OCTUBRE: Eucaristía y Doctrina
Social de la Iglesia
La comunidad política
Muchos de entre nosotros al oír el término “política” fruncen el ceño,
aunque sea interiormente. Para algunos alardear de “a-políticos” es casi un
timbre de gloria. Y es verdad que no conviene mezclar la acción apostólica con
tomas de posición partidistas en lo político, la militancia en asociaciones de
carácter religioso y la militancia en la actividad política profesionalmente
asumida, al detentar cargos políticos. También acepto que hemos conocido años
en que la política partidista quería infiltrarse en toda la vida humana y
manipularla por completo al servicio de sus propios fines. No menos que los
altos niveles de corrupción en la “gente de la política” ha suscitado un
justificable rechazo y pérdida de confianza en los políticos. No obstante, la
política no debe confundirse o reducirse a la militancia en partidos políticos
o el desempeño de cargos públicos.
Dios no ha querido sólo a los seres humanos aislados, ni simplemente agrupados
en familias, ha favorecido la tendencia entre ellos a la sociedad, a una
agregación más amplia en ciudades y estados, formando comunidades políticas.
Dios se presenta como el fundamento último dela “autoridad” por ser el Creador
y Conservador del ser humano y del cosmos. El mismo Dios en David elige un rey
para su Pueblo, aunque estas autoridades humanas no den la talla para
representar el cuidado de Dios sobre sus criaturas. Cristo, como los profetas, ha censurado
las conductas egoístas y corruptas de las autoridades de su tiempo, pero se sometió
a su autoridad
pese a todo, aunque esto le costó la vida. Esta misma conducta observamos en
las primeras comunidades cristianas, aun en tiempo de persecuciones: crítica de
mal gobierno, rechazo delas leyes injustas, pero respeto de las autoridades en
cuanto tales, en el ejercicio de su función y oración por ellas.
La Biblia y la Historia Sagrada nos muestran claramente cómo la comunidad
política de los seres humanos y su estructuración en instituciones y
magistraturas es algo querido por Dios, aun a sabiendas del daño que el pecado
podía hacer infiltrado en estas realidades y fuerzas políticas. ¿Por qué? Porque
la convivencia social de los seres humanos y el ejercicio del servicio público
dentro de ella de diversas magistraturas es algo bueno para el bien común y para el desarrollo armónico de los
seres humanos. Dios que es Trinidad de Personas en la unidad dela Naturaleza
Divina y que nos ha creado para vivir y participar personalmente de esa
Naturaleza, para que Él lo sea “todo en todos”, ¿cómo no va a querer que
animados por su amor y amistad y guiados por su espíritu participemos ya aquí,
en figura, de la harmoniosa comunión y bondadosa jerarquización de su Misterio
Trinitario? Esto lo alcanzamos en el plano natural a través de la sociedad
política y en el sobrenatural mediante la Iglesia. Ambos planos son autónomos
pero persiguen un mismo fin y están llamados a conjugarse y armonizarse por el
bien delos seres humanos y su destino.
En el orden natural toda autoridad ha de regirse por el bien
moral y orientar sus esfuerzos al bien común. Las diversas personas que integran la sociedad merecen el
pleno respeto de estas autoridades, particularmente han de respetar el campo de
sus convicciones morales y religiosas con el único límite del bien común. Los
sujetos por ello han de poder ejercer su libertad religiosa y de conciencia e
incluso poder excluirse del cumplimiento de ciertos requerimientos de la
autoridad en base a su derecho a la objeción de conciencia que no representa un
rechazo ni dela autoridad constituida ni de la cooperación al bien común. Lo
mismo se puede decir del más radical derecho de resistencia ante autoridades que
violen reiterada y gravemente la Ley Natural, siempre desde la proporcionalidad
y evitando toda violencia gratuita.
Entre los sistemas de organización de la Sociedad Civil hoy se suele
preferir el democrático; en buena medida, apoyados en la experiencia histórica
de los pueblos y contemplando los riesgos añadidos de otras formas de
organización política, que han derivado frecuentemente en graves atropellos de
los derechos de las personas y fomentado terribles conflictos entre las
naciones. No obstante, ningún sistema político nos puede
satisfacer plenamente ni se pueden excluir, por sistema, ninguno que se funde
en el orden moral y persiga alcanzar el bien común.
