Bienaventuranzas I
El espíritu
de las Bienaventuranzas
Es doctrina común considerar que las
bienaventuranzas recogen y expresan toda la novedad del espíritu que
Cristo ha revelado, del espíritu de la “nueva criatura” que ha de ser el
cristiano, “hijo de Dios en Cristo Jesús”. Podemos decir, por tanto, que las
bienaventuranzas son la manifestación
más plena de la verdadera vida cristiana, la consumación de la acción de la
Gracia en nosotros. Cristo las llamó caminos hacia la felicidad, porque son
la fuente de la alegría espiritual; porque son signos de elección y dan a los
que las poseen una confiada esperanza en la felicidad, es decir, en el reino de
Dios.
“Las bienaventuranzas dibujan el rostro de Jesucristo y describen su
caridad; expresan la vocación de los fieles asociados a la gloria de su Pasión
y de su Resurrección; iluminan las acciones y las actitudes características de
la vida cristiana; son promesas paradójicas que sostienen la esperanza en las
tribulaciones; anuncian a los discípulos las bendiciones y las recompensas ya
incoadas; quedan inauguradas en la vida de la Virgen María y de todos los
santos” (Catecismo,
n. 1717).
La Gracia –“una cierta participación en la naturaleza divina”-, añade en el
hombre la condición de hijos de Dios en Cristo Jesús a la condición de
criatura, y da origen a un nuevo modo de vivir que convierte lo humano en
cristiano, en divino, sin dejar de ser plenamente humano; es más, siendo a la
vez plenamente humano. Y precisamente porque el cristiano es “hijo de Dios en
Cristo Jesús”, recibe con la Gracia una llamada a ser santo. O sea, a “vivir en
Cristo, con Cristo, de Cristo”. El sermón de la Montaña comienza con la
afirmación neta que Cristo hace a todos los oyentes: “Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto”.
Este modo de vivir cristiano manifiesta su "novedad" frente al
vivir creatural del hombre religioso que quiere dar gloria a Dios. La “novedad”
es vivir los Mandamientos con el nuevo espíritu que Cristo nos ha manifestado
en el "mandamiento nuevo", con el espíritu de las bienaventuranzas.
"El Decálogo, el Sermón de la Montaña (comienza con las bienaventuranzas) y la catequesis apostólica nos describen los caminos que conducen al Reino
de los cielos. Por ellos avanzamos paso a paso mediante los actos de cada día,
sostenidos por la gracia del Espíritu Santo. Fecundados por la Palabra de Dios,
damos lentamente frutos en la Iglesia para la gloria de Dios" (Catecismo, n. 1724).
La “novedad” que hemos señalado no supone, en realidad, ningún contraste
entre mandamiento y bienaventuranza, sino más bien “plenitud”: los Mandamientos
tienen su plena realización en las bienaventuranzas.
No resulta difícil descubrir que los modos de vivir anunciados y bendecidos
con la promesa de las bienaventuranzas, no pueden ser nunca el fruto ni del
esfuerzo de la voluntad del hombre, ni de la clarividencia de su inteligencia.
El hombre es incapaz de vislumbrar la felicidad en un comportamiento que se
presenta en ocasiones con facetas que, si bien no contradicen sus tendencias
naturales, sí le abren unos horizontes nuevos del todo inesperados, que, a
veces, hacen difícil descubrir la felicidad escondida en esas exigencias.
¿Quién podría haber llegado a pensar en la felicidad de los “mansos”, de los
“misericordiosos”, de los “pacíficos”, de los que “sufren”?
Podemos decir
que el hombre no incorporado a Cristo,
el hombre no transformado por la Gracia, jamás podrá entender las actitudes que
Cristo nos enseña en las bienaventuranzas.
Así las recoge san Mateo (5, 3-12):
Bienaventurados los pobres de espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos. Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados. Bienaventurados los mansos, porque ellos
poseerán la tierra. Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados. Bienaventurados los misericordiosos, porque
ellos alcanzarán misericordia. Bienaventurados los limpios de corazón, porque
ellos verán a Dios. Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos
de Dios. Bienaventurados los que padecen persecución por la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
San Mateo concluye la enumeración con unas palabras que se pueden aplicar a
todas las bienaventuranzas:
"Bienaventurados
seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal
contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa
será grande en los cielos: de la misma manera persiguieron a los profetas que
os precedieron".
Cuestionario
■ ¿Soy
consciente de ser “hijo de Dios en Cristo Jesús”?
■ ¿Pido al Señor la Gracia,
para vivir el espíritu de las bienaventuranzas, siguiendo su ejemplo?
■ ¿Considero con frecuencia
en mi meditación ante el Sagrario, el contenido de alguna bienaventuranza?
No hay comentarios:
Publicar un comentario