Jesús hace germinar
la semilla.
[…]
es importante aprender del Evangelio el estilo del anuncio… La semilla del
Reino, aunque pequeña, invisible y tal vez insignificante, crece
silenciosamente gracias a la obra incesante de Dios: «El reino de Dios se
parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se
levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo» (Mc 4, 26-27).
Esta es nuestra principal confianza: Dios supera nuestras expectativas y nos
sorprende con su generosidad, haciendo germinar los frutos de nuestro trabajo
más allá de lo que se puede esperar de la eficiencia humana.
Con
esta confianza evangélica, nos abrimos a la acción silenciosa del Espíritu, que
es el fundamento de la misión. Nunca
podrá haber pastoral vocacional, ni misión cristiana, sin la oración asidua y
contemplativa.
En este sentido, es necesario alimentar la vida cristiana con la escucha de la
Palabra de Dios y, sobre todo, cuidar
la relación personal con el Señor en la adoración eucarística, «lugar»
privilegiado del encuentro con Dios.
Animo
con fuerza a vivir esta profunda amistad con el Señor, sobre todo para implorar de Dios nuevas
vocaciones al sacerdocio y a la vida consagrada.
El Pueblo de Dios necesita ser guiado por pastores que gasten su vida al
servicio del Evangelio. Por eso, pido
a las comunidades parroquiales, a las asociaciones y a los numerosos grupos de
oración presentes en la Iglesia que,
frente a la tentación del desánimo, sigan
pidiendo al Señor que mande obreros a su mies y nos dé
sacerdotes enamorados del Evangelio, que sepan hacerse prójimos de los hermanos
y ser, así, signo vivo del amor misericordioso de Dios.
Queridos hermanos y hermanas, también hoy
podemos volver a encontrar el ardor del anuncio y proponer, sobre todo a los
jóvenes, el seguimiento de Cristo. Ante la sensación generalizada de una fe
cansada o reducida a meros «deberes que cumplir», nuestros jóvenes tienen el
deseo de descubrir el atractivo, siempre actual, de la figura de Jesús, de
dejarse interrogar y provocar por sus palabras y por sus gestos y, finalmente,
de soñar, gracias a él, con una vida plenamente humana, dichosa de gastarse
amando.
María santísima, Madre de nuestro
Salvador, tuvo la audacia de abrazar este sueño de Dios, poniendo su juventud y
su entusiasmo en sus manos. Que su intercesión nos obtenga su misma apertura de
corazón, la disponibilidad para decir nuestro «aquí estoy» a la llamada del
Señor y la alegría de ponernos en camino, como ella (cf. Lc 1, 39),
para anunciarlo al mundo entero.
Francisco, PP.
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