TIEMPO LITÚRGICO

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domingo, 5 de abril de 2015

LECTIO DIVINA PAR A EL DOMINGO 5 DE ABRIL, DOMINGO DE PASCUA (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

« NO ESTÁ AQUÍ. HA RESUCITADO »
Jn. 20. 1-9
            El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro. Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
       «Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto». Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
      Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
       Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó. Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que Él había de resucitar de entre los muertos.

Otras Lecturas: Hechos 10,34ª.37-43; Salmo 117; Colosenses 3,1-4


LECTIO:
                Jesús resucitado inaugura la nueva creación, la definitiva, la novedad de la restauración de todas las cosas en Cristo.
       Al discípulo amado le fue suficiente “ver” todo aquello para “creer” en el Resucitado. Por eso se afirma que llegó al sepulcro antes que Pedro. Se dio cuenta de lo que significaba todo aquello.
     La comunidad de Jesús, que en un principio buscaba un cadáver, va aclarando cada vez más su fe en el Resucitado. María Magdalena busca un cadáver, y lo hace con amor, prontitud, sensibilidad, dolor, sin esperanza.
      Pedro es respetado como autoridad y entra el primero en el sepulcro. Comprueba, pero no cree. El discípulo amado ve y cree. El amor lleva a la fe.
       El discípulo amado pasa de “ver” la realidad a “creer” en otra realidad más profunda: Cristo Resucitado. Cuanto más se deja uno conducir por la luz de la fe tanto más “ve” de otro modo la realidad exterior e interior. Hay un cambio en el mirar y en el contemplar de las personas y de las cosas cuando la resurrección lo ilumina todo.
       La Resurrección de Jesús transforma la creación. Primero transforma a sus mismos discípulos: de hombres tímidos y cobardes a personas valientes, entregadas.
       Transforma la realidad de la sociedad, porque hace nuevas todas las cosas, porque la creación espera anhelante que se manifieste a los que serán los hijos de Dios.
      La fe en Cristo Resucitado nos conduce, a los creyentes a sentirnos criaturas nuevas. La fe transforma la dura realidad, de sufrimiento y desesperanza, en un nuevo modo de vivir, ver y entenderlo todo, con ojos limpios, corazón transparente y con alegría ante la contradicción.
       La fe cambia el dolor en amor, la tristeza en sonrisa, el mal en bien. La fe nos conduce a llenar la vida del gozo de la resurrección para recrear todos nuestros valores, sentimientos, actitudes y conducta.
                     
MEDITATIO:
            El relato del sepulcro vacío ayudó a las primeras comunidades cristianas a expresar su fe. Nosotros también confesamos que Cristo ha resucitado y necesitamos leer los signos de la resurrección de Cristo que aparecen en nuestro vivir cotidiano.
El hecho de la Resurrección de Jesús ha de cambiar nuestra vida, como a María Magdalena y a los discípulos. Déjate impresionar por la energía del Resucitado. Relee y medita, con actitud de fe, los relatos de las apariciones de Jesús. Siéntete como uno de los discípulos: con miedo, pero con ganas de superarlo; con dudas, pero con hambre de creer y confiar totalmente en Jesús.
¿Qué sepulcros vacíos hay en tu vida? ¿Qué tinieblas dominan tu interior, que no dejan brillar la luz del Resucitado? ¿Ha amanecido para ti el día del Señor?
■  ¿Qué te impide entregarte de lleno al Resucitado? ¿Cuáles son para ti los signos en los que ves a Cristo Resucitado: los pobres, los desesperanzados, los bautizados sin compromiso…?
¿Está Jesús vivo y presente en todos los ámbitos de tu vida? ¿Cómo muestras en tu vida el rostro de Jesús resucitado? ¿Llevas a los demás a Cristo vivo y resucitado?
                                                                                                                                                                    
ORATIO:
Creo Señor…Que resucitado, estás junto a nosotros…
     ¡Señor Jesucristo, hoy tu luz resplandece en nosotros, fuente de vida y de gozo! Danos tu Espíritu de amor y de verdad para que, como María Magdalena, Pedro y Juan, sepamos también nosotros descubrir e interpretar a la luz de la Palabra los signos de tu vida divina presente en nuestro mundo y acogerlos con fe para vivir siempre en el gozo de tu presencia junto a nosotros, aun cuando todo parezca rodeado de las tinieblas de la tristeza y del mal.
Creo Señor…que resucitado eres el Señor, el Hijo de Dios, el Cristo, el esperado, el Señor de todo lo creado.
     “Hoy el cielo y la tierra cantan el nombre inefable y sublime del Crucificado resucitado‟. Todo parece como antes, pero, en realidad, nada es ya como antes. Él, la Vida que no muere, ha redimido y vuelto a abrir a la esperanza a toda existencia humana. “Pasó lo viejo, todo es nuevo‟ (2 Co 5,17).

CONTEMPLATIO:
            Celebramos el triunfo de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio, de la verdad sobre la mentira, de la paz sobre la violencia. Esta es la esperanza que ilumina y sostiene la vida y el testimonio de los cristianos.

¡El Señor ha Resucitado! Esta es la fe de la Iglesia.

     Contempla y pasa por el corazón cada uno de los detalles del acontecimiento narrado en el evangelio de san Juan. Toma el pulso a tu fe en la Resurrección de Jesús. 
     Creer en el Resucitado es creer que un día escucharemos: “Yo soy el origen y el final de todo. Al que tenga sed, yo le daré del agua de la vida”

1 comentario:

  1. Lo que celebramos los cristianos es la pascua, el paso, de una muerte a la vida. Lo cual, no termina el domingo de resurrección, sino que precisamente empieza, o mejor dicho, nunca terminó. De modo que, no suframos operaciones retorno, no regresemos de lo que en estos días hemos visto y oído, sino que permanezcamos ahí como testigos gozosos de la vida, en medio de un mundo cotidiano que sufre en demasiadas muertes.
    El Evangelio del domingo de pascua trae un curioso protagonista: el sepulcro, que hasta 7 veces se reseña, y los personajes se mueven en torno a él: van, vienen, vuelven, miran, se detienen, pasan... Aquel sepulcro no era un tumba cualquiera. Para unos, como los sumos sacerdotes y los letrados, el sepulcro era el final de la pesadilla que para ellos tal vez fue Jesús. Para otros, como Pilato, tal vez el final de un susto que le puso contra las cuerdas haciendo peligrar su poltrona política. Para otros, finalmente, como los discípulos, el sepulcro era su pena, su escándalo, su frustración. Es posible que, recordando tantas palabras de su Maestro, aún mirarían aquel lugar con una débil esperanza... por si acaso.
    Pero llegó Magdalena, y al ver aquello así, abierto y sin Jesús, pensó lo más natural: que alguien había robado el cadáver. Y comunicado a los Apóstoles, corrieron para ver. El discípulo a quien Jesús quería, vio y creyó. Y comenzaron a entender la Escritura, a reconocer como verdad lo que ya les había sido otras veces anunciado: que Jesús resucitaría. No hay espacio ya para el temor, porque cualquier dolor y vacío, cualquier luto y tristeza, aunque haya que enjugarlos con lágrimas, no podrán arañar nuestra esperanza, nuestra luz y nuestra vida... Porque Cristo ha resucitado, y en Él, como en el primero de todos los que después hemos seguido, se ha cumplido el sueño del Padre Dios, un sueño de bondad y belleza, de amor y felicidad, de alegría y bienaventuranza. El sueño que Él nos ofrece como alternativa a todas nuestras pesadillas.
    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo

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