TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 12 de mayo de 2012

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 13 DE MAYO, 6º DE PASCUA

Amaos los unos a los otros

Juan 15.9-17 Yo os amo como el Padre me ama a mí; permaneced, pues, en el amor que os tengo. Si obedecéis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo obedezco los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
“Os hablo así para que os alegréis conmigo y vuestra alegría sea completa. Mi mandamiento es este: Que os améis unos a otros como yo os he amado. No hay amor más grande que el que a uno le lleva a dar la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que os mando. Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; os llamo amigos, porque os he dado a conocer todo lo que mi Padre me ha dicho. Vosotros no me escogisteis a mí, sino que yo os he escogido a vosotros y os he encargado que vayáis y deis mucho fruto, y que ese fruto permanezca. Así el Padre os dará todo lo que le pidáis en mi nombre. Esto es, pues, lo que os mando: Que os améis unos a otros.

Otras lecturas: Hechos 10.25-26, 34-35, 44-48; Salmo 97; 1 Juan 4.7-10

LECTIO:
   Jesús dirige estas palabras a sus discípulos pocas horas antes de ser crucificado y antes de que éstos, aterrados, le abandonen. Además, forman parte de la enseñanza más extensa que les ofrece en Juan 15.13-17.
   Jesús quiere que sus discípulos compartan su alegría. Es un hombre profundamente alegre y aquí les revela la manera de compartir la alegría en su interior: permaneciendo en su amor y amándose los unos a los otros.
   El amor existente entre Jesús y Dios Padre es recíproco. Jesús deja claro que la obediencia es la manera en que permanece en el amor de su Padre. Lo mismo sucede con nosotros. Esta relación constante entre Jesús y nosotros hace que dejemos de ser siervos y nos convirtamos en amigos de Jesús (versículos 14-15).
   Jesús les da un mandamiento a sus discípulos: ‘amaos unos a otros como yo os he amado’ (versículo 12). Han de seguir el ejemplo de su amor, amándose unos a otros de la misma manera en que él los ama. Sin esto, no pueden compartir su alegría. Ni tampoco nosotros.
   Este amor práctico y profundo dentro de una comunidad hace que el amor y la vida de Jesús sean una realidad tanto para el que ama como para el que es amado.
   Viviendo constantemente en su presencia, Jesús está en medio de nosotros y a través de su palabra cobramos confianza en la vida con el Padre. En una palabra: este es el misterio del vivir cristiano.
MEDITATIO:
¿Por qué insiste Jesús en el amor como condición radical? ¿Cómo permanecemos en su amor?
Considera lo que significa amar a  nuestro prójimo de la manera en que Jesús nos ama. En la práctica, ¿qué quiere decir ‘dar la vida por los amigos’? ¿Qué podemos aprender acerca del amor en 1 Corintios 13?
ORATIO:
   No somos nosotros quienes escogemos la vida cristiana por nuestra cuenta. En realidad, hemos sido escogidos y se nos ha confiado un encargo (Juan 15.16). Resulta sobrecogedor pensar que Dios nos conocía y nos escogió para llevar a cabo su proyecto de amor. Podemos unirnos a este grandioso canto de alabanza del Salmo 98. Lee estos versos varias veces y ofréceselos a Dios como tu propia oración de alabanza.
CONTEMPLATIO:
   Hechos 10.25-48 nos relata los acontecimientos que siguieron a la visión de Pedro (Hechos 10.1-14) y la visita que hizo a un hombre llamado Cornelio. Pedro recibe la revelación de que la Buena Noticia del Evangelio no está dirigida tan sólo a unos pocos elegidos, sino a toda la humanidad, y comunica a toda la casa de Cornelio que ‘Dios no hace diferencia entre una persona y otra’ (versículo 34).
   1 Juan 4.7-10 remacha este argumento: Dios demostró su amor por todo el mundo, enviando a Jesús para perdonarnos nuestros pecados.

© Sociedades Bíblicas Unidas 2012

1 comentario:

  1. Andamos preparando despedidas. Jesús se marchaba al cielo y debía dar a los suyos lo que había recibido como encargo de parte del Padre: todo aquello para lo que nació humanamente y por lo que inhumanamente murió. La liturgia de estos días finales de pascua, nos permite contemplar este momento de transmisión suprema, y tanto el Evangelio del domingo pasado como el de esta semana, nos dan el apretado mensaje del testamento de Jesús como inmediata preparación de la solemnidad que celebraremos el próximo domingo: la Ascensión.
    El Evangelio de hoy, como toda la vida y el mensaje de Jesús, está dominado por palabras que tienen una raíz común: amar (5 veces), amor (4 veces), amigo (3 veces). ¿No ha sido, acaso, el amor y la amistad lo que Jesús ha venido a recordar, a profundizar, a llevar a su plenitud? El amor es la quintaesencia del cristianismo, por eso la revelación de Jesús nos ha desvelado el rostro amable y amante de Dios. No será el “dios tremendo”, vengativo y justiciero, ocupado y preocupado de la Gran Disciplina, sino que el Dios del que Jesús nos hablará, siendo Él mismo la Palabra y la manifestación, es un Dios que tiene entrañas de misericordia (Lc 1,78), que se ha hecho camino y acompañante (Lc 24,13ss), que es como un pastor bondadoso (Jn 10), como un padre que espera siempre la vuelta de sus hijos pródigos (Lc 15), que ofrece el perdón incluso cuando ya se está casi fuera de tiempo, como con el buen ladrón (Lc 23,39-43). Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; como os he amado yo, amaos entre vosotros. Y así hasta el final, hasta dar la vida (Jn 15,9.12).
    La elección de Jesús no es para formar parte de un partido, secta o club, sino para dar fruto duradero (Jn 15,16). Él quiere que esa dinámica creadora que tiene su origen en el amor del Padre (Benedicto XVI), vaya adentrándose en las venas de la tierra, en las entrañas de la historia, para generar la civilización del amor (Pablo VI), la cultura del amor (Juan Pablo II). Y porque esto es lo que anida en nuestro corazón como inapagable e incensurable deseo, cuando esta nueva civilización y cultura que emergen del amor cristiano tiene lugar en algún sitio, entonces la alegría de Jesús está en los hombres, llega a plenitud (Jn 15,11). Y así sucedió con el paso de los primeros cristianos: que la ciudad se llenó de alegría (Hch 8,8). Es esto lo que deseamos para todos los pueblos, sea cual sea su tristeza, su mordaza o su corrupción: poder amarse con aquel amor de Dios que Jesús nos dejó como testamento y quehacer. Lo decía aquel gran teólogo que fue von Balthasar: sólo el amor es digno de fe.

    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

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