TIEMPO LITÚRGICO
jueves, 20 de marzo de 2025
Días y obras de penitencia
La Cuaresma es el
tiempo que precede y dispone a la celebración de la Pascua.
Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las «armas de la penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna. (Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, 124).
En la Iglesia universal, son días y tiempos penitenciales todos los viernes del año y el tiempo de Cuaresma. Por esta razón, y ya desde antiguo, «todos los viernes, a no ser que coincidan con una solemnidad, debe guardarse la abstinencia de carne o de otro alimento que haya determinado la Conferencia Episcopal...» (cf. canon 1.250s.).
Según las normas de nuestros obispos, en
España se retiene la práctica penitencial para todos los viernes durante el año
que consiste en abstenerse de comer carne; no obstante, durante los viernes del
año esta práctica penitencial puede ser sustituida, según la libre voluntad de
los fieles, por cualquiera de las siguientes prácticas recomendadas:
* lectura de la
Sagrada Escritura;
* participación en
la Santa Misa o en Laudes /Vísperas del Oficio divino;
* comunicación de
bienes: limosna en la cuantía que cada uno estime en conciencia;
* ejercicio de la
caridad: visita de enfermos, ancianos solos, atribulados, etc.;
* fomento del culto
cristiano y obras de piedad (rezo del Rosario, vía crucis, vía matris, diversas
letanías a Cristo, la Virgen o los santos, el himno Akáthistos, etc.);
* peregrinaciones,
mortificaciones corporales...
Sin embargo, en /os viernes de Cuaresma
debe guardarse la abstinencia de carne, sin que pueda ser sustituida por
ninguna otra práctica. El deber de abstenerse de comer carne deja de obligar en
los viernes que coincidan con una solemnidad (por ejemplo, san José o la
Anunciación) y también si se ha obtenido la legítima dispensa.
El Ayuno
En toda
la Iglesia de Rito romano, además de la abstinencia, se observa el ayuno
penitencial del Miércoles de Ceniza y el ayuno pascual del Viernes Santo. (cf. Canon 1.251).
El ayuno consiste en no hacer sino una sola comida al día; pero no se prohíbe tomar algo de alimento a la mañana y a la noche, guardando las legítimas costumbres respecto a la cantidad y calidad de los alimentos. Pueden proponerse voluntarios otros días de ayuno (campaña contra el hambre, etc.). En toda la Iglesia es sagrado el ayuno pascual de los dos primeros días del Triduo, Viernes y Sábado Santo, en los cuales, según una antigua tradición, la Iglesia ayuna porque el Esposo ha sido arrebatado. (Mc 2,19ss.).
El
Viernes Santo de la Pasión del Señor, con el ayuno, hay que observar en todas
partes la abstinencia. Se recomienda que se observe también durante el Sábado
Santo, a fin de que la Iglesia pueda llegar con el espíritu ligero y abierto a
la alegría del domingo de Resurrección. (cf. SC 110).
Durante el Sábado Santo, la Iglesia, con
la Virgen Madre, permanece junto al sepulcro del Señor, meditando su pasión y
muerte, su descenso a los infiernos (1 Pe 3,19) y esperando en /a oración y el
ayuno su resurrección. (Carta
sobre las Fiestas Pascuales, 73).
Los fieles
Penitentes
La ley de abstinencia obliga a los que han cumplido los catorce años; la ley del ayuno, a todos los mayores de edad, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. (canon 1.252).
No obstante, todos los fieles cristianos están invitados siempre, por vocación y no por obligación, a vivir en espíritu de gozosa penitencia en aras a la conversión.
Las familias, iglesias domésticas, son
auténticas escuelas donde el ejemplo de los padres y abuelos forman en el espíritu
de penitencia a quienes, por no haber alcanzado la edad, no están obligados al
ayuno o a la abstinencia.
La razón es obvia: todos los fieles, «cada uno a su modo, están obligados por la ley divina a hacer penitencia; sin embargo, para que todos se unan en alguna práctica común de penitencia, se han fijado unos días penitenciales, en los que se dediquen los fieles, de manera especial, a la oración, realicen obras de piedad y de caridad y se nieguen a sí mismos, cumpliendo con mayor fidelidad sus propias obligaciones y, sobre todo, observando el ayuno y la abstinencia» (canon 1.249).
martes, 18 de marzo de 2025
Días y obras de penitencia
La Cuaresma es el tiempo que precede y
dispone a la celebración de la Pascua.
