TIEMPO LITÚRGICO

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lunes, 21 de noviembre de 2016

LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA, 3.
Historia (retazos)

La piedad eucarística crecía grandemente en el pueblo católico
     Los últimos ocho siglos de la historia de la Iglesia suponen en los fieles católicos un crescendo notable en la devoción a Cristo, presente en la Eucaristía. En efecto, a partir del siglo XIII, como hemos visto, la devoción al Sacramento se va difundiendo más y más en el pueblo cristiano, haciéndose una parte integrante de la piedad católica común. Los santos –como lo comprobaremos– y los grandes maestros espirituales, los predicadores, los párrocos en sus comunidades, las Cofradías del Santísimo Sacramento, impulsan con fuerza ese desarrollo devocional.
     En el crecimiento de la piedad eucarística tiene también una gran importancia la doctrina del concilio de Trento sobre la veneración debida al Sacramento (1551. Denz 1643-1644. 1649. 1656). Por ella, oponiéndose fuertemente a los protestantes, se renuevan devociones antiguas y se impulsan otras nuevas

 Crisis actual de la devoción eucarística
     En nuestro tiempo, estas posiciones protestantes han afectado a una buena parte de los católicos progresistas o modernistas. Pero, por el contrario, la devoción eucarística crece en los católicos fieles a la Iglesia, como puede verse, por ejemplo, en la multiplicación notable de las capillas de Adoración perpetua. El decaimiento del culto a la Eucaristía fue combatido por Pablo VI en su encíclica Mysterium fidei (1965), y también, como veremos más adelante, por los Papas posteriores a él.
     Pablo VI enseña en referencia a la Eucaristía que no se puede «insistir tanto en la naturaleza del signo sacramental, como si el simbolismo, que ciertamente todos admiten en la sagrada Eucaristía, expresase exhaustivamente el modo de la presencia de Cristo en este sacramento. Ni se puede tampoco discutir sobre el misterio de la transustanciación sin referirse a la admirable conversión de toda la sustancia del pan en el cuerpo de Cristo y de toda la sustancia del vino en su sangre, conversión de la que habla el concilio de Trento, de modo que se limitan ellos tan sólo a lo que llaman transignificación y transfinalización. Como tampoco se puede proponer y aceptar la opinión de que en las hostias consagradas, que quedan después de celebrado el santo sacrificio, ya no se halla presente nuestro Señor Jesucristo» (4).  Sí, Cristo glorioso está presente verdadera, real y substancialmente en la Eucaristía, y lo adoramos de todo corazón en el sagrario, en la custodia. 
José María Iraburu, Consiliario diocesano ANE de la Archidiócesis de Pamplona


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