LA RECOMPENSA DE LAS BUENAS OBRAS
¡Hombre!, imita a la tierra; produce fruto
igual que ella, no sea que parezcas peor que ella que es un ser inanimado. La
tierra produce unos frutos de los que ella no ha de gozar, sino que están
destinados a tu provecho. En cambio, los frutos de beneficencia que tú produces
los recolectas en provecho propio, ya que la recompensa de las buenas obras revierte en
beneficio de los que las hacen.
Cuando das al necesitado, lo que le das se convierte en algo tuyo y se te
devuelve acrecentado. Del mismo modo
que el grano de trigo, al caer en tierra, cede en provecho del que lo ha
sembrado, así también el pan que tú das al pobre te proporcionará en el futuro
una ganancia no pequeña. Procura, pues, que el fin de tus trabajos sea
el comienzo de la siembra celestial:
Sembrad justicia, y cosecharéis
misericordia, dice la Escritura.
Tus riquezas tendrás que dejarlas aquí, lo
quieras o no; por el contrario, la gloria que hayas adquirido con tus buenas
obras la llevarás hasta el Señor, cuando, rodeado de los elegidos, ante el juez
universal, todos proclamarán tu generosidad, tu largueza y tus beneficios,
atribuyéndote todos los apelativos indicadores de tu humanidad y benignidad.
¿Es que no ves cómo muchos dilapidan su dinero en los teatros, en los juegos
atléticos, en las pantomimas, en las luchas entre hombres y fieras, cuyo solo
espectáculo repugna, y todo por una gloria momentánea, por el estrépito y
aplauso del pueblo?...
…Deberías estar agradecido, contento y
feliz por el honor que se te ha concedido, al no ser tú quien ha de importunar a la puerta de los demás, sino los demás quienes acuden a la tuya. Y en
cambio te retraes y te haces casi inaccesible, rehúyes el encuentro con los
demás, para no verte obligado a soltar ni una pequeña dádiva. Sólo sabes decir:
«No tengo nada que dar, soy pobre». En verdad eres pobre y privado de todo
bien: pobre en amor, pobre en humanidad, pobre en confianza en Dios, pobre en
esperanza eterna.
San Basilio Magno
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