TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 19 de mayo de 2012

DOMINGO 7º DE PASCUA EN LA SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Mirando al cielo, con los pies en la tierra.

Cuarenta días después de la Resurrección, la Palabra de Dios describe cómo Jesús se despide físicamente de sus discípulos, dándoles las últimas instrucciones:
"Y les dijo: - Vayan por todo el mundo y anuncien la Buena Nueva a toda la creación. El que crea y se bautice se salvará. El que se resista a creer se condenará. Y estas señales acompañarán a los que crean en mi Nombre: echarán los espíritus malos, hablarán en nuevas lenguas, tomarán con sus manos las serpientes y si beben algún veneno no les hará ningún daño. Pondrán las manos sobre los enfermos y los sanarán- Así pues, el Señor Jesús, después de hablar con ellos, fue llevado al cielo y se sentó a la derecha de Dios"    (Mc 16, 15-19; cfr. Lc 24, 50-51).
Mientras miraban fijamente al cielo hacia donde iba Jesús, se les aparecieron dos hombres vestidos de blanco que les dijeron: Hombres de Galilea, ¿qué hacen ahí mirando al cielo? Este que ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá como lo han visto subir al cielo". (Hch. 1, 3-11)
Otras Lecturas: Hechos 1,1-11; Salmo 46; Efesios 1,17-23

     En el día de la ascensión, oh Cristo Rey, los ángeles y los hombres te aclaman:

     «Tú eres santo, Señor, porque has descendido y has salvado a Adán, al hombre hecho de polvo, del abismo de la muerte y del pecado, y por tu santa ascensión, oh Hijo de Dios, los cielos y la tierra entran a gozar de la paz. ¡Gloria a aquel que ha sido enviado!»

     La Iglesia ha visto a su Esposo en la gloria, y ha olvidado los sufrimientos soportados en el Gólgota. En lugar del peso de la cruz que llevaba, es una nube luminosa la que lo lleva. Y él se levanta vestido de esplendor y majestad.

     Un gran prodigio tiene lugar hoy en el monte de los Olivos: ¿Quién es capaz de decirlo? Nuestro maestro había descendido buscando a Adán y, después de encontrar al que estaba perdido, lo trae sobre sus espaldas y glorioso lo introduce en el cielo con él.

     Vino y nos mostró que era Dios; se revistió de un cuerpo y nos mostró que era hombre; descendió a los infiernos y manifestó que había muerto; subió y ha sido exaltado y nos ha mostrado cuan grande es. 
¡Bendita sea su exaltación!

     En el día de su nacimiento, María se alegra; en el día de su muerte, la tierra tiembla; en el día de su resurrección, el infierno se aflige; en el día de su ascensión, el cielo exulta.
¡Bendita sea su ascensión!
de la Liturgia Siríaca

1 comentario:

  1. El periplo siguió su curso, y al igual que la misión de Jesús no terminó en el Calvario, ni siquiera el sepulcro vacío era la escena final gloriosa. Tenía que volver al Padre, pero confiando a los suyos su propia misión. La ascensión de Jesús no es un adiós sin más, ni una despedida que provoca la nostalgia sentimental o la pena lastimera. El marcharse del Señor inaugura un modo nuevo de Presencia suya en el mundo, y un modo nuevo también de ejercer su Misión. Es importante entender bien la aparente despedida de Jesús, porque su ascensión no significa, ni en el texto que comentamos ni en la historia que durante dos mil años luego ha transcurrido, una simple evasión de Jesús. Él comienza a estar... de otra manera.
    Como dice bellamente San León Magno en una homilía sobre la ascensión del Señor: “Jesús bajando a los hombres no se separó de su Padre, como ahora que al Padre vuelve tampoco se alejará de sus discípulos”. Él cuando se hizo hombre no perdió su divinidad (Filp 2,5ss), ni su intimidad con el Padre bienamado, ni su obediencia hasta el final más extremo y abandonado. Ahora que regresa junto a su Padre para sentarse a su derecha (expresión que indica igualdad), no perderá su humanidad, ni su comunión con los suyos. La misión de Jesús, después de su resurrección se prolonga en la misión de sus discípulos, a los cuales entrega el testigo del encargo que recibiera Él de su Padre: ir a todo el mundo, a toda la creación, y anunciar la Buena Noticia. Les constituye en prolongación de lo que Él empezó a decir y a manifestar en Galilea, y que ellos llevarán hasta los confines últimos. Y harán esos signos que evocan el mundo nuevo esperado por los profetas que el mismo Jesús había ya manifestado.
    Nosotros, que en este domingo celebramos la ascensión del Señor, somos precisamente los destinatarios de esta escena que ahora contemplamos. Él nos encarga su misión, nos hace misioneros de su Buena Noticia enseñando lo que nosotros hemos aprendido, narrando lo que a nosotros nos ha acontecido, lo que nos ha devuelto la luz y la vida, lo “que hemos visto y oído” (1Jn 1,3), como decían los primeros cristianos.
    Hemos de acercarnos a este mundo y a esta creación de hoy, con sus luces y sombras, sus trampas y mentiras, sus incoherencias y heridas... tan diversas y tan dolientes, y allí ser esa prolongación de la alegría cristiana, de la esperanza, del gusto por la vida que trajo la Buena Noticia del Señor. Hay demasiados dolores y pesares, demasiadas preguntas y retos en la gente como para que los cristianos creamos que ya está todo dicho y hecho. Jesús y su Evangelio son siempre un tema pendiente, y a nosotros se nos ha confiado su acercamiento real al corazón de la vida anunciando la esperanza que salva al mundo.

    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

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