Días y obras de penitencia
La Cuaresma es el tiempo que precede y
dispone a la celebración de la Pascua.
Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las «armas de la penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna. (Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, 124).
Mirar al Señor
Este tiempo sagrado de cuarenta días nos
invita a volvernos al Señor y a contemplarlo con una mirada más pura. Estas
semanas están caracterizadas por la petición de perdón y el ejercicio de la
misericordia en la práctica penitencial personal y comunitaria. Por ello, y «a
pesar de la secularización de la sociedad contemporánea, el pueblo cristiano
advierte claramente que durante la Cuaresma hay que dirigir el espíritu hacia
las realidades que son verdaderamente importantes; que hace falta un esfuerzo evangélico
y una coherencia de vida, traducida en buenas obras, en forma de renuncia a lo
superfluo y suntuoso, en expresiones de solidaridad con los que sufren y con
los necesitados» (Directorio, 125).
La llamada de Cristo a la conversión sigue
resonando en la vida de los cristianos como tarea ininterrumpida. La Iglesia,
que siendo santa, recibe en su propio seno a los pecadores, se sabe necesitada
de purificación constante y busca sin cesar la penitencia y la renovación. (cf. LG 8; CEC 1428).
La penitencia tiene como finalidad la conversión del corazón y se expresa por medio de signos visibles, gestos y obras penitenciales. (cf. Jl 2,12-13; ls 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).
Esta penitencia interior es una
reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con
todo nuestro corazón, para romper con el pecado y aborrecer el mal cometido. Al
mismo tiempo, esta mirada a Cristo comprende la resolución de un cambio de vida
con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de la
gracia del Espíritu del Señor. (cf. CEC 1430).
La Cuaresma nos recuerda que en la Iglesia «existen el agua y las lágrimas: el agua del bautismo y las lágrimas de la penitencia» (San Ambrosio, Ep. 41,12).
El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron. (cf. Jn 19,37; Zac 12,10).
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