« ID, Y HACED DISCÍPULOS A TODOS LOS
PUEBLOS…»
Mt. 28. 16-22
En
aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les
había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos dudaron. Acercándose
a ellos, Jesús les dijo:
«Se me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id,
pues, y haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; enseñándoles a guardar todo lo que os he
mandado.
Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días,
hasta el final de los tiempos».
Otras
Lecturas: Hechos 1,1-11; Salmo 46; Efesios 1,17-23
LECTIO:
La ascensión de Jesús que celebramos este
domingo… inaugura un modo
nuevo de Presencia suya en el mundo, y un modo nuevo también
de ejercer su Misión.
Cuando los discípulos vieron al Señor
“algunos vacilaban”… Estarían desconcertados y confusos sobre su destino y su
quehacer ahora que el Maestro se marchaba. Y mientras Jesús les hace las
recomendaciones finales y
les habla de la promesa
del Padre y del envío del Espíritu,
ellos,
completamente ajenos a la trama del Maestro… le espetarán la escalofriante
pregunta: “¿es ahora cuando vas a restaurar la soberanía de Israel?”, que era
como proclamar que no habían entendido nada.
Es importante entender bien la despedida
de Jesús, pues Él comienza
a estar... de otra manera. …Él cuando se hizo hombre no perdió
su divinidad, ni su intimidad con el Padre bienamado, ni su obediencia hasta el
final más abandonado. Ahora que regresa junto a su Padre, no perderá su
humanidad, ni su comunión con los suyos, ni su solidaridad hasta el amor más
extremado.
Nosotros somos también los destinatarios
de esta escena. Como discípulos que somos de Jesús, Él
nos encarga su misión. Contagiar esta esperanza, hacer nuevos discípulos;
bautizar y hablarles de Dios nuestro Padre, de Jesús nuestro Hermano, del Espíritu
Santo nuestra fuerza y consuelo; de María y los santos, de la Iglesia del
Señor, enseñándoles lo que nosotros hemos aprendido que nos ha devuelto la luz
y la vida.
Y
todo esto es posible, más allá de nuestras vacilaciones y dificultades, porque
Jesús se ha comprometido con nosotros, con y a pesar de nuestra
pequeñez. Es lo que celebramos los cristianos en la Iglesia, cuerpo de Jesús
en plenitud. Él no se ha marchado, vive en nosotros y a través nuestro.
MEDITATIO:
La Ascensión de Jesús al cielo… El
Evangelio de Mateo presenta el mandato de Jesús a los discípulos: la invitación
a ir, a salir para anunciar a todos los pueblos su mensaje de salvación. «Ir»,
o mejor, «salir» se convierte en la palabra clave de la fiesta de hoy: Jesús sale hacia el Padre y ordena a los
discípulos que salgan hacia el
mundo. (Papa Francisco)
Con su ascensión, el Señor resucitado
atrae la mirada de los Apóstoles —y también nuestra mirada— a las alturas del
cielo para mostrarnos que la meta de nuestro camino es el Padre. Él mismo había
dicho que se marcharía para prepararnos un lugar en el cielo. (Papa Francisco)
Jesús
permanece presente y activo en las vicisitudes de la historia
humana… Está junto a cada
uno de nosotros: aunque no lo veamos con los ojos, Él está. Nos
acompaña, nos guía, nos toma de la mano y nos levanta cuando caemos. Jesús
resucitado está cerca de los cristianos perseguidos y discriminados; está cerca
de cada hombre y cada mujer que sufre. Está cerca de todos nosotros. (Papa Francisco)
«Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el final de los tiempos». Solos, sin Jesús,
no podemos hacer nada. En la obra apostólica no bastan nuestras fuerzas, nuestros
recursos, nuestras estructuras, incluso siendo necesarias. Sin la presencia del
Señor y la fuerza de su Espíritu nuestro trabajo, incluso bien organizado,
resulta ineficaz. Y así vamos a decir a la gente quién es Jesús. (Papa Francisco)
Y junto con Jesús nos acompaña María
nuestra Madre. Ella ya está en la casa del Padre, es Reina del cielo y así la
invocamos en este tiempo; pero como Jesús está con nosotros, camina con
nosotros, es la Madre de nuestra esperanza. (Papa
Francisco)
ORATIO:
El Padre nos concede
también a nosotros, como a los apóstoles, esa luz que ilumina los ojos del
corazón y que nos hace intuir que estás presente para siempre. Así podemos
gustar ya desde ahora la viva esperanza a la que estamos llamados…
Que
no me quede mirando, Señor,
cómo
te marchas de nosotros…
Que
no me quede mirando, Señor, hacia lo alto…
Aunque,
al cielo te vayas, Señor,
condúceme
con la fuerza de tu Espíritu…
Dónde
y cómo proclamar tu mensaje,
de
qué forma ser un heraldo del Evangelio.
