«ESTE
ES EL REY DE LOS JUDÍOS»
Lc. 23.
35-43
En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido». Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo: «Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».Había también por encima de él un letrero: «Este es el rey de los judíos». Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros». Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, éste no ha hecho nada malo». Y decía: «Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino». Jesús le dijo: «En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Otras
Lecturas: 2Samuel 5, 1-3; Salmo 121; Colosenses 1, 12-20
LECTIO:
La solemnidad de Cristo Rey, nos permite
contemplar a Cristo como rey del universo. Finaliza el año litúrgico, un tiempo
en el que vivimos todas las etapas de la vida de Jesús, compartimos su
enseñanza, meditamos en torno a su sacrifico, vivimos la gracia de su
resurrección, y nos llenamos de su Espíritu Santo.
Así como era el rey para los pueblos que
tuvieron monarquías, así debe ser Cristo para cada persona. Jesús, como rey, nos ha dado su vida
para salvarnos de la muerte eterna, con su muerte de cruz ha perdonado nuestros
pecados y nos ha dado la gracia.
Pero también, como todo rey, nos exige fidelidad, nos exige exclusividad, que no tengamos
otros reyes, que no tengamos otros dioses. Ese es el significado fundamental de
la solemnidad de Cristo Rey, celebrar la centralidad de nuestro salvador en
nuestras vidas.
La naturaleza de nuestro Rey Jesús la
vemos cuando está en el suplicio de la cruz, que es el trozo del evangelio
propuesto hoy. Uno de los condenados con él, el que llamamos “el buen ladrón”,
recrimina la poca fe del otro condenado y le pide a Jesús la gracia de ir a su
reino.
A pesar de estar en el mismo suplicio, en
la misma prueba, ve en el otro crucificado a su Dios y Rey. Y por supuesto
Jesús demuestra que la clave de ir a su reino está en el reconocimiento de él
como nuestro Dios y en el reconocimiento de su bondad que nos perdona. El
paraíso es eso, sentir que estamos cerca de Jesús y que recibimos en abundancia
su amor y su misericordia por toda la eternidad.
Este
final del año litúrgico nos invita a que pongamos en el Centro a Cristo, como nuestro rey,
como nuestro soberano. A que abramos nuestro corazón a su gracia, y a que
seamos sus testigos en este mundo.
MEDITATIO:
Jesús es el centro de la creación y la actitud que se pide al creyente
es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los
pensamientos, las palabras y las obras. La pérdida de este centro, al
sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el
ambiente que nos rodea como para el hombre mismo. (Papa Francisco)
Además de ser centro de la creación y centro de la reconciliación,
Cristo es centro del pueblo de Dios. Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el
«hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo,
de todos nosotros, a precio de su vida. En él somos uno; un único pueblo unido
a él, compartimos un solo camino, un solo destino. Sólo en él, en él como
centro, encontramos la identidad como pueblo. (Papa Francisco)
Cristo es el centro de la historia de la humanidad, y también el centro de la historia de
cada hombre. A él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las
tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el
centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y
nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio. (Papa
Francisco)
La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice
que la gracia de Dios es siempre más abundante que la plegaria que la ha
pedido. El Señor siempre da más, es tan generoso, da siempre más de lo que se
le pide: le pides que se acuerde de ti y te lleva a su Reino. (Papa
Francisco)
ORATIO:
Señor Jesús, hijo del
amor de Dios, Tú, que padeciste la injusticia humana para encontrar a un
condenado a muerte, ayúdanos a realizar hoy la justicia de tu Reino: el perdón
del pecador, la fiesta para cada hombre arrebatado al reino de la muerte…
Dirijo
la mirada a las montañas;
¿de
dónde vendrá mi ayuda?
Mi ayuda
viene de Dios,
creador
del cielo y de la tierra.
…que nuestros
corazones endurecidos se apasionen de nuevo ante el misterio de la vida
contenido en el universo; que nuestras manos ensangrentadas trabajen en la
construcción de tu Reino. A ti, Señor, el honor, el poder y la gloria por los
siglos de los siglos.
CONTEMPLATIO:
«Jesús, acuérdate de mí cuando
llegues a tu reino»
Estamos ante uno de los momentos más
importantes en la historia de la Salvación. Cuando Jesús asume ser desde ahora
la única víctima agradable al Padre Dios. Ya no será necesario seguir inmolando
corderos a Dios. Jesús se ha ofrecido y con su sangre nos ha comprado para
Dios, nos ha liberado de toda atadura, y con su muerte nos libró de la muerte
eterna. Según el relato de Lucas, Jesús
ha agonizado en