TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 20 de febrero de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 21 DE FEBRERO, 2º DE CUARESMA (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«MAESTRO, QUE BIEN SE ESTÁ AQUÍ...»
Lc. 9. 28b – 36
     En aquel tiempo, Jesús cogió a Pedro, a Juan y a Santiago y subió a lo alto de la montaña, para orar. Y, mientras oraba, el aspecto de su rostro cambió, sus vestidos brillaban de blancos. De repente, dos hombres conversaban con él: eran Moisés y Elías, que, apareciendo con gloria, hablaban de su muerte, que iba a consumar en Jerusalén. Pedro y sus compañeros se caían de sueño; y, espabilándose, vieron su gloria y a los dos hombres que estaban con él.
     Mientras éstos se alejaban, dijo Pedro a Jesús: «Maestro, qué bien se está aquí. Haremos tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.» No sabía lo que decía.
     Todavía estaba hablando, cuando llegó una nube que los cubrió. Se asustaron al entrar en la nube. Una voz desde la nube decía: «Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.» Cuando sonó la voz, se encontró Jesús solo. Ellos guardaron silencio y, por el momento, no contaron a nadie nada de lo que habían visto. 

Otras Lecturas: Génesis 15,5-12.17-18; Salmo 26; Filipenses 3,17-4,1

LECTIO:
                Una clave fundamental para entender esta escena es lo alto de la montaña y la decisión de Jesús de ir a orar. El monte y la oración de Jesús en el evangelio de Lucas nos hablan del ser mismo de Jesús, Él es un hombre orante. Este clima espiritual nos ayuda a comprender que esta escena es el relato de una experiencia de fe.
        Otra vez se oye en la nube la voz de Dios «Este es mi Hijo, el Elegido, escuchadlo». Con lo que se confirma que es el Hijo de Dios, aunque el camino sea duro. Saben a quien siguen.
      Jesús elige a tres de los suyos. Les enseña con su ejemplo qué importante es la oración para un discípulo. Mientras ellos dormitaban aparecen Moisés y Elías conversando con Jesús. Ellos eran los representantes de la alianza antigua, representaban a la Ley y los profetas. Jesús se inserta así en el plan de salvación que Dios ha trazado desde muy antiguo para los hombres y que Jesús ha venido a dar pleno cumplimiento.
    La escena fundamental de este evangelio será la manifestación de Dios Padre bajo la nube (forma común de presentar a Dios en el Antiguo Testamento). Esto es lo decisivo: Jesús es el Hijo de Dios, su escogido, el último y mayor de los profetas, por eso es necesario escucharle.
      Podemos preguntarnos. ¿Cómo es nuestra escucha de Jesús? Porque podemos escuchar o leer el evangelio pero podría suceder que su mensaje no calara en nuestro corazón. Nos habría pasado como a Pedro, no habríamos entendido bien el mensaje.
       Hemos sido elegidos por Dios para ser testigos de su amor y de su misericordia. Ahora, tenemos que responder. Mirando y escuchando a Jesús sabremos cómo tenemos que hacerlo.

MEDITATIO:                     
«Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
Esta obra de la Alianza: la obra de llevar al hombre a la dignidad de hijo adoptivo de Dios, Cristo la realiza de modo definitivo a través de la cruz. Esta es la verdad que la Iglesia, en el presente periodo de Cuaresma, desea poner de relieve de modo particular: sin la cruz de Cristo no existe esa elevación del hombre. (Juan Pablo II)
Permitidme que me detenga aquí para recordaros esta pregunta: ¿qué significa escuchar a Cristo?… sólo os pido que cada uno de vosotros se plantee constantemente esta pregunta: ¿Qué significa escuchar a Cristo en mi vida? ¿Cómo puedo mostrar que soy hijo de Dios en Jesús? ¿Te has sentido desanimado cuando no salen las cosas bien? (Juan Pablo II)
«Éste es mi Hijo, el escogido, escuchadle.»
La voz del Padre confirma la identidad de su Hijo, y manda escucharlo, y escuchar en la perspectiva bíblica es obedecer, poner en práctica lo que se escucha. Es la escucha y la puesta en práctica de la palabra de Jesús lo que conduce a los discípulos. (Juan Pablo II)
     Interioricemos estas palabras de Papa San Juan Pablo II.
                                                                                                                                                
ORATIO:
     Oh Cristo, icono de la majestuosa gloria del Padre, belleza incandescente por la llama del Espíritu Santo, luz de luz, rostro del amor, dígnate hacernos subir a tu presencia en el monte santo de la oración.
Señor aquí estoy,
 gracias por invitarme a experimentar tu transfiguración.
Gracias porque me permites reconocerte como mi Señor,
mi Salvador, como el Hijo amado de Dios.

