TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 13 de junio de 2015

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 14 DE JUNIO, 11º DEL TIEMPO ORDINARIO (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«¿CON QUÉ COMPARAREMOS EL REINO DE DIOS?»
Mc- 4.26-34

            En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «El reino de Dios se parece a un hombre que echa semilla en la tierra. Él duerme de noche y se levanta de mañana; la semilla germina y va creciendo, sin que él sepa cómo. La tierra va produciendo fruto sola: primero los tallos, luego la espiga, después el grano. Cuando el grano está a punto, se mete la hoz, porque ha llegado la siega».
       Dijo también: «¿Con qué podemos comparar el reino de Dios? ¿Qué parábola usaremos? Con un grano de mostaza: al sembrarlo en la tierra es la semilla más pequeña,  pero después de sembrada crece, se hace más alta que las demás hortalizas y echa ramas tan grandes que los pájaros del cielo pueden anidar a su sombra». Con muchas parábolas parecidas les exponía la palabra, acomodándose a su entender. Todo se lo exponía con parábolas, pero a sus discípulos se lo explicaba todo en privado.

Otras Lecturas: Ezequiel 17,22-24; Salmo 91; 2Corintios 5,6-10

LECTIO:
                El tema central de las parábolas de los Evangelios es el Reino de Dios. Jesús nos descubre el proyecto de Dios para la humanidad.
     Hoy la liturgia nos presenta dos parábolas: la semilla que crece sola y el grano de mostaza.
     La Palabra de Dios, el mensaje de Jesús sembrado en el hombre, en la sociedad, en el mundo, tiene la fuerza y la vitalidad suficientes para germinar y crecer.
    Crece lentamente, pero su crecimiento nadie lo puede impedir ni detener y así va apareciendo el tallo, la espiga y el trigo abundante.
      Los comienzos son sencillos y ocultos, pero la fuerza interior que tiene la semilla va impulsando el crecimiento en una planta con sus frutos. Las cosas de Dios, las cosas del Reino no se miden por nuestros criterios: productividad, utilidad, esfuerzo… El hombre es simple colaborador de la siembra.
      La fuerza del Evangelio ha ido venciendo muchas injusticias y debemos, cada uno de los cristianos, esforzarnos porque esta semilla de salvación y liberación, llegue a todos los hombres.
      La simiente de mostaza es mínima y sin embargo está dotada de fuerza interior que le hace crecer, desarrollarse y dar cobijo a los pájaros. Esta parábola es una invitación a sembrar pequeñas semillas de una humanidad nueva. El proyecto de salvación de Jesús  es humilde en sus comienzos.
      En la sencillez de la vida, pongamos mucho amor para que el Reino vaya creciendo entre nosotros. Vivir con gozo el momento presente. Sembrar cada día sin cansancio. Ser conscientes que la situación actual para sembrar, exige tener más coherencia de vida, mayor entrega y generosidad. La siembra producirá su fruto, a nosotros nos toca sembrar.
  
MEDITATIO:        
     El hombre no es el protagonista en el crecimiento del Reino de Dios. Somos meros colaboradores, pero Jesús quiere y espera nuestro esfuerzo, nuestro trabajo para que su Palabra arraigue y crezca en el hombre de hoy.
Dios actúa en la historia de la humanidad, a pesar de que las apariencias digan lo contrario. Dios actúa desde lo escondido, desde el silencio, desde las pequeñas cosas de cada día. ¿Qué podríamos hacer para que esta semilla sembrada comience a germinar?
Hay en el evangelio una llamada dirigida a todos a sembrar pequeñas semillas de una nueva humanidad. Algo que pueda pasar tan desapercibido como la semilla más pequeña, pero que está llamado a crecer y fructificar. ¿Cómo acojo esta llamada? ¿Qué puedo hacer para que el mensaje de Jesús sea luz y consuelo para otras personas?
Jesús es paciente y respeta nuestra libertad para responder a su gracia. Cómo es mi aptitud, ¿respeto los ritmos de los demás? ¿Soy consciente que me toca sembrar, acompañar, orar…?                                                                                                                                                             
 ORATIO:
Enséñanos, Señor, a experimentar la vida como regalo y don,
y a dejar crecer en nosotros la bondad y la generosidad…

