VIRTUDES EUCARÍSTICAS
DE JESÚS: EL SILENCIO
Jesús,
Verbo divino, palabra de Dios, Dios Hijo, está constantemente callado en la
sagrada hostia: El
silencio de Jesús en el tabernáculo tiene misterios elevadísimos. Parece que su
Divina Majestad haya querido que la mortificación sea completa en su vida eucarística,
y que la más eminente, si puede así decirse, y la más característica de sus actividades
sea y se mantenga inactiva en el Sagrario.
El silencio de Jesús sacramentado es
por nosotros, para nosotros y para nuestro ejemplo y enseñanza,
guardado. Calla en el altar,
pero obra, sin aparato ni ruido de palabras. Dice desde allí al
alma por medios y resortes misteriosos todo lo que conduce a su edificación y a
la utilidad de su espíritu.
Estas como muchas otras de sus fuerzas
vivas, permanecen muertas sólo aparentemente en la forma consagrada, como para
concentrarse y ejercitarse de otro modo místico en el orden de la gracia,
preparando y madurando con su influencia frutos de vida eterna en las almas
fieles. [...]
Dichoso
el que oye su voz y no con el temor de que hablaba el profeta, sino con la
caridad que aleja el temor según san Pablo. [...] El
silencio de Jesús, excepto con los que le reciben dignamente,
nos enseña que el
cristiano debe poner un sello a sus labios y una cerradura a su boca,
como dice un proverbio.
Nada
de palabras vanas y mucho menos de detracción, de injuria, de ira, de venganza,
o que disminuyan la caridad, ni aun de muchas palabras indiferentes, recordando
aquella sentencia del Sabio, que donde abundan las palabras se infiere gran pobreza
de sentimiento y de actividad del espíritu. Nada de conversaciones inútiles en
quien recibe con frecuencia al Señor, que por tan amoroso medio nos invita a
seguir su ejemplo de silencio. Cuando
era en su pasión y en la cruz objeto de burla y escarnios, Jesús callaba, dice
el Evangelio.
Los que acercándose a la mesa celestial no
practican aquella virtud que Jesús les enseña como maestro, han de pedírsela
allí a lo menos repitiéndole con humilde oración: «Pon
Señor, guarda a mí boca, y la puerta de la oportunidad a mis labios, para que
no decline en palabras de malicia para buscar excusas a mis pecados.»
(L. S.
Tomo, I, 1870, págs.321 - 322)
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