TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 2 de junio de 2012

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 3 DE JUNIO; SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD

Mateo 28.16-20  En aquel tiempo, los once discípulos se fueron a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Al verlo, ellos se postraron, pero algunos vacilaban. Acercándose a ellos, Jesús les dijo: «Se me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra. Id y haced discípulos de todos los pueblos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; y enseñándoles a guardar todo lo que os he mandado. Y sabed que yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo».

Otras lecturas: Deuteronomio 4.32-34, 39-40; Salmo 32; Romanos 8.14-17
LECTIO:
   El Evangelio de Mateo concluye con un encuentro cara a cara de Jesús con sus discípulos. Una vez más, los discípulos podían ver a Jesús, pero no todos podían dar crédito a sus ojos. De ahora en adelante, Jesús seguirá estando con ellos pero no podrán verle más. En la lectura de hoy Jesús les encomienda a sus discípulos un encargo muy importante, al que algunos han denominado ‘La Misión Universal’. Han de dirigirse a las gentes de todas las naciones, anunciarles el Evangelio y convertirlos en discípulos y miembros de la comunidad cristiana mediante el bautismo.
   Jesús les da instrucciones específicas. En primer lugar, han de bautizar a las gentes en el nombre del Dios Trino, Padre, Hijo y Espíritu Santo. Jesús enseña a sus seguidores a ver a Dios como tres personas en una sola realidad y a amarse y servirse mutuamente de la misma manera en que lo hacen los miembros de la Trinidad. En segundo lugar, han de enseñar a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les ha dado.
   Por último, Jesús deja a los discípulos con una promesa trascendental que sigue siendo tan válida para nosotros en la actualidad como lo fue para los primeros discípulos: ‘Yo estaré con vosotros todos los días’ (versículo 20).
   La presencia invisible del Señor resucitado en medio de nosotros constituye el misterio de la comunidad cristiana. Es Jesús, que vive en sus discípulos, quien atrae a nuevos creyentes y los ayuda a crecer. Su norma fundamental sigue siendo el amor de unos a otros (Juan 15.12).
MEDITATIO:
A Jesús le ha sido dado toda autoridad en el cielo y en la tierra (versículo 18). En última instancia es Dios quien tiene todo bajo su control. ¿Cómo podría influir esto en nuestra manera de pensar y en nuestras oraciones?
Considera alguna de las enseñanzas y mandamientos de Jesús. ¿En qué medida los obedeces? Santiago nos advierte que no nos dejemos engañar: ‘no basta con oír el mensaje; hay que ponerlo en práctica’ (Santiago 1.22).
Jesús nos promete que estará siempre con nosotros. ¿Qué significa esto para ti personalmente?
Considera el amor y la entrega que existen entre las personas de la Trinidad. Jesús quiere que sigamos este ejemplo en nuestras relaciones mutuas.
ORATIO:
El Salmo 33 habla de la creación, las promesas eternas de Dios y su protección. Vale la pena recordar las promesas de Dios porque nos ofrecen fortaleza y esperanza.
   Mientras oras, ten la Biblia abierta y escribe la ‘P’ de ‘promesas’ en el margen, al lado de Mateo 28.20 y del Salmo 33.20. Dale gracias a Dios por las promesas que te hace: la Biblia está llena de ellas. Durante el día trata de recordar esos versículos: a medida que te los aprendas y los lleves a la práctica, se irán convirtiendo en una realidad en tu vida. Encontrarás muchas más promesas, así que ten a mano el lápiz.
CONTEMPLATIO:
   Hay un tema constante en las lecturas de hoy: el amor y la protección eterna. En Deuteronomio 4, inmediatamente antes de revelarles los diez mandamientos, Moisés recuerda a los israelitas el amor y la providencia de Dios a lo largo de toda su historia.
   En Romanos 8.14-17, Pablo pone de relieve que aquellos a quienes Dios conduce con su Espíritu son hijos de Dios.
© Sociedades Bíblicas Unidas