     En el Salmo 91, el salmista desarrolla imagen del justo. Esta semana unámonos al salmista para proclamar el amor de Dios por la mañana, y por la noche su fidelidad.
     Pidámosle a Dios que nos muestre cómo echar raíces más profundas en Él para que nuestra vida se vuelva fuerte y fructífera.

CONTEMPLATIO:
     La semilla está ya sembrada, depende de cada uno de nosotros hacerla germinar en las manos de Jesús y convertirla en un árbol grande y fuerte que cobije a muchos hombres. Por más que sea imperceptible, el crecimiento de la semilla se lleva a cabo, “sin que uno sepa como”. Pero se le deben garantizar las condiciones apropiadas. Eso es lo que nos toca a nosotros: preparar la tierra, abonarla, regarla, proteger los brotes y la planta de cualquier agente externo que le dañe o impida su crecimiento.

     Dice Santa Teresa que “la tierra que no es labrada llevará abrojos y espinas aunque sea fértil”. Cuidemos nuestra tierra para que crezca la semilla de la gracia que cada día nos regala el Señor.

1 comentario:

  1. Nos dice el final del Evangelio de este domingo que Jesús hablaba en parábolas. No era un dialecto especial, ni un idioma extraño. Era el modo sencillo de traducir de mil modos el misterio del que era portador y portavoz a la vez. No acudía a las alambicadas explicaciones de los letrados, tan obtusas como poco fiables, porque decían con palabras y palabrerías lo que luego no gritaba la vida.
    Pone dos ejemplos Jesús. Los dos del ámbito agrario. Se ve que sus oyentes se dedicaban a este menester como trabajo. Un sembrador echa la simiente y se va a descansar. No sabe cómo, pero la semilla crece y madura, y se va formando hasta germinar. Llegado ese momento, está lista para la siega.
    Realmente impresiona la forma tan sencilla de explicar que hay cosas que no dependen de nosotros, aunque en algún momento se cuente con nosotros. Así es la vida de Dios que siembra su palabra en el surco de nuestra libertad, de nuestra inteligencia, de nuestro corazón. No sabemos tampoco nosotros cómo, pero el hecho es que hay cosas que van adelante, se enderezan, logran su armonía, y se les devuelve la bondad y la belleza primigenias. Es la callada labor de un Dios paciente que no deja de trabajar incluso cuando nosotros andamos distraídos, torpes, ausentes. El resultado bendito es una gracia madura que no es fruto de nuestro cálculo ni el resultado de nuestra conquista.
    El segundo ejemplo, parábola también, es el del grano de mostaza. Bien pequeño, el más donde los haya. Y sin embargo, cayendo en la tierra buena y dejándola crecer, logra hacerse grande quien comenzara diminuta. Y sin embargo, cayendo en la tierra buena y dejándola crecer, logra hacerse grande quien comenzara diminuta. Tanto, tanto crece, que aventaja a otras hortalizas, y hasta en sus ramas se cobijan los pájaros, y hasta anidan en ellas. Pero todo comenzó por una semilla pequeña como la mostaza. Así la vida, así cada pequeño gesto, cada pequeño perdón, cada pequeña esperanza… que sembrada esa pequeñez en la grandeza de Dios, da como resultado ver crecer lo que no es fruto de nuestra medida.
    Jesús hablaba así, con palabras que todos entendían, en las que era fácil reconocerse y comprobar aquellas gentes que cuanto les decía sencillamente les correspondía. Por eso estas parábolas se escuchaban como quien oye una buena noticia, y no dudaban en comparar con otros predicadores para venir a concluir que Jesús tenía verdadera autoridad.
    + Jesús Sanz Montes-Arzobispo de Oviedo

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