"La Epifanía,
segunda Navidad"
Mi querido amigo:
¡Feliz Epifanía y feliz año!
Llevamos
pocos días de este nuevo año y continuamos saboreando la Navidad y el gustoso a
encanto de sus Misterios. La Epifanía, como una segunda Navidad (pues lo es),
nos devuelve a la inagotable sorpresa y al agradecimiento por el amor que nos
tiene Dios.
Ya sé que los encuentros y los regalos nos
tienen ocupados, pero no renuncio a enviarte una pequeña reflexión. Tómatelo
como un regalillo de Melchor.
¡Que te
traigan muchas cosas los reyes! Un abrazo
+ Rafael, Obispo de Cádiz y Ceuta
1. El seguimiento de Cristo significa dejar
algo y buscar algo.
Como todo movimiento el seguimiento de Cristo implica un punto de partida y un punto de llegada. Para hacerlo hay que dejar algo y tender hacia algo. Es responder en la fe a la llamada de Dios. El episodio de los Magos ha sido el paradigma de la fe. La fe nos lleva a dejar algo atrás para buscar el ideal. Es como el barco que debe dejar el puerto para poder atravesar el mar y llegar a su destino.
Los Magos eran sabios de oriente, tal vez de Arabia. Allí había muchos estudiosos de diferentes materias: la medicina, la agricultura, la astronomía... Se ve, por el relato evangélico, que estos Magos estudiaban las estrellas. Seguramente fueron estimados por los otros estudiosos y vivían una vida acomodada y holgada. Todo esto resalta el mérito de estos hombres, pues, dejaron todo para seguir una estrella incierta, una señal vaga, un signo borroso. En el firmamento que cubría la tierra árabe, había muchas estrellas. Sin embargo, los Magos se fijaron en una solamente. Así es la dinámica de la fe: es una preferencia por la Palabra de Dios entre muchas otras palabras que uno podría aceptar.
No hay duda de que la noche de cada uno de nosotros está poblada de muchas estrellas. Tenemos muchas posibilidades, muchos ideales que nos totalizan. Dios, con su Revelación, nos interpela como un día lo hizo con Abrahám, como lo hizo con los profetas, como lo hizo con María y San José...
Como todo movimiento el seguimiento de Cristo implica un punto de partida y un punto de llegada. Para hacerlo hay que dejar algo y tender hacia algo. Es responder en la fe a la llamada de Dios. El episodio de los Magos ha sido el paradigma de la fe. La fe nos lleva a dejar algo atrás para buscar el ideal. Es como el barco que debe dejar el puerto para poder atravesar el mar y llegar a su destino.
Los Magos eran sabios de oriente, tal vez de Arabia. Allí había muchos estudiosos de diferentes materias: la medicina, la agricultura, la astronomía... Se ve, por el relato evangélico, que estos Magos estudiaban las estrellas. Seguramente fueron estimados por los otros estudiosos y vivían una vida acomodada y holgada. Todo esto resalta el mérito de estos hombres, pues, dejaron todo para seguir una estrella incierta, una señal vaga, un signo borroso. En el firmamento que cubría la tierra árabe, había muchas estrellas. Sin embargo, los Magos se fijaron en una solamente. Así es la dinámica de la fe: es una preferencia por la Palabra de Dios entre muchas otras palabras que uno podría aceptar.
No hay duda de que la noche de cada uno de nosotros está poblada de muchas estrellas. Tenemos muchas posibilidades, muchos ideales que nos totalizan. Dios, con su Revelación, nos interpela como un día lo hizo con Abrahám, como lo hizo con los profetas, como lo hizo con María y San José...
La fe siempre es una opción y ésta a veces
cuesta, pues hay que dejar a un lado nuestro racionalismo y nuestra sed de
seguridades humanas. No nos gusta nadar en las aguas profundas porque
preferimos tener unas agarraderas. En la vida espiritual la única agarradera es
la veracidad y fidelidad de Dios.
Para mí
creer es lanzarme en la oscuridad de la noche, siguiendo una estrella que un
día vi, aunque no sepa a dónde me va a llevar. Para mí creer es sobrellevar con
alegría las confusiones, las sorpresas, las fatigas y los sobresaltos de mi
fidelidad. Para mí creer es fiarme de Dios y confiar en Él.
2. La fe se templa con las dificultades.
Para templar una espada hay que meterla en
el fuego. La fe también se forja en la tribulación. Hay gente que quiere tener
una fe gigante, pero sin chamuscarse. Es como el atleta que quiere ganar la
carrera, pero sin entrenarse, sin sufrir, sin sudar la camiseta, sin lastimarse
nunca.
La fe es un camino hermoso tapizado de
rosas que están llenas de espinas. Los Magos tuvieron una experiencia profunda
de la fe. Podemos imaginarlos llegando a un oasis para cargar provisiones y
agua. Seguramente les vino a la mente la posibilidad de desistir. Tal vez en
sus noches fueron visitados por sueños que les acosaban como fantasmas. El
recuerdo de las burlas de sus compatriotas, el escepticismo de sus compañeros
de estudios les perseguía. Hubo momentos de titubeos, de incertidumbre, de
duda...