     Fascinados por tu fulgor, desearíamos que nos tuvieses siempre a tu lado en el monte de la gloria…

CONTEMPLATIO:
     En la vida de los seguidores de Jesús no faltan momentos de claridad y certeza, de alegría y de luz. Ignoramos lo que sucedió en lo alto de aquella montaña, pero sabemos que en la oración y el silencio es posible vislumbrar, desde la fe, algo de la identidad oculta de Jesús.
   Los cristianos de hoy necesitamos urgentemente "interiorizar" si queremos reavivar nuestra fe. No basta oír el Evangelio de manera distraída, rutinaria y gastada, sin deseo alguno de escuchar. No basta tampoco una escucha inteligente preocupada solo de entender.
Necesitamos escuchar a Jesús vivo en lo más íntimo de nuestro ser.


Sobre la cima del Tabor tú, Cristo, descubres durante algunos momentos el esplendor de tu divinidad y te manifiestas a los testigos escogidos de antemano tal como realmente eres, el Hijo de Dios,… Ese cuerpo que se transfigura ante los ojos atónitos de los apóstoles es tu cuerpo, oh Cristo, hermano nuestro, pero es también nuestro cuerpo llamado a la gloria, porque somos “partícipes de la naturaleza divina”. (Pablo VI).

1 comentario:

  1. No sólo es la voz del tentador la que se nos precipita. Hay también otras voces que Dios mismo nos susurra a la hora de la brisa. Es la escena entrañable del Evangelio de este domingo.
    En un atardecer cualquiera, Jesús llevará a Pedro, Juan y Santiago a orar al monte Tabor. Acaso fuera la oración de la tarde, como era costumbre entre los judíos. Y entonces ocurre lo inesperado. La triple actitud ante lo sucedido, es tremendamente humana, y en la que fácilmente nos podemos reconocer: el cansancio, el delirio, y el temor. También nosotros, como aquellos tres discípulos, experimentamos un sopor cansino ante la desproporción entre la grandeza de Dios y nuestro permane¬cer como ajenos [“se caían de sueño”]. Incluso, ebrios de nuestra des¬proporción, llegamos a delirar, y decimos cosas que tienen poco que ver con la verdad de Dios y nuestra propia verdad [“no sabían lo que decían”]. Y cuando a pesar de todo vemos que su presencia nos envuelve y abraza, dándonos lo que no esperamos ni merecemos, entonces sentimos confusión, miedo [“se asustaron al entrar en la nube”].
    El Tabor, donde los tres discípulos se asomarían a la gloria del Mesías, es contrapunto de Getsemaní en donde los mismos se abrumarán ante al dolor agónico del Redentor. Como ámbito exterior: la nube y la voz de Dios. Como mensaje, escuchar al Hijo amado. Como testigos, Elías y Moisés, preparación de la plena teofanía de Dios en la humanidad de Jesucristo.
    Escuchar la palabra del Hijo amado, postrero porta-voz de los hablares del Padre, fue también el mensaje en el Bautismo de Jesús: escuchadle. Un imperativo salvador que brilla con luz propia en la actitud de María: hágase en mí su Palabra; que guardará en su co-razón aunque no entienda; e invitará a los sirvientes de Caná a hacer lo que Je¬sús diga; y por ello Él la llamará bienaventurada: por escuchar la Palabra de Dios cada día y vivirla; incluso al pie de la cruz donde la muerte pendía, María siguió fiel presintiendo los latidos resucitados de la vida.
    El delirio de Pedro, deudor de su temor y de su cansancio, propondrá hacer del Ta¬bor un oasis, donde descansar sus sueños, entrar en corduras, y sacudirse sus miedos. Pero Jesús invitará a bajar al valle de lo cotidiano, donde en el cada día se nos reconcilia con lo extraordinario con implacable realismo. La fidelidad de Dios se¬guirá rodeándonos, con nubes o con soles, dirigiéndonos su Palabra que seguirá resonando en la Iglesia, en el corazón y en la vida.
    + Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo

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