«…
¿QUIÉN DECÍS QUE SOY YO? »
Mc.
8.27-35
En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos se dirigieron a las
aldeas de Cesarea de Felipe; por el camino, preguntó a sus discípulos: «¿Quién dice la gente que soy yo?»
Ellos le
contestaron: «Unos, Juan Bautista; otros, Elías; y otros, uno de los profetas.»
Él les preguntó: «Y vosotros, ¿quién decís
que soy?» Pedro le contestó: «Tú eres el Mesías.» Él les prohibió
terminantemente decírselo a nadie. Y empezó a instruirlos: «El Hijo del hombre
tiene que padecer mucho, tiene que ser condenado por los ancianos, sumos
sacerdotes y escribas, ser ejecutado y resucitar a los tres días.» Se lo
explicaba con toda claridad.
Entonces Pedro se
lo llevó aparte y se puso a increparlo. Jesús se volvió y, de cara a los
discípulos, increpó a Pedro: «¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Tú piensas como
los hombres, no como Dios!»
Después llamó a la gente y a sus discípulos, y
les dijo: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue
con su cruz y me siga. Mirad, el que quiera salvar su vida la perderá; pero el
que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará.»
Otras Lecturas: Isaías 50, 1-9a; Salmo 114; Santiago
2, 14-18
LECTIO:
El
Señor aprovecha los recorridos por los
caminos de Israel, para enseñar a los suyos. Camino de la región de Cesárea
Jesús lanza una pregunta directa a los suyos. La gente sabía que Jesús era
alguien especial, que era un profeta, quizás un nuevo Bautista o un nuevo
Elías… pero todas estas respuestas se quedaban cortas. Porque Jesús es mucho
más que cualquiera de los profetas. La respuesta más acertada va a llegar de labios de
Pedro: sí, Jesús es el Mesías, el ungido, el Hijo de Dios. Pero la respuesta de Pedro no es del todo correcta. Porque Pedro, y
por tanto también los discípulos, comprenden el mesianismo de Jesús de una
forma un poco equivocada. Para
ellos, en la misión de Jesús no cabe la derrota, el sufrimiento, ni el rechazo,
ir tras las huellas de Jesús, sólo podía ser sinónimo de triunfo, de poder y de
gloria.
Jesús les prohíbe revelar su identidad porque no pueden anunciar a los demás algo que
ellos, los discípulos, todavía no han acabado de comprender bien. Por eso Jesús anuncia que el camino
del Mesías también pasa por el sufrimiento y la pasión.
Jesús
ha revelado quién es Él y lo que supone seguirle.
Jesús nos ama y por eso nos invita a seguirle: “Si alguno quiere venirse conmigo…”.El amor
no puede obligar. Jesús no obliga a que le sigamos, lo desea, porque sabe que
esa opción nos dará la felicidad. Si decidimos seguir a Jesús tendremos que
hacer renuncias. Pero, ¿qué amor cuando es real no implica renuncias? Seguir a Jesús es, antes que nada, una
cuestión de amor.
MEDITATIO:
Jesús
nos pide una respuesta personal, íntima, desde la fe en Él,
desde lo que “hacemos” por Él, desde lo que estamos dispuestos al seguirle a
Él, con todas las consecuencias.
Cada uno ha de experimentar en lo más
profundo de su conciencia la respuesta a la pregunta de Jesús: «… ¿quién decís
que soy?». No bastan las palabras,
¿puedes dar una respuesta con tus obras sobre quién es Jesucristo para ti?
«Y vosotros, ¿quién decís que soy?»
No es cuestión de seguir a Jesús solo en
los momentos agradables, de predicar, dar catequesis, participar en la
Eucaristía…, seguir a Jesús supone conflicto, dar la cara, luchar por la
dignidad de las personas, renuncias, no seguir con la rutina… con el riego de
quedarse solo, incomprendido…
«El que quiera venir conmigo, cargue con su cruz y me siga.»
Santa Teresa afirma a la manera de San
Pablo: “No vivo yo ya sino que Vos,
Criador mío, vivís en mí”
ORATIO:
Perdóname, Señor Jesús, cuando expreso mi fe sólo de palabra,
cuando me refugio en el escondite del «así hacen todos», en vez de saborear los
espacios abiertos de tus caminos, a lo largo de los cuales se experimenta la
alegría de dar la vida por los hermanos.
¡Yo te sigo Jesús!
Te sigo porque sé que eres Tú, mi Señor y mi Dios,
mi Salvador y Redentor, mi
Maestro y Pastor…
Quiero ser fiel en medio de las dificultades
y tomar tu Cruz para servir a los demás.
Perdóname, Señor Jesús: también hoy he tenido miedo del
rechazo y de la burla. No he conseguido seguirte en tu camino. Tú elegiste el
amor y fuiste escarnecido, no te creyeron y, por último, te mataron. Nunca
dejaste de amar ni de demostrar amor.
CONTEMPLATIO:
Decimos
que “Jesús es el Señor”,
pero, ¿es Él el Señor de nuestra vida? ¿De que nos sirve llamarlo tantas veces
“Señor, Señor!, si no nos preocupa hacer su voluntad?
Confesamos
que “Jesús es el Cristo”,
el Mesías enviado para salvar al ser humano, pero ¿lo anunciamos con nuestras
palabras y vida como el Mesías autentico?
Proclamamos
que “Jesús es la Palabra encarnada”,
es decir, Dios hablándonos en los gestos, las palabras y la vida de Jesús. ¿Dedicamos
el tiempo necesario para leer, meditar y practicar el Evangelio? ¿Es la Palabra
de Dios, la referencia de mis opiniones, estilo de vida…?
Quien se
libera del hombre viejo y de sus obras, y reniega de sí mismo, puede decir:
« Ya no soy yo el que vive, sino que es Cristo quien vive en mí»
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