Sin embargo, siempre venció su fe. De
hecho, su brújula no era tanto el astro luminoso en la bóveda de la noche, sino
la luz de su fe encendida en sus almas.
En nuestros momentos de dificultad,
también tiene que prevalecer la luz de la fe. Creer cuando todo va viento en
popa es fácil; creer cuando el temporal de la adversidad choca cruelmente
contra nuestra pequeña embarcación es más difícil. Pero, esto es lo que nos
hace gigantes en la fe. Nunca ha existido un santo sin una fe probada, como
nunca ha existido un atleta que haya tenido éxito sin esforzarse en los
momentos de desánimo.
Este mundo
es como un gran gimnasio en el cual, el cristiano tiene que ejercitarse en la
fe: un día puede ser la penuria económica, otro día el sufrir el látigo cruel
de la maledicencia propagada por nuestro mejor amigo, otro día el desamor de un
ser querido...
3. La fe nos exige ver a Dios en las cosas sencillas.
Después de
viajar muchos kilómetros, los Magos encontraron al Rey de los Judíos, el
Salvador del mundo, el Rey de reyes, envuelto en pañales y acostado en un
pesebre, en una cueva de una aldea de mala muerte, fuera de la ciudad de
Jerusalén.
Era suficiente para obligar al corazón
bajar a los pies. Sin embargo, lo aceptaron plenamente: se arrodillaron delante
de Él. Vieron a Dios en un bebé que lloraba.
El Catecismo nos habla del sentido de la
Epifanía (manifestación de Cristo) en el n.528:
La epifanía es la manifestación de Jesús
como Mesías de Israel, Hijo de Dios y Salvador del mundo. Con el bautismo de
Jesús en el Jordán y las bodas de Caná, la epifanía celebra la adoración de
Jesús por unos “magos” venidos de Oriente. En estos “magos”, representantes de
religiones paganas de pueblos vecinos, el Evangelio ve las primicias de las
naciones que acogen, por la encarnación, la Buena Nueva de la salvación.
Un
día alguien dijo a un amigo que había encontrado el teléfono de Dios. El amigo
se sorprendió y muy irónicamente le preguntó cuál era. Recibió una respuesta
sublime: el teléfono de Dios es la fe.
Con la fe puede uno “conectarse” con Dios en cualquier momento. Al
contemplar la belleza de la naturaleza, el estruendo del mar, la brisa entre
los árboles... se puede ver a Dios si uno tiene fe.
También se le puede ver en el sacerdote
que se sienta en el confesionario para escuchar nuestra miseria moral y darnos
con seguridad el perdón de Dios. Con la fe se ve a Cristo presente en el Pan
sagrado, en las manos del ministro en la Misa.
La fe abre
horizontes y nos hace ver más lejos de lo que podríamos con la sola luz de la
razón. Nuestra pobre razón es como el ojo desnudo que sólo ve un poco del
universo al contemplar las estrellas que desfilan delante de él en la noche
clara. Pero con un telescopio potente se puede penetrar en los espacios
siderales y descubrir mundos nuevos. Así es la fe para un creyente: es un nuevo
ojo para ver. En lo que parece sólo un trozo de pan le permite ver el Cuerpo de
Cristo; en el vagabundo que toca a la puerta pidiendo una ayuda le revela la
presencia de Cristo; en el jefe complicado que da un mandato, la manifestación
de la voluntad de Dios.
4. El mejor don de los Magos fue su fe.
Impresiona el regalo costoso del oro,
incienso y mirra. Pero más impresionante todavía fue la fe de estos hombres.
Aquel día cuando los Magos se acercaron a la cueva de Belén y pidieron permiso
para traspasar el dintel más pobre que habían visto en su vida, los papás del
Niño accedieron a la petición de personas tan ilustres. Se maravillaron al
verlos caer al suelo, manchar su ropa, e inclinar la cabeza delante del Bebé.
Cuando nosotros lleguemos al Cielo,
ciertamente no vamos a entrar con unos lingotes de oro, una caja de incienso y
un bote de mirra. Lo que vamos a llevar va a ser, como dijo San Pablo, nuestra
fe, esperanza y caridad.
No juzguemos el valor de nuestra vida por
las cosas que tenemos o las obras que hacemos. Lo que es la fe y el amor con
que obramos eso es lo que vale delante de Dios. Mejor ir pobre al cielo que
rico al Infierno; mejor ir analfabeta al cielo que con un doctorado al
Infierno. Desde un punto de vista espiritual, el valor de los Magos no era el
tamaño de sus dones materiales, sino la medida de su fe.
Unas preguntas
1. ¿Cómo es tu fe? ¿Lánguida?
¿Depende de cómo te sientes? ¿Una fe fuerte?
2. ¿Si la fe exige
dejar algo para seguir más de cerca a Cristo, ¿qué te está pidiendo Cristo que
dejes? ¿Qué te sobra y, sobre todo, qué te falta?
3. ¿Cómo
es tu oración? ¿Saber adorar a Dios, por ejemplo, en la eucaristía?
4. ¿Está tu fe basada en la Palabra de Dios o en sentimientos movedizos?
4. ¿Está tu fe basada en la Palabra de Dios o en sentimientos movedizos?
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