Tiempo de escucha de la Palabra de Dios y de conversión, de preparación y de memoria del bautismo, de reconciliación con Dios y con los hermanos, de recurso más frecuente a las «armas de la penitencia cristiana»: la oración, el ayuno y la limosna. (Directorio sobre la piedad popular y la liturgia, 124).
Mirar al Señor
Este tiempo sagrado de cuarenta días nos
invita a volvernos al Señor y a contemplarlo con una mirada más pura. Estas
semanas están caracterizadas por la petición de perdón y el ejercicio de la
misericordia en la práctica penitencial personal y comunitaria. Por ello, y «a
pesar de la secularización de la sociedad contemporánea, el pueblo cristiano
advierte claramente que durante la Cuaresma hay que dirigir el espíritu hacia
las realidades que son verdaderamente importantes; que hace falta un esfuerzo evangélico
y una coherencia de vida, traducida en buenas obras, en forma de renuncia a lo
superfluo y suntuoso, en expresiones de solidaridad con los que sufren y con
los necesitados» (Directorio, 125).
La llamada de Cristo a la conversión sigue
resonando en la vida de los cristianos como tarea ininterrumpida. La Iglesia,
que siendo santa, recibe en su propio seno a los pecadores, se sabe necesitada
de purificación constante y busca sin cesar la penitencia y la renovación. (cf. LG 8; CEC 1428).
La penitencia tiene como finalidad la conversión del corazón y se expresa por medio de signos visibles, gestos y obras penitenciales. (cf. Jl 2,12-13; ls 1,16-17; Mt 6,1-6. 16-18).
Esta penitencia interior es una
reorientación radical de toda la vida, un retorno, una conversión a Dios con
todo nuestro corazón, para romper con el pecado y aborrecer el mal cometido. Al
mismo tiempo, esta mirada a Cristo comprende la resolución de un cambio de vida
con la esperanza de la misericordia divina y la confianza en la ayuda de la
gracia del Espíritu del Señor. (cf. CEC 1430).
La Cuaresma nos recuerda que en la Iglesia «existen el agua y las lágrimas: el agua del bautismo y las lágrimas de la penitencia» (San Ambrosio, Ep. 41,12).
El corazón humano se convierte mirando al que nuestros pecados traspasaron. (cf. Jn 19,37; Zac 12,10).
sábado, 8 de marzo de 2025
MARZO : ADORAR Y ALABAR
Alabado sea el Santísimo
Sacramento del Altar
LAUS DEO…
Entre los distintos modos de orar, la
adoración y la alabanza están íntimamente unidos. Uno es fundamento, el otro es
culmen. Nuestras Vigilias de Adoración Nocturna tienen por esto
que llevarnos también a una verdadera alabanza divina. Nos
unimos al culto de la Iglesia celeste, purgante y terrena que sin cesar alaba a
su Dios. Precisamente para que no cese esta alabanza ni siquiera
por las noches se levantaban los monjes en sus oraciones nocturnas. Algo
parecido es lo que hacemos desde la Adoración Nocturna Española,
participando también nosotros de este privilegio de poder velar junto al Señor
para alabar su Santo Nombre. Con qué belleza lo
expresa nuestro fundador Trelles: «Haremos resonar acentos
de alabanza y bendición. Unas veces uniremos nuestras voces a las de los
Serafines que cantan el eterno cántico de gloria a la adorable
Trinidad, repitiendo sin cesar: «Santo, Santo, Santo, es el Señor Dios de los
Ejércitos», glorificando también así a esa Trinidad augusta de las
divinas personas que acaban de hacer su morada en nosotros. (S. Juan, XIV.) Otras
veces diremos como los hijos de los hebreos, que aclamaron a
Jesús el día de su entrada triunfal en Jerusalén: «¡Hosanna al hijo de David!
