CARTA PASTORAL AL COMIENZO DE LA
PASCUA
Vivamos
intensamente este Tiempo Pascual. 50 días se nos
regalan para encontrarnos con Cristo Resucitado, vencedor sobre
el mal, el pecado y la muerte. Acercarnos a Él, que viene a nuestro encuentro,
nos hará experimentar continuamente su triunfo en nuestra vida: sobre nuestro
pecado, el mal y la muerte que nos afligen. La Liturgia de la Iglesia, que hace presente
siempre al Señor y su fuerza salvífica, nos ayuda, través de los relatos de las Apariciones
del Resucitado, que podemos meditar en el Evangelio de cada día. Jesús,
que al salir del Sepulcro se hace luz para todos los hombres (así lo cantábamos
la noche pascual en el Exúltet),
quiere llenar de alegría resucitada nuestros
corazones y nos dispone a vivir las incontables gracias del Señor, que vive
para siempre con la gloria y poder que le corresponde, intercediendo ante el
Padre por cada uno de nosotros.
Una vez que Cristo ha resucitado, con nuestro
corazón ensanchado por la gracia de esta vida nueva, comprendemos
mejor por nuestro corazón ha de pasar todo lo que cabe en el suyo, esto es,
nuestra salvación y la de todos los hombres y mujeres de nuestro tiempo. Él nos
ha enseñado a amar dando la vida para resucitar con Él, y no pueden dejar de
dolernos las tragedias de nuestra sociedad. Miles y miles de personas mueren
diariamente, y corremos el peligro de quedarnos solo con una cifra que cambia
cada día, en los medios de comunicación que seguimos con atención… y no son una
simple cifra.
En estos días no han faltado tampoco motivos de dolor y preocupación.
En Cristo Resucitado, serán una oportunidad para experimentar
la fuerza real del Espíritu Santo, que
viene en ayuda de nuestra flaqueza, siendo así
un testimonio vivo de fe y esperanza cristianas.
Pidamos al Señor todos los días por las personas que no creen, por los
que viven sin esperanza, y demos la
vida diariamente por nuestros hermanos. Los ancianos, los pobres, los
emigrantes, los enfermos, los que dan su vida en esta pandemia, han de ser
tratados como “otros cristos” por los que el Señor ha muerto y ha
resucitado, confiriéndoles una dignidad sagrada, inviolable, y haciéndoles
objeto de nuestra oración y nuestro servicio. Nos desbordan las consecuencias
políticas, económicas, sociales, migratorias… Pero Cristo Resucitado aparece en
tantos y tantos gestos diarios de amor, que nos llena de esperanza.
“¿Por
qué os alarmáis?, ¿por qué surgen dudas en vuestro
corazón? Mirad mis manos y mis pies. Soy yo en persona” (Lc 24, 35-48) En la Cruz -“mirad mis manos y mis pies llagados“-, está la resurrección
y la gloria. Que el Señor nos abra “el entendimiento para comprender
las Escrituras.” Un fuerte abrazo con la alegría de Cristo
Resucitado que sostiene nuestra fe, alienta nuestra esperanza y nos impulsa a
la caridad.
+ Rafael Zornoza – Obispo de Cádiz y Ceuta
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