Nuestro amor a María llega al corazón de Dios
Durante el
verano se celebran muchas fiestas dedicadas a la Virgen María, o visitaremos algún santuario. María nunca
nos deja solos, siempre está con nosotros, a nuestro lado, porque es la Madre de Cristo y de la Iglesia y
Jesús nos ha confiado a ella. Ella lucha a nuestro lado en las dificultades y
siempre nos lleva al Señor. Pero debemos invocarla.
Hay muchos jóvenes que cuando aprenden a rezar el Rosario les
acompaña durante el día, y avanzan en su fe porque viven así en presencia de
Dios. Muchas personas lo rezan al levantarse o al acostarse, otros mientras
viajan en coche o en autobús desplazándose a trabajar, otros en su parroquia o
comunidad. Os invito, por tanto, a perseverar y a rezarlo unidos y constantes.
Hay familias que lo rezan juntos, pero tendrían que hacerlo muchas más.
Deberían iniciarse aún otros muchos, de modo que rezando juntos estuviese
presente siempre la oración en sus casas. Y se debería rezar en todas las
parroquias, antes o después de alguna misa concurrida. Nuestro amor a la
Virgen llega al Corazón de Cristo, pero, sobre
todo, se transforma en tantas bendiciones con las que Dios nos hace crecer en
gozo y en paz.
“Quien predica a Dios que sea hombre de
Dios”,
se solía decir. La Virgen nos invita a hacerlo desgranando cada misterio del rosario para
compenetrarnos más y más con ella que sigue en todo al Señor; nos anima a
meditar estas cosas y rumiarlas en el silencio del diálogo con Dios; va por
delante de nosotros aceptando la voluntad de Dios y animándonos, como en las bodas de Caná de
Galilea: “haced lo que Él os diga”.
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