¡Bendito sea el que viene en nombre del Señor! iHosanna en lo alto de los
cielos!» (S. Mateo,
XXI.) Podremos también, como David, excitar a
todas las potencias de nuestra alma a
glorificar a nuestro Salvador, exclamando con él: «iOh
alma mía, bendice al Señor; que todo lo que está en mí exalte su santo nombre!
Oh alma mía, bendice al Señor y nunca olvides sus beneficios. Mi corazón
saltará de alegría en el Señor y se regocijará en su Salvador. Todo mi ser
exclama: Señor ¿quién es semejante a vos?» (LS,
T.I, p.204)
Según el
Catecismo [2639] “la alabanza es la forma de
orar que reconoce de la manera más directa que Dios es Dios”.
Porque su motivación no es otra que su grandeza, su Ser. Por ser vos quien sois
Bondad Infinita. No hace falta más motivo. Al adorar y alabar a Dios no miramos
beneficios legítimos, sino que nos centramos en el que nos llena de sus
gracias. En la alabanza se unen la adoración, la petición, la
acción de gracias y se llevan a su raíz más
profunda: la bondad, la grandeza de Dios:
“La alabanza integra las otras formas de oración y las lleva hacia Aquel
que es su fuente y su término”.
Quien aprende a alabar “Participa en la
bienaventuranza de los corazones puros que le aman en la fe antes de verle en
la gloria”. Todos hemos experimentado cómo después de una noche de adoración y
alabanza al Señor estamos, de alguna manera, más cerca del cielo. Además, el
hecho de mirarle a Él, de fijarnos en su humildad, en su bondad, en su
sencillez, en su grandeza, en su poder etc… nos purifican a nosotros mismos
descentrándonos de nuestro ego y nuestras pequeñeces. La
mejor escuela de alabanza se encuentra en la Eucaristía. No
por casualidad se le llama a la santa Misa “sacrificio de
alabanza”. La Misa contiene y expresa todas las formas de oración.
La Escritura está
llena de cánticos de alabanza, ante los milagros del
Señor, en las cartas inspiradas, en los Hechos de los Apóstoles. Son
como ecos de la melodía eterna que se canta en el Cielo alabando al que está
sentado en el Trono y al Cordero. El apocalipsis nos enseña a
entonar este cántico nuevo. Para
san Juan, la alabanza lleva a la adoración y viceversa: (Apoc
19, 1-10) Después oí en el cielo como un gran
ruido de muchedumbre inmensa que decía: «¡Aleluya! La
salvación y la gloria y el poder son de nuestro Dios, porque sus juicios son
verdaderos y justos; porque ha juzgado a la Gran Ramera que corrompía la tierra
con su prostitución, y ha vengado en ella la sangre de sus siervos.» Y por
segunda vez dijeron: «¡Aleluya! La
humareda de la Ramera se eleva por los siglos de los siglos.» Entonces los
veinticuatro Ancianos y los cuatro Vivientes se postraron y adoraron a Dios,
que está sentado en el trono, diciendo: «¡Amén! ¡Aleluya!» Y salió
una voz del trono, que decía: «Alabad a nuestro Dios, todos sus siervos y los
que le teméis, pequeños y grandes.» Y oí el ruido de
muchedumbre inmensa y como el ruido de grandes aguas y como el fragor de
fuertes truenos. Y decían: «¡Aleluya!
Porque ha establecido su reinado el Señor, nuestro Dios Todopoderoso.
Alegrémonos y regocijémonos y démosle gloria, porque han llegado las bodas del
Cordero, y su Esposa se ha engalanado y se le ha concedido vestirse de lino
deslumbrante de blancura - el lino son las buenas acciones de los santos».
-Luego me dice: «Escribe: Dichosos los invitados al banquete de bodas del
Cordero.» Me dijo además: «Éstas son palabras verdaderas de Dios.». Entonces me
postré a sus pies para adorarle, pero él me dice: «No, cuidado; yo soy un
siervo como tú y como tus hermanos que mantienen el testimonio de Jesús. A
Dios tienes que adorar.»
