barcas, la de Simón, y le pidió que la apartara un poco de tierra. Desde la barca, sentado, enseñaba a la gente.
     Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Rema mar adentro, y echad las redes para pescar.»
     Simón contestó: «Maestro, nos hemos pasado la noche bregando y no hemos cogido nada; pero, por tu palabra, echaré las redes.» 
Y, puestos a la obra, hicieron una redada de peces tan grande que reventaba la red. Hicieron señas a los socios de la otra barca, para que vinieran a echarles una mano. Se acercaron ellos y llenaron las dos barcas, que casi se hundían.

     Al ver esto, Simón Pedro se arrojó a los pies de Jesús diciendo: «Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.» Y es que el asombro se había apoderado de él y de los que estaban con él, al ver la redada de peces que habían cogido; y lo mismo les pasaba a Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
     Jesús dijo a Simón: «No temas; desde ahora serás pescador de hombres.» Ellos sacaron las barcas a tierra y, dejándolo todo, lo siguieron.

Otras Lecturas: Isaías 6,1-2ª.3-8; Salmo 137; 1Corintios 15,3-8-11

LECTIO:
            Jesús ha subido a la barca para enseñar desde ella a la gente. Cuando ha terminado su enseñanza se fija en el patrón de la embarcación: un hombre curtido por el sol de Galilea. Jesús vería más allá de los rasgos físicos. Vería un hombre bueno, un hombre de fe. Y le anima a que entre en el lago y eche las redes para pescar.
       La respuesta de Pedro no se hace esperar. Con sus compañeros han estado toda la noche faenando y no han pescado nada. Pero la palabra de Jesús le merece gran respeto, por eso contesta con esas palabras que son, a la vez, una confesión de fe: “por tu palabra echaré las redes”. Esto es la fe, fiarse totalmente de Dios, aún cuando todo parece en contra.
       Adentrados en el mar, el resultado de esta pesca va a superar con creces todas las expectativas. Ahora, Pedro se postra ante Jesús y le pide perdón. Quizás obedeció la palabra de Jesús pero no lo hizo totalmente convencido. Ahora ha desaparecido toda sombra de duda.
       Jesús no solo no reprocha a Pedro su fe dubitativa sino que lo elige para su misión, a él y a Santiago y Juan. Jesús busca a hombres y mujeres capaces de fiarse de Dios y de reconocer la propia debilidad.
       Jesús hoy nos invita a no quedarnos parados en la orilla de nuestra vida. Pedro, Santiago y Juan y tantos otros hombres y mujeres decidieron subirse a la barca de Jesús y remar mar adentro y empeñaron en esta tarea su vida. Pero ninguna tormenta hizo naufragar su barca. Al final, llegaron al puerto definitivo. A esa ciudad donde el sol no se pone nunca y donde la vida ya no acaba nunca. ¿Por qué no vamos a intentarlo nosotros?

MEDITATIO:                     
     Ninguno de nosotros ha tenido la experiencia de ser llamado por Dios, como Pedro, Juan, Santiago… desde la cercanía de su presencia. Nosotros lo seguimos desde la fe “sin ver al Señor ni oír su voz” Pero Dios se ha valido de otras “voces” para llamarnos.
Medita los momentos en los que sentiste la llamada, las personas que te acompañaron…
     La invitación que hace el Señor a Simón de echar las redes es la invitación que hoy nos hace. Es la invitación a que miremos como estamos viviendo la vida de fe.
¿Cómo expreso y manifiesto mi fe y confianza en el Señor? ¿En qué circunstancias experimento la misma sensación de cansancio de Pedro? ¿Qué desgasta y debilita mi fe? ¿Cómo busco vivir lo que el Señor quiere y espera de mí? ¿Cómo digo al Señor,… “porque Tú me lo pides…, lo haré”…?

«Apártate de mí, Señor, que soy un pecador.»

      A pesar de nuestra mediocridad y nuestro pecado, Dios no deja de ofrecerse y comunicarse. No se retira de nosotros. Nuestro pecado no destruye su presencia amorosa. Sólo impide que esa presencia nos vaya liberando y construyendo como personas. Dios es amor y misericordia.
                                                                                                                                                                     
ORATIO:
    Toca nuestra boca con el carbón ardiente que purifica, como hizo aquel serafín con Isaías, y entonces sólo saldrán de ella palabras de vida para nuestros hermanos.