Pero para los que vivimos en sistemas
llamados democráticos conviene tener presente que ya los griegos señalaban que
el gran mal de la democracia era degenerar en demagogia, al mismo tiempo que
nos recordaban que para mantener sana una democracia era preciso cuidar mucho
en los ciudadanos la virtud cívica. A esto podemos añadir que la base y
garantía de la democracia no está en la comunidad política, sino en la sociedad
civil. El escrupuloso respeto a cada nivel del principio de subsidiariedad y el
estímulo de la vitalidad de los diversos cuerpos intermedios. La
política al servicio de la sociedad, no de la ingeniería social, que usa la política y sus recursos de
poder para imponer a la entera sociedad las ideas de unos pocos hábilmente
infiltrados en los entresijos del poder político. La “politización” lleva a la
“burocratización” de la vida social y esto a costes cada vez más insoportables de
la “cosa pública” que se traducen en cargas fiscales y endeudamiento.
La religión
… se ha considerado durante siglos un
factor que dignificaba el tejido social, que ayudaba a hacer más virtuosas a las personas, más
responsables, más solidarias y generosas y por eso durante milenios los poderes
públicos han favorecido la religión, en general o, las más de las veces, la
mayoritaria o la que profesaban las autoridades. La maduración del valor de la
persona humana y del respeto de su libertad de conciencia ha llevado a que los
sistemas democráticos, principalmente, respetasen la libertad religiosa de los
súbditos, incluso su opción por no profesar religión alguna, pero favoreciesen
las relaciones de cooperación con las confesiones religiosas como
algo bueno para la sociedad y sus principios comunes, incluso favoreciendo las peculiares
relaciones de especial colaboración con la confesión mayoritaria en la sociedad
o que más hubiese influido en la configuración de la cultura de la propia sociedad
civil.
Los Totalitarismos del siglo XX
… apoyados en principios laicistas de las corrientes críticas y revolucionarias
del siglo anterior, se mostraron contrarios a la religión
como realidad pública,
tolerándola tan sólo en nivel privado de la vida. Estos planteamientos han
rebrotado en las últimas décadas en el mundo entero. Difícil
es no ver en ello la acción de grupos de presión ideológica que actúan mundialmente. Pero la neutralidad política que
plantean entre creencia e increencia, con su “laicidad del Estado”, no es tal,
es una apuesta por el laicismo de Estado, que es algo muy distinto al Estado
aconfesional. Es una camuflada versión del ateísmo de
Estado y cuyos instrumentos son las políticas “sociales”
(entendiendo por ellas no las de
búsqueda de la justicia social o la redistribución equitativa de las rentas, sino
las que buscan la destrucción del orden moral cristiano e incluso natural), el control de los medios de comunicación
y de las políticas culturales y el monopolio estatal de la educación gratuita o
accesible económicamente.
La vida eucarística
… alimenta la vida moral y el compromiso
social cristiano. La
adoración reconstruye, particularmente, la armonía de nuestras relaciones con
Dios y con los hermanos. Un adorador no puede ser un “pasota” ante la cosa pública.
Con el Magisterio de la Iglesia tenemos que cultivarnos espiritualmente y
también formarnos, en lo moral y en lo doctrinal. Hemos de redescubrir la
dimensión moral y de caridad cristiana del compromiso político, principalmente
por medio de la reivindicación, organización y actuación desde la sociedad
civil, pero sin excluir responsables compromisos en la actividad política, en
los partidos y en los cargos públicos. Tenemos una especial responsabilidad en
nuestros largos tiempos de oración silenciosa, litúrgica o devocional, de orar por las autoridades y
magistrados de la sociedad, para que sean honestos y procuren el bien común.
Preguntas para el
diálogo y la meditación.
■
¿Cumplimos con nuestro deber de orar por las autoridades políticas de nuestro
Estado? ¿Lo hacemos conscientes de la eficacia de la oración?
■ ¿Qué iniciativas tomamos a partir de la
meditación del Evangelio y de la participación y adoración de la Eucaristía para
revitalizar el protagonismo de la Sociedad Civil y de la Iglesia Católica y sus
asociaciones en nuestro país? ¿Qué más podemos hacer?
■
¿Hasta qué punto tomamos en serio nuestra responsabilidad de participar
en las elecciones y de realizar nuestras opciones desde los principios
evangélicos y la enseñanza social de la Iglesia? ¿Qué podemos hacer para
mejorar en esto?
No hay comentarios:
Publicar un comentario