A las fuentes del amor

   Hablar de la Trinidad es como introducirse en el ámbito del hogar, en la más acogedora y familiar de las situaciones. No significa entrar en una oscuridad impenetrable o  acercarse a enigmas insolubles, sino conocer con los ojos de la fe la gloria de Dios Uno y Trino, aun desde la penumbra de nuestra historia personal, comunitaria, humana, y alabarlo a la espera de verle un día cara a cara... como Él es. Este augusto misterio nos ha sido revelado por Cristo Jesús, cuya vida, pasión y muerte constituye la plena actualidad de vida, la revelación plena de Dios que nos ofrece amor perfecto donde menos se podía esperar. El amor «despliega» la Trinidad.
   Este es el mensaje que los Apóstoles deben proclamar a los cuatro vientos: «Id, haced discípulos de todos los Pueblos, bautizándoles en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo». De la Trinidad brota la fuerza del apostolado como fuerza del amor que es autocomunicación del bien ara todos.

1 comentario:

  1. ¿Quién podrá pintar un verdadero icono del mismo Dios? Sólo la Verónica, vera-icona nos permitió ver plasmado en su lienzo el rostro sufriente de Jesús. Pero, ¿y el Padre y el Espíritu? Los artistas lo han intentado desde todos sus talentos. Pero la Trinidad es el rostro reluciente y el hogar habitable que anhela nuestro corazón, el corazón del único ser creado a “imagen y semejanza de su Creador" (Gén 1,27), no un teorema complicado de aritmética teológica. Y porque en tantas ocasiones la historia humana se ha asemejado a cualquier cosa menos a Dios, porque demasiadas veces nuestras ocupaciones y preocupaciones desdibujan o malogran la imagen que nuestro Creador dejó en nosotros plasmada, por eso necesitamos volver a mirar y a mirarnos en Dios.
    La fiesta de este domingo y las lecturas bíblicas de su misa, nos permiten reconocer algunos de los rasgos de la imagen de Dios a la cual debemos asemejarnos. En primer lugar, Dios no es solitariedad. El es comunión de Personas, Compañía amable y amante. Por eso no es bueno que el hombre esté solo (Gén 2,18): no porque un hombre solo se puede aburrir sino porque no puede vivirse y desvivirse a imagen de su Creador.
    La primera lectura de esta fiesta dice que sólo hay un único Dios, el cual nos manda guardar los mandamientos para que seamos felices (Deut 4,39-40). Y ese Dios que nos propone un determinado modo de vivir, no para atosigarnos sino para que realmente alcance nuestro corazón aquello para lo cual nació: la felicidad, no ha querido hacernos súbditos felices o piezas encajadas y anónimas en la máquina del mundo, sino que nos ha hecho hijos suyos, nos ha adentrado en su hogar y nos ha hermanado a su propio Hijo Unigénito. Por eso podemos decir en verdad ¡Padre! por la fuerza del Espíritu (Rom 8,14-17). Y tan es verdad que somos hermanos de Jesús, que hemos heredado su misión como Él mismo dice a los suyos en su despedida: adentrad a todos en el hogar trinitario, bautizadlos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñadles a ser felices según Dios, enseñadles lo que yo os he mandado (Mt 28,18-20).
    Nuestra fe en el Dios en quien creemos no es la adhesión a una rara divinidad, tan extraña como lejana, sino que creyendo en Él creemos también en nosotros, porque nosotros –así lo ha querido Él– somos la difusión de su amor creador. Amarle a Él es amarnos a nosotros. Buscar apasionadamente hacer su voluntad, es estar realizando, apasionadamente también, nuestra felicidad. Desde que Jesús vino a nosotros y volvió al Padre, Dios está en nosotros y nosotros en Dios... como nunca y para siempre.
    Mirar la Trinidad y mirarnos en Ella, la familia de los hijos de Dios, haciendo un mundo y una historia que tengan el calor y el color de ese Hogar en el que eternamente habitaremos: en compañía llena de armonía y de concordia, en esperanza nunca violada ni traicionada, en amor grande y dilatado como el Corazón de Dios.
    +Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

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