LA
ADORACIÓN EUCARÍSTICA, 3.
Historia (retazos)
■ La piedad eucarística crecía
grandemente en el pueblo católico
Los últimos ocho siglos de la historia de
la Iglesia suponen en los fieles católicos un crescendo notable en
la devoción a Cristo, presente en la Eucaristía. En efecto, a partir del siglo XIII, como hemos visto, la devoción al Sacramento se va difundiendo más y más
en el pueblo cristiano, haciéndose una parte
integrante de la piedad católica común. Los santos –como lo comprobaremos– y
los grandes maestros espirituales, los predicadores, los párrocos en sus
comunidades, las Cofradías del Santísimo Sacramento, impulsan con fuerza ese
desarrollo devocional.
En el crecimiento de la piedad eucarística
tiene también una gran importancia la
doctrina del concilio de Trento sobre la veneración debida al Sacramento (1551. Denz 1643-1644. 1649.
1656). Por ella, oponiéndose fuertemente a los protestantes,
se renuevan devociones antiguas y se
impulsan otras nuevas…
■ Crisis actual de la devoción eucarística
En nuestro tiempo, estas posiciones
protestantes han afectado a una buena parte de los católicos
progresistas o modernistas. Pero, por el contrario, la devoción eucarística
crece en los católicos fieles
a la Iglesia, como puede verse, por ejemplo, en la multiplicación
notable de las capillas de Adoración
perpetua. El decaimiento del culto a la Eucaristía fue combatido
por Pablo VI en su encíclica Mysterium
fidei (1965), y
también, como veremos más adelante, por los Papas posteriores a él.
Pablo VI
enseña en referencia a la Eucaristía que no se puede «insistir tanto en la naturaleza del
signo sacramental, como si el simbolismo, que ciertamente todos admiten en la
sagrada Eucaristía, expresase exhaustivamente el modo de la presencia de Cristo
en este sacramento. Ni se puede tampoco discutir sobre el misterio de la transustanciación sin
referirse a la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo
de Cristo y de toda la sustancia del vino en su sangre, conversión de la
que habla el concilio de Trento, de modo que se limitan ellos tan sólo a lo que
llaman transignificación y transfinalización. Como tampoco se
puede proponer y aceptar la opinión de que en las hostias consagradas, que quedan después de celebrado el santo
sacrificio, ya no se halla presente nuestro Señor Jesucristo» (4). Sí, Cristo glorioso está
presente verdadera, real y substancialmente en la Eucaristía, y lo adoramos de
todo corazón en el sagrario, en la custodia.
José María Iraburu, Consiliario
diocesano ANE de la Archidiócesis de Pamplona
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