Cuando cantamos en la noche al Santísimo
debemos sentirnos parte de esta nube de testigos, de esta muchedumbre que se
postra ante el trono y que reconoce en el Cordero, a
Aquel que puede quitar el pecado del mundo. En el Cielo lo hacen
en la Gloria, nosotros lo hacemos por la fe, ellos contemplan ya
el rostro del Padre, nosotros lo advertimos velado por las especies del pan.
Pero en realidad estamos haciendo lo mismo. Pidamos a la corte
de los santos que nos enseñen a perseverar y a hacerlo cada vez mejor. Con un
corazón más puro y reverente, más amante y devoto.
Para ayudarnos a alabar
tienen su importancia los cantos que hacemos durante la Vigilia.
Saberse bien las letras, cantar lo mejor posible, nos ayuda a poner todo el
corazón, la voz y la mente en Dios. Ya nos dice san Agustín: Cantad
al Señor un cántico nuevo, resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. Se
nos exhorta a cantar al Señor un cántico nuevo. El hombre nuevo sabe lo que
significa este cántico nuevo. Un cántico es expresión de alegría y,
considerándolo con más atención, es una expresión de amor. (…) ¡Oh, hermanos!
¡Oh, hijos de Dios! Germen de universalidad, semilla celestial y sagrada, que
habéis nacido en Cristo a una vida nueva, a una vida que viene de lo alto,
escuchadme, mejor aún, cantad al Señor, junto conmigo, un cántico nuevo. «Ya lo
canto», me respondes. Sí, lo cantas, es verdad, ya lo oigo. Pero, que
tu vida no dé un testimonio contrario al que proclama tu voz. (…) Cantad con la
voz y con el corazón, con la boca y con vuestra conducta:
Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué alabanzas hay que cantar
de aquel a quien amáis? Porque, sin duda, queréis que vuestro canto tenga por
tema a aquel a quien amáis. ¿Os preguntáis cuáles son las alabanzas que hay que
cantar? Habéis oído: Cantad al Señor un cántico nuevo. ¿Os preguntáis qué
alabanzas? Resuene su alabanza en la asamblea de los fíeles. Su alabanza son
los mismos que cantan. ¿Queréis alabar a Dios? Vivid de acuerdo
con lo que pronuncian vuestros labios. Vosotros mismos seréis la mejor alabanza
que podáis tributarle, si es buena vuestra conducta”
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Qué
atributos de Dios te mueven más a la alabanza?
■¿Cómo está presente esta dimensión de la
oración en nuestras vigilias?
■ ¿Qué cantos te ayudan más a unirte a Dios?
viernes, 7 de marzo de 2025
Queridos
hermanos adoradores:
Cuando,
siguiendo el ciclo anual inexorable, llegamos a una nueva
Cuaresma, a los cristianos andaluces nos invade una sensación agridulce,
porque, aunque es cierto que es un tiempo penitencial, de conversión, de
preparación para los días grandes de la Semana Santa, aquí, por
influencia de las muchísimas hermandades y cofradías que
abundan en todos los templos (raro es el que no tiene alguna), se torna en el
anhelo de vivir precisamente esos días importantísimos de la Pasión, Muerte y
Resurrección de Nuestro Señor. Esta mezcla de sensaciones ha sido descrita por
cofrades, por periodistas, por poetas, por pregoneros... a ello, sin duda, nos
ayuda, nos incita el ambiente que en las iglesias crean los cultos solemnes,
muchas veces grandiosos, y los preparativos de
las hermandades, … que se van incrementando a un ritmo
acelerado conforme van transcurriendo las semanas y se va
acercando el Domingo de Ramos.
Es verdad que ese
ambiente de “festividad” va impregnando exteriormente a todas nuestras ciudades
y pueblos, y también a las personas. Pero
también es cierto, lo sabemos, que corremos el riesgo de
que todo se quede es una preparación “externa”, es
decir en que todo salga muy bien, sin ningún fallo, pero que todo se quede en
las ceremonias. Algo que podríamos comparar con el episodio evangélico en el
que Jesús visita la casa de Marta y de María (cf. Lc 10, 38-42):
Mientras la primera se afanaba en que todo estuviera a punto, que nada fallara,
su hermana María se acomodó a los pies del Maestro para escuchar su Palabra.
