TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 17 de marzo de 2012

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 18 DE MARZO, 4º DE CUARESMA

Dios envía un Salvador


Juan 3.14-21     En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo: "Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna. Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él. El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Hijo único de Dios. El juicio consiste en esto: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra perversamente detesta la luz y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras. En cambio, el que realiza la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios."
Otras lecturas: 2 Crónicas 36.14-16, 19-23; Salmo 136; Efesios 2.4-10
LECTIO:
   El pasaje de hoy se sitúa en el contexto de un encuentro entre Jesús y Nicodemo, un destacado dirigente religioso.
   Juan tiene un estilo distinto del de Marcos y con frecuencia ofrece más detalles. Nos cuenta algunos encuentros mantenidos por Jesús con diversos individuos. A través de estos diálogos captamos ciertos aspectos de la personalidad y de la misión de Jesús.
   En esta ocasión Jesús traza un paralelo entre la razón por la que ha venido a la Tierra y un acontecimiento de tiempos de Moisés. Como experto en la Sagrada Escritura, Nicodemo tuvo que entender la historia. Puedes leer todo el relato en Números 21.4-9.
   Los israelitas pecaron contra Dios y éste les envió serpientes venenosas. Se arrepintieron y clamaron pidiendo ayuda. Dios dijo a Moisés que colocara una serpiente de bronce en un estandarte. Cuando miraban a la serpiente, quedaban curados.
   Del mismo modo, Jesús fue levantado y puesto en un estandarte, la cruz. Para los israelitas que habían sido mordidos, puede que la visión de la serpiente les resultara aterradora. Pero, sin lugar a dudas, para los judíos, la visión de un crucificado tenía que ser estremecedora.
   Ahora bien, Jesús en la cruz es un signo de salvación: quien cree en él puede ser salvado de sus pecados y obtener el perdón. Muriendo en la cruz, Jesús se ofreció al Padre como quien carga con el pecado. El Padre y él quieren que todos reciban el perdón de sus pecados y obtengan la gracia y el gozo de la vida que mana de Dios, Trinidad Santa. Cristo logró para nosotros esta victoria muriendo en la cruz y resucitando. Dios envió a su hijo Jesús porque nos ama.
MEDITATIO:
Te sugerimos que leas nuestro pasaje dentro del contexto más amplio de Juan 3. ¿Existe algún vínculo entre el diálogo de Jesús y Nicodemo sobre la necesidad de volver a nacer y el amor que Dios tiene a la humanidad? ¿Te sientes como Nicodemo y necesitas más explicaciones? ¿O ya has recibido la nueva vida espiritual en Jesús?
ORATIO:
   Juan 3.16 es uno de los versículos más citados de la Biblia. Relee este versículo varias veces. Pídele a Dios que te haga comprender con mayor profundidad lo que significa esta promesa para ti y para tus conocidos. Presta atención, quizás Dios quiere hablar contigo de manera especial.
CONTEMPLATIO:
   ¿Qué nuevos aspectos añaden las dos lecturas de hoy (2 Crónicas 36.14-16, 19-23; y Efesios 2.4-10) a la lectura del Evangelio cuando se las aplicamos a Jesús? En Crónicas vemos que entonces, al igual que ahora, algunas personas se burlan de los servidores de Dios y hacen caso omiso de sus palabras. El autor de Efesios deja bien claro que mientras que nuestra salvación se fundamenta solamente en la gracia de Dios –y no en nuestros esfuerzos o en nuestras obras– Dios nos ha creado para toda una vida de buenas obras.

1 comentario:

  1. Se llamaba Nicodemo. Era miembro del Sanedrín, dignatario fariseo, maestro de Israel y versado en las Escrituras. Fue a hurtadillas en busca del verdadero maestro, tomando a la noche como cómplice amable, en sus tumbos y en su oscuridad de creyente peregrino. Lo que le preocupaba a Nicodemo era la salvación del hombre, el sentido de la vida. Jesús le dijo que había que nacer de nuevo y volver a empezar. Nicodemo no entendió mucho. Después tuvo que oir que hay que dejarse llevar por el Espíritu de Dios, ese Espíritu que no se deja controlar ni manipular, y que se parece al viento y a su libertad: que notas cuando viene, pero no sabes de dónde proviene ni a dónde te conlleva. Nicodemo siguió sin entender demasiado (Jn 3,1-13). Jesús, en la parte final de este diálogo, retomará un argumento muy querido por el Evangelio de Juan: el Hijo que amó hasta el extremo y la luz despreciada. La serpiente que mordía a los israelitas causándoles el peligro de inminente muerte, será al mismo tiempo signo de salvación en el estandarte de Moisés; tanto que, al mirarla los mordidos por ella, quedaban curados. Esta paradoja es la que se verifica en la elevación de Jesús: una cruz que le dará la muerte a Él, nos obtendrá la vida a los demás, y de la misma manera que la muerte no tendrá la última palabra para Jesús, tampoco la tendrá sobre aquellos que “mirarán al que traspasaron” (Jn 19,37).
    A este buscador nocturno se le daba finalmente la clave de todas sus preguntas posibles: vivir en la verdad y no tener miedo a la luz, ese era el camino de la salvación. Evidentemente, esa luz es una persona viva: “yo soy la luz del mundo” (Jn 8,12). Creer en esta luz es dejarse abrazar por ella y poner nuestros adentros a su sol, aunque descubramos que no todo es trigo limpio en nuestra vida. Porque sólo vemos el polvo y las telarañas en una habitación cuando en ella entra el sol. Así fue la propuesta de Jesús a Nicodemo, y así es la que nos hace la Cuaresma: abrid vuestra ventana y que entre la luz de Dios. No para abrumarnos con todo eso que estamos tentados de ocultar, de tapar, de disfrazar, sino para convertirnos, para nacer de nuevo, para volver a empezar. Porque sólo podrá cantar el aleluya pascual, el aleluya luminoso y resucitado, quien haya tenido el arrojo y la humildad de cantar el miserere de sus oscuridades y muertes cotidianas. A esto nos educa la Cuaresma.


    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

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