« ¡BENDITO EL QUE VIENE EN EL
NOMBRE DEL SEÑOR! »
Mc. 11,1-10
Cuando Jesús y los
suyos iban de camino a Jerusalén, al llegar a Betfagé y Betania, cerca del
monte de los Olivos, les dijo a dos de sus discípulos: “Id al pueblo que ven
allí enfrente; al entrar, encontrareis amarrado un burro que nadie ha montado
todavía. Desatadlo y traedlo. Si alguien os pregunta por qué lo hacéis,
contestadle: ‘El Señor lo necesita y lo devolverá pronto’ ”. Fueron y
encontraron al burro en la calle, atado junto a una puerta, y lo
desamarraron. Algunos de los que allí estaban les preguntaron: “¿Por qué
sueltan al burro?”. Ellos contestaron lo que había dicho Jesús y ya nadie los
molestó.
Llevaron el burro, le
echaron encima los mantos y Jesús montó en él. Muchos extendían su manto en el camino, y otros lo tapizaban con
ramas cortadas en el campo. Los que iban delante de Jesús y los que lo seguían,
iban gritando vivas: “¡Hosanna!
¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que llega, el
reino de nuestro padre David! ¡Hosanna en el cielo!”.
Otras
Lecturas: Mc. 14. 1-15,47; Isaías 50,4-7; Salmo 21; Filipenses 2,6-11
Celebramos la entrada de
Jesús en Jerusalén, montado en un borrico. Con este acto de
humildad, nos muestra así el camino de abajamiento que le llevará hasta la
muerte y una muerte de cruz … Nuestro Señor es
aclamado a la entrada de Jerusalén; la gente seguía con la admiración
hacia Él, creo que lo aclamaban de corazón, reconociendo su grandeza: «¡Es
Jesús, el profeta de Nazaret de Galilea!». Jesucristo entró en Jerusalén entre los gritos de alabanza de unos, la indiferencia e ignorancia de
otros, y la confesión de fe de los creyentes…
Me pregunto: ¿Qué ha pasado para que estos que gritan sus alabanzas, a los pocos días
pidan que lo crucifiquen?, ¿a qué se debe
este cambio de opinión? La respuesta puede encontrarse en algo sencillo, que
aquellos cánticos estaban muy influenciados por sus sentimientos de admiración
y el juicio les venía de comprobar las obras que hacía Jesús, de la fama que le
acompañaba, pero eso es fugaz, ya que cuando vienen los problemas la gente se
olvida. Y aquí viene la catequesis que quiere el Señor
que aprendan, Jesús les enseñará a hacer la voluntad del Padre, puesto que hacer la voluntad del Padre es su alimento. En la Sagrada
Escritura podemos ver su conciencia clara y decidida a hacer la voluntad del
Padre, recordad lo que dijo en otro momento de conflicto con los judíos:
«Cuando levantéis en alto al Hijo del hombre, entonces conoceréis que “Yo soy”,
y no hago nada por mí mismo, sino que, según me enseñó el Padre, hablo. El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque
yo hago siempre lo que es de su agrado» (Jn 8, 28-29).
(+ José Manuel Lorca
Planes - Obispo de Cartagena)
Jesús entra en Jerusalén. La
liturgia nos invita a hacernos partícipes y tomar parte de la alegría y fiesta
del pueblo que es capaz de gritar y alabar a su Señor; alegría
que se empaña y deja un sabor amargo y doloroso al terminar de escuchar el
relato de la Pasión. Pareciera que en esta
celebración se entrecruzan historias de alegría y sufrimiento, de errores y
aciertos que forman parte de nuestro vivir cotidiano como discípulos, ya que
logra desnudar los sentimientos contradictorios que también hoy, hombres y
mujeres de este tiempo, solemos tener. (Papa
Francisco)
Y así se termina silenciando
la fiesta del pueblo, derribando la esperanza,
matando los sueños, suprimiendo la alegría; así se termina blindando el
corazón, enfriando la caridad. Es el grito del «sálvate a ti mismo» que quiere
adormecer la solidaridad, apagar los ideales, insensibilizar la mirada… el
grito que quiere borrar la compasión, ese «padecer con», la compasión, que es
la debilidad de Dios. (Papa
Francisco)
Frente a todos estos titulares, el mejor
antídoto es mirar la cruz de Cristo y dejarnos interpelar por su último grito. Cristo
murió gritando su amor por cada uno de nosotros […]
¿Qué
mira nuestro corazón? ¿Jesucristo sigue siendo
motivo de alegría y alabanza en nuestro corazón o nos avergüenzan sus
prioridades hacia los pecadores, los últimos, los olvidados? (Papa Francisco)
Enséñanos, Señor, a hacer silencio en estos días, para escuchar tu palabra y meditar en tu Misterio de Amor… a orar para conocer lo que Dios quiere, lo que nos pide… a tomar tu cruz cada día, para morir a nuestros egoísmos y bajezas.
Tú me mueves, Señor, muéveme el verte
clavado en una cruz y escarnecido,
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muéveme tus afrentas y tu muerte.
«¡Bendito el
reino que llega,… ¡Hosanna en el cielo! »
Jesús entra en Jerusalén y
los cristianos en la Semana Santa, que
es la gran semana en la que se concentra el supremo testimonio del drama de
Jesús.
Su vida pública comenzó con la escena del
Bautismo en el Jordán. Allí el Padre “presentó” a su Hijo a los hombres como el
bienamado predilectamente (Lc 3,22). Al
final del camino de esa larga subida de Jesús a Jerusalén, otra vez esos tres
protagonistas se reúnen: el Padre bienamante, el Hijo bienamado y la humanidad
tan grande y tan mísera, tan favorecida y tan desagradecida a la vez […]
Y el pueblo es como es,
somos como somos. Ahí estamos nosotros. Unas
veces gritando “hosannas” al Señor, y otras crucificándole de mil maneras, como
hizo la muchedumbre judía hace dos mil años; unas veces cortaremos
hasta la oreja del que ose tocar a nuestro Señor, y otras le ignoraremos hasta
el perjuro en la fuga más cobarde, como hizo Pedro, el discípulo fogoso; unas
veces le traicionaremos con un beso envenenado como hizo Judas, o con un
aséptica tolerancia que necesita lavar la imborrable culpabilidad de sus manos
cómplices de la tragedia, como hizo Pilato; unas veces seremos fieles
rabiosamente, tristemente, haciéndonos solidarios de una causa perdida, como
María Magdalena, otras lo seremos con la serenidad de una fe que cree y espera
una palabra más allá de la muerte, como María la Madre… (+ Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de
Oviedo)
■… Ea,
pues, corramos a una con quien se apresura a su pasión, e imitemos a quienes
salieron a su encuentro. Y no para extender por el suelo, a su paso, ramos de
olivo, vestiduras o palmas, sino para prosternarnos nosotros mismos, con la disposición
más humillada de que seamos capaces y con el más limpio propósito, de manera
que acojamos al Verbo que viene, y así logremos captar a aquel Dios que nunca
puede ser totalmente captado por nosotros. (San Andrés de Creta)