Pues este es el riesgo que se corre.
Ciertamente es un peligro
contra el que los adoradores podemos decir que “estamos vacunados”
porque nuestras vigilias (ya se encargó de ello el Venerable Luis
de Trelles), constan del rato de meditación personal,
imprescindible e insustituible. Y ese es el momento en que
nos transformamos en “María” y escuchamos al Señor. Además,
como ella, estamos a sus pies, a los pies del Santísimo
Sacramento, la presencia verdadera de Dios, para escuchar su Palabra,
para meditar los salmos y lecturas que hemos recitado en el momento anterior de
la vigilia (Santa Misa, Vísperas, Oficio de Lecturas...)
Son momentos, además, en los que
pedir a Cristo personal e individualmente por las necesidades de cada ocasión (a
la hora de escribir estas líneas por la salud de Su Santidad el Papa Francisco,
por el fin de las guerras y el sufrimiento que las mismas provocan en las
personas, todo ello por el egoísmo de unos pocos dirigentes, porque se respeten
las ideas de todos sin ejercer violencia alguna, y tantas y tantas otras cosas
que cada uno tendrá en su corazón para pedir al Señor) y
también para darle gracias por los beneficios y los dones que nos concede,
aunque a veces no nos demos cuenta de ello.
Pues, si además, completamos
todo esto con obras de misericordia, con el ayuno que
manda la Santa Madre Iglesia, ayudando a los necesitados,
e incluso (¿por qué no?) realizando cuando llegue la Semana Santa
una buena Estación de Penitencia acompañando a aquellas
advocaciones de nuestra devoción, en
el caso de que seamos hermanos de alguna hermandad, creo
que habremos tenido un adecuado recorrido cuaresmal.
Ojalá que sea así, con la ayuda de la Santísima Virgen María, nuestra Madre.
Juan Jorge García García - Presidente Diocesano ANE- Sevilla
miércoles, 5 de marzo de 2025
martes, 4 de marzo de 2025
¿Cuál es el significado de la ceniza en Cuaresma?
El inicio de la Cuaresma está marcado por una liturgia en la que destaca el rito de la imposición de la ceniza. Hoy te explicamos el significado y el origen
de la ceniza utilizada en este tiempo litúrgico.
Durante una audiencia general, Benedicto
XVI explicó que la ceniza es un signo que invita a los cristianos
a la penitencia y a intensificar el compromiso de conversión,
para seguir cada vez más al Señor… El P. Antonio Lobera y Abio, sacerdote del
siglo XIX y autor del libro “El porqué de todas las ceremonias de la Iglesia y
sus misterios”, explicó esta penitencia debe venir acompañada
de arrepentimiento y dolor por haber ofendido a Dios.
El Directorio sobre piedad popular y la
liturgia recoge en su numeral 125 que el rito de la imposición de
la ceniza, “lejos de ser un gesto
puramente exterior, la Iglesia lo ha conservado como signo de la
actitud del corazón penitente que cada bautizado está
llamado a asumir en el itinerario cuaresmal”. Además, también
simboliza la mortalidad de los hombres. Reflejo
de esto es la fórmula que pronuncia el sacerdote cuando impone la ceniza en la
frente de los fieles: "Recuerda que polvo eres y al polvo volverás”.
Su origen
En el Antiguo Testamento las
cenizas son utilizadas para expresar luto (Jeremías 6,26),
deseo de conseguir algún favor de Dios (Daniel 9,3) y arrepentimiento (Judith
4,11)… La Enciclopedia Católica
explica que durante el Jueves Santo los primeros cristianos se colocaban ceniza
en la cabeza y un “hábito penitencial”, como símbolo de penitencia pública. Y
aunque la Cuaresma adquirió un carácter plenamente penitencial en el siglo IV,
no fue hasta el siglo XI que se implementó
el rito de la imposición de la ceniza el Miércoles de Ceniza.
Posteriormente, el rito de la imposición de ceniza se extendió rápidamente por toda la Iglesia Católica y se convirtió en una parte importante de la Cuaresma…
Agencia Católica de Informaciones - ACI Prensa