Sé que no me engaño si en Ti creo…
Sé, Señor, que tú me esperas y me amas,
que tú me quieres y perdonas…
Sé que no me pierdo si voy por tu camino,
que no yerro si a tu puerta llamo…

     Sostennos constantemente con tu gracia, del mismo modo que sostuviste a Pablo en medio de tantas dificultades. Si lo haces, podremos estar seguros de nuestra fidelidad y de nuestro valor indomable.

CONTEMPLATIO:
“La gente se agolpaba sobre él para oír la Palabra de Dios…”
¿Cómo es mi deseo, mi hambre y mi sed de escuchar a Jesús?... ¿cómo le busco?...
“Rema mar adentro…”
     Jesús siempre invita a expandir la vida, a arriesgar caminos inexplorados, a remar más allá, más adentro, más profundo, hacia lugares donde no has estado antes en ti y fuera de ti… 
“Hemos estado bregando toda la noche…”
     En la noche, la brega resulta inútil… Él lo da a sus amigos mientras duermen… Todos nuestros afanes, sin Él, no sirven… El más mínimo acto de obediencia a su Palabra, con Él, obra milagros y multiplica los frutos inesperados…
“Por tu Palabra, echaré las redes…”
     Pedro no tenía confianza en poder pescar nada. Tenía experiencia de fracaso, de esfuerzos estériles…pero actúa fiándose de Jesús.
“Llenaron tanto las dos barcas…”
     Donde está Jesús, abunda la vida, abundan los frutos, abunda el sentido…, como abundó en la vida de Pablo y de los que se dejaron amar por Jesús.


El encuentro con Dios me hace entrever continuamente nuevos espacios de amor y no me hace pensar lo más mínimo en haber hecho bastante, porque el amor me impulsa y me hace entrar en la ecología de Dios, donde el sufrimiento del mundo se convierte en mi alforja de peregrino. En esta alforja hay un deseo continuo: «Señor, si quieres, envíame. Aquí estoy, dispuesto a liberar al hermano, a calmar su hambre, a socorrerle. Si quieres, envíame». (E. Olivero)

1 comentario:

  1. Simón y sus compañeros son sorprendidos por Jesús en el quehacer banal de cualquier día de su vida: mientras estaban lavando las redes vacías, tras una noche desafortunada. Ahí, en ese cotidiano transcurrir de una vida, ahí estaba también el Señor. Allí acontece un diálogo entre Jesús y Simón, que es ejemplar. “Rema mar adentro, y echa las redes para pescar”. Y responde Simón: hemos estado toda la noche intentándolo en balde, pero por tu palabra, volveré a echar las redes. Es muy hermoso leer este diálogo paralelamente con el del final del Evangelio de S.Juan, cuando vuelvan a encontrarse Jesús y Pedro –entonces será ya Pedro– en un mismo escenario: el mismo lago, una barca, entre redes vacías y noches estériles (Cfr. Jn 21,1-24).
    En ambos encuentros, lo que determina el asombro de Simón Pedro es la repuesta de Jesús a la vaciedad de los esfuerzos de éste. No hay lugar a “pactos”, no se trata de una “negociación”, sino el impresionante estupor ante algo más grande que Pedro. Porque Simón, buen conocedor de las horas oportunas para su bregar pescador, cuando ve lo sucedido no hace una interpretación simplona o racionalista: tú ves más que yo, has tenido más suerte, hemos sido afortunados por dar finalmente con el banco de peces... No, la reacción de Simón es la de un asombro netamente religioso: “apártate, Señor, que soy un pecador”.
    En su último encuentro en el lago Tiberíades, aún sabiéndose pecador –y quizás con una conciencia de ello que ahora no tiene todavía–, lejos de decir a Jesús que se aparte, será él quien se lanzará al agua para acortar la distancia. Vale la pena leer los dos encuentros. Finalmente, la llamada y la respuesta: serás pescador de hombres... y ellos, dejándolo todo, lo siguieron. Este Evangelio es toda una meditación que hay que leer despacio, como quien intuye –así es en realidad– que uno mismo está en esa barca, que a uno mismo se dirige el Señor, no como a una muchedumbre anónima, sino con mi nombre y situación.
    Porque sólo entenderemos este encuentro entre Simón y Jesús, cuando en él veamos descrito nuestro propio encuentro con el Señor. O dicho de otro modo, cuando en el cotidiano lavar nuestras redes,o entre nuestros pucheros y quehaceres, descubrimos una Voz y vemos una Presencia, que nos llama desde todos nuestros vacíos a una plenitud insospechada para la que habíamos trabajado desde nuestras fuerzas insuficientes, la plenitud que había soñado nuestro corazón y para la que está hecho. Ellos, dejándolo todo, siguieron a Jesús.
    + Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo

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