MAYO EN NUESTRA FE MARIANA
Para los cristianos,
Mayo, tiene un adjetivo Mariano. La llegada de este mes, con su estallido de colores, su luz intensa..., nos habla del Creador y de
nuestra Madre del Cielo, la Santísima Virgen María.
El primero
en asociar al mes de mayo la devoción a María, en nuestra literatura, pudo ser
el rey Alfonso X el Sabio, que escribió así al comienzo de sus Cantigas: "¡Bienaventurado
mayo!, porque con su serena alegría nos invita a rogar a María con nuestros
cantos ante sus altares"…
La Virgen
está ahí, en el pueblo, en la Ciudad, en el Evangelio, en la vida de nuestra
Iglesia. Está en las enseñanzas conciliares del Vaticano II, ocupando un
apartado especial, muy rico en enseñanzas. Muchos podríamos acercarnos a ese
gran capítulo VIII de la Constitución Lumen Gentium para contemplar a la Virgen
María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia. Todo un tratado
de mariología que los sacerdotes deberían procurar acercar a sus fieles durante
este mes de mayo.
Esta devoción brota de la
percepción del pueblo cristiano no sólo de la misión
salvífica que Dios ha confiado a la Madre del Salvador, sino también por ser
nuestra Madre santa e inmaculada, que ruega por nosotros ante la presencia de
Dios. Es "Madre de misericordia" que intercede por
nosotros ante su Hijo. Por todo ello, durante
este mes, los altares marianos parecen un vergel. El amor se hace flor ante la Virgen María. Ella no se cansa de escuchar nuestras súplicas y está
siempre atenta a la voz de sus hijos. En este clima se han creado un sinfín de
devociones sencillas, pero profundas, peregrinaciones, romerías,
triduos, novenas. Sobre todo hemos de destacar el rezo del Ángelus y del Santo Rosario.
Es muy
oportuno no sólo conservar, sino también renovar, las celebraciones marianas
durante este mes. Podemos tener presente el tiempo litúrgico de Pascua, que
coincide en gran parte con este mes, como también el acontecimiento
de Pentecostés, que inauguró el camino de la Iglesia. Mayo es buena oportunidad
para renovar nuestra devoción a María Santísima en nuestras familias,
parroquias e individualmente, de no ser posible lo anterior. Es camino seguro y directo
para acercarnos a su Hijo, nuestro Salvador.
A Ella encomendamos, de manera especial, a
todas las personas enfermas, a quienes sufren y caminan solas, a los cristianos
perseguidos sólo por serlo. Que nuestra oración sea un canto que
llegue hasta su presencia desde todos los rincones de esta Iglesia
del Santo Reino y el mejor de los ramilletes de flores, en su honor.
¡Venid y vamos todos... con
flores a María!
+ Ramón del Hoyo López - de una Carta Pastoral
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