CONTEMPLATIO:
Mateo describe la despedida de Jesús… La
resurrección no los debe llevar a olvidar lo vivido con él en Galilea. Allí le
han escuchado hablar de Dios con parábolas conmovedoras. Allí lo han visto
aliviando el sufrimiento, ofreciendo el perdón de Dios y acogiendo a los más
olvidados. Es eso precisamente lo que han de seguir trasmitiendo. Entre los
discípulos hay quienes «vacilan».
«Se
me ha dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues,… »
Jesús «se acerca» y entra en contacto con
ellos. Él tiene la fuerza y el poder que a ellos les falta. El resucitado ha
recibido del Padre la autoridad del Hijo de Dios con «pleno poder en el cielo y
en la tierra». Si se apoyan en Él, no vacilarán.
«
haced discípulos a todos los pueblos, bautizándolos…»
Jesús les indica cuál ha de ser su misión: …«dar testimonio del resucitado», «proclamar el evangelio», «implantar
comunidades»..., pero todo estará finalmente orientado a un objetivo: «hacer
discípulos» de Jesús. Esta es nuestra misión: hacer «seguidores» de Jesús, que
conozcan su mensaje, sintonicen con su proyecto, aprendan a vivir como él y
reproduzcan hoy su presencia en el mundo…
«Y
sabed que yo estoy con vosotros todos los días…»
Así es la comunidad cristiana. La fuerza
del resucitado lo llena todo con su Espíritu. Todo está orientado a aprender y
enseñar a vivir corno Jesús y desde Jesús. El sigue vivo en sus comunidades.
Sigue con nosotros y entre nosotros curando, perdonando, acogiendo...
humanizando la vida.
■… ¡Oh bondad,
caridad y admirable magnanimidad! Donde esté el Señor, allí estará el siervo:
¿se puede dar una gloria más grande? [...] Ahí está toda mi esperanza, toda mi confianza: en él, en el hombre
Cristo, hay, en efecto, una parte de cada uno de nosotros, está nuestra carne y
nuestra sangre [...] en quien ya hemos resucitado, en quien ya vivimos la vida nueva,
ya hemos ascendido al cielo y estamos sentados en las moradas celestes.
Concédenos, Señor, por tu santo Espíritu, que podamos comprender, venerar y
honrar este gran misterio de misericordia (Juan de Fécamp).
Desde que Cristo resucitó nos ha convocado a Galilea. A la vida donde está y transcurren los acontecimientos de la gente: “Id a Galilea y allí me veréis”. Si como decimos en Navidad “la cosa empezó en Galilea” y es, en la Galilea de la vida, donde nos encontramos con la cita del Resucitado. Ahora, desde un monte, en Galilea, se realiza la Ascensión del Señor. Sube para seguir estando con los de abajo. Desaparece de nuestros ojos, pero no se aleja porque está con nosotros “hasta el final de los siglos”.
ResponderEliminarSe va, pero se queda y nos descubre que la vida cristiana es subir y bajar. Subimos con el Señor. Ascendemos a lo más alto del cielo, de su Corazón, y Él nos envía a los que no conocen el Amor de los Amores, a los que viven en todas las periferias y en el valle de la desfiguración y de las lágrimas.
El Misterio de la Ascensión, el ser elevado, forma parte única de la primera elevación en la Cruz, derramando su sangre redentora. En la segunda elevación, resucitado, para que tengamos vida y la tengamos en abundancia, y, ahora, en la última elevación es ascendido a lo más alto del cielo, como persona divina con su naturaleza humana.
Ahora, en la Trinidad, podemos contemplar la humanidad de Cristo. Un Corazón humano que late de Amor “por amor a nosotros los hombres y por nuestra salvación”. Ahora, por la Ascensión, ninguna persona puede decir con argumentos que está sola. La soledad y el vacío lo llena de la presencia del Señor Resucitado y Ascendido, en nuestro corazón.
La Ascensión nos recuerda que el Señor no quiere que vivamos “mirando al cielo”, sino que bajemos al mundo para que los hombres se encuentren con el Cielo que es Cristo, lo que les hará salir de tantos problemas que los corazones humanos, a veces, no pueden digerir.
El Señor nos dice que sigue con nosotros, como con los de Emaús, “hasta el final de los tiempos”.
+Francisco Cerro Chaves - Obispo de Coria-Cáceres