TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 19 de noviembre de 2016

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 20 DE NOVIEMBRE, 34º DEL TIEMPO ORDINARIO EN LA SOLEMNIDAD DE CRISTO REY (Comentario de + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm-Arzobispo de Oviedo)

«ESTE ES EL REY DE LOS JUDÍOS»
Lc. 23. 35-43

     En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
     «A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
     «¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».


Otras Lecturas: 2Samuel 5, 1-3; Salmo 121; Colosenses 1, 12-20

LECTIO:
     La solemnidad de Cristo Rey, nos permite contemplar a Cristo como rey del universo. Finaliza el año litúrgico, un tiempo en el que vivimos todas las etapas de la vida de Jesús, compartimos su enseñanza, meditamos en torno a su sacrifico, vivimos la gracia de su resurrección, y nos llenamos de su Espíritu Santo.
     Así como era el rey para los pueblos que tuvieron monarquías, así debe ser Cristo para cada persona. Jesús, como rey, nos ha dado su vida para salvarnos de la muerte eterna, con su muerte de cruz ha perdonado nuestros pecados y nos ha dado la gracia.
     Pero también, como todo rey, nos exige fidelidad, nos exige exclusividad, que no tengamos otros reyes, que no tengamos otros dioses. Ese es el significado fundamental de la solemnidad de Cristo Rey, celebrar la centralidad de nuestro salvador en nuestras vidas.
     La naturaleza de nuestro Rey Jesús la vemos cuando está en el suplicio de la cruz, que es el trozo del evangelio propuesto hoy. Uno de los condenados con él, el que llamamos “el buen ladrón”, recrimina la poca fe del otro condenado y le pide a Jesús la gracia de ir a su reino.
     A pesar de estar en el mismo suplicio, en la misma prueba, ve en el otro crucificado a su Dios y Rey. Y por supuesto Jesús demuestra que la clave de ir a su reino está en el reconocimiento de él como nuestro Dios y en el reconocimiento de su bondad que nos perdona. El paraíso es eso, sentir que estamos cerca de Jesús y que recibimos en abundancia su amor y su misericordia por toda la eternidad.
     Este final del año litúrgico nos invita a que pongamos en el Centro a Cristo, como nuestro rey, como nuestro soberano. A que abramos nuestro corazón a su gracia, y a que seamos sus testigos en este mundo.

MEDITATIO:
     Jesús es el centro de la creación y la actitud que se pide al creyente es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. La pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo. (Papa Francisco)
     Además de ser centro de la creación y centro de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios. Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En él somos uno; un único pueblo unido a él, compartimos un solo camino, un solo destino. Sólo en él, en él como centro, encontramos la identidad como pueblo. (Papa Francisco)
     Cristo es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de la historia de cada hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio. (Papa Francisco)
     La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la plegaria que la ha pedido. El Señor siempre da más, es tan generoso, da siempre más de lo que se le pide: le pides que se acuerde de ti y te lleva a su Reino. (Papa Francisco)

ORATIO:
     Señor Jesús, hijo del amor de Dios, Tú, que padeciste la injusticia humana para encontrar a un condenado a muerte, ayúdanos a realizar hoy la justicia de tu Reino: el perdón del pecador, la fiesta para cada hombre arrebatado al reino de la muerte

Dirijo la mirada a las montañas;
¿de dónde vendrá mi ayuda?
Mi ayuda viene de Dios,
creador del cielo y de la tierra.

     …que nuestros corazones endurecidos se apasionen de nuevo ante el misterio de la vida contenido en el universo; que nuestras manos ensangrentadas trabajen en la construcción de tu Reino. A ti, Señor, el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos.

CONTEMPLATIO:

«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino»

     Estamos ante uno de los momentos más importantes en la historia de la Salvación. Cuando Jesús asume ser desde ahora la única víctima agradable al Padre Dios. Ya no será necesario seguir inmolando corderos a Dios. Jesús se ha ofrecido y con su sangre nos ha comprado para Dios, nos ha liberado de toda atadura, y con su muerte nos libró de la muerte eterna. Según el relato de Lucas, Jesús ha agonizado en medio de las burlas y desprecios de quienes lo rodean. Nadie parece haber entendido su vida. Nadie parece haber captado su entrega a los que sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha visto en su rostro la mirada compasiva de Dios. Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.
     ¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos abandonara para siempre a nuestra suerte?
     “Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús. Es un de los dos delincuentes crucificados junto a él. Este hombre sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien a todos. Intuye en su vida un misterio que a él se le escapa, pero está convencido de que Jesús no va a ser derrotado por la muerte.

«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».

     En este día, nos vendrá bien pensar en nuestra historia, y mirar a Jesús, y repetirle a menudo: “Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino. Jesús, acuérdate de mí, porque yo quiero ser bueno, pero me falta la fuerza, soy pecador. Pero, acuérdate de mí, Jesús. Tú puedes acordarte de mí porque tú estás en tu Reino.”  “Acuérdate de mí, Señor, tú que estás en el centro, tú que estás en tu Reno”.


   El Hijo de Dios es el rey de los cielos. Más aún, por ser la verdad misma y la misma sabiduría y justicia, con razón afirmamos que se identifica con el mismo Reino. Este Reino, por tanto, no tiene sede ni por debajo ni por encima de nuestra dimensión, sino en todo lo que recibe el nombre de «cielo»  allí ejerce el Señor su poder sobre aquel que se ha convertido él mismo en «cielo», llevando en sí mismo la imagen de realidades celestiales    (Orígenes).

1 comentario:

  1. Termina el año cristiano, y la Iglesia celebra el domingo de Cristo Rey. La liturgia nos relata el final de la pasión de Jesús en la que aparece como Rey. ¿Dónde está, Rey, tu reinado? Y ¿dónde tus súbditos leales?¿Adónde se fueron los incondicionales discípulos?¿En qué quedaron todos tus proyectos bienaventu¬rados?¿cómo es que este que se presenta así rey-de-los-judíos, ha nacido de mujer, se entretiene con niños, atiende a pobres y enfermos, se detiene con toda clase de pecadores, y pone en solfa nuestras leyes inhumanas? Así, todos, por temor, o desencanto, o indignación, o defraude... fueron abandonando a aquel Rey. Bueno, todos no. Estaban María, algunas mujeres y Juan. Y había otro más, el de la ultimísima hora: Dimas. Sólo Dimas no empleó el condicional de quien duda o niega, sino el imperativo de quien está seguro ante el acontecimiento que sus ojos ven: acuérdate de mí. La res¬puesta de Jesús no se hizo esperar: hoy estarás conmigo en el Paraíso.
    Aquel Rey y su Reino no terminaron entonces. Aquel estar con Jesús y parti¬cipar en su reinado es lo que los cristianos hemos venido celebrando y prolongando durante siglos. Y es lo que en este último domingo del año litúrgico queremos es¬pecialmente recordar: que Él es el Rey de todo lo creado, el Rey de una nueva his¬toria, el Rey de una nueva humanidad
    El reinado de Jesús no es una proclama fugaz y oportunista, no es un dis¬curso fácil y barato. Es, ni más ni menos, que devolver a la humanidad la posibili¬dad de volver a ser humana según el diseño de Dios; la posibilidad de reemprender aquel camino perdido que Dios ofreció antaño, y que una libertad no vivida en la luz, en la verdad y en el amor, llevó al traste. El reinado de Jesús es ese espacio de nueva historia en la que es posible vivir como hijos ante Dios, como hermanos ante los hombres, como confraternos ante todo lo creado.
    Ya ha comenzado este reinado, y tantos hombres y mujeres han vivido así. Pero también, ¡cuántos aún no viven así ni ante el Padre Dios, ni ante el hermano hombre, ni ante la confraterna creación! Por eso, es un Reino de Jesús, que está sólo empezado, que se encuentra sin terminar, sin su plenitud final. Sólo hay un trono y éste es para Dios; y en ese trono se brinda libertad. Toda suplantación de ese Rey supondrá un camino de esclavitud, de inhumanidad, de corrupción, como lo demuestra la historia de siempre y la más reciente. Por Jesucristo Rey y por ese Reino hay que seguir trabajando, construyén¬dolo cotidianamente con cada gesto, en cada situación y circunstancia, para ir des¬terrando y transformando cuanto en nosotros y entre nosotros no corresponda al proyecto del Señor. Como dijeron nuestros mártires: ¡viva Cristo Rey!
    + Jesús Sanz Montes, ofm - Arzobispo de Oviedo

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