EL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS
Queridos hermanos y hermanas:
En la antífona del Magníficat dentro de
poco cantaremos: «Nos acogió
el Señor en su seno y en su corazón». En el
Antiguo Testamento se habla veintiséis veces del corazón de Dios, considerado
como el órgano de su voluntad: el hombre es juzgado en referencia al corazón de
Dios…
¡El corazón de Dios se estremece de compasión! En esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús la
Iglesia presenta a nuestra contemplación este misterio, el misterio del corazón
de un Dios que se conmueve y derrama todo su amor sobre la humanidad. Un amor
misterioso, que en los textos del Nuevo Testamento se nos revela como
inconmensurable pasión de Dios por el hombre. No se rinde ante la ingratitud, ni siquiera ante el
rechazo del pueblo que se ha escogido; más
aún, con infinita misericordia envía al mundo a su Hijo unigénito para que
cargue sobre sí el destino del amor destruido; para que, derrotando el poder
del mal y de la muerte, restituya la dignidad de hijos a los seres humanos
esclavizados por el pecado. Todo esto a caro precio: el Hijo unigénito del
Padre se inmola en la cruz: «Habiendo amado a los suyos que estaban en el
mundo, los amó hasta el extremo» (Jn 13,1).
Símbolo de este amor que va más allá de la muerte es su costado atravesado por
una lanza. A este respecto, un testigo ocular, el apóstol san Juan, afirma:
«Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió
sangre y agua» (Jn 19,34).
Queridos hermanos y hermanas, detengámonos a contemplar
juntos el Corazón traspasado del Crucificado. En la
lectura breve, tomada de la carta de san Pablo a los Efesios, acabamos de
escuchar una vez más que «Dios, rico en misericordia, por el gran amor con que
nos amó, estando muertos a causa de nuestros delitos, nos vivificó juntamente
con Cristo (...) y con él nos resucitó y nos hizo sentar en los cielos en
Cristo Jesús» (Ef 2,4-6). Estar
en Cristo Jesús significa ya sentarse en los cielos. En el Corazón de Jesús se
expresa el núcleo esencial del cristianismo; en
Cristo se nos revela y entrega toda la novedad revolucionaria del Evangelio: el
Amor que nos salva y nos hace vivir ya en la eternidad de Dios. El evangelista
san Juan escribe: «Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que
todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna» (Jn 3,16). Su Corazón divino llama
entonces a nuestro corazón; nos invita a salir de
nosotros mismos y a abandonar nuestras seguridades humanas para fiarnos de él
y, siguiendo su ejemplo, a hacer de nosotros mismos un don de amor sin reservas…
Benedicto XVI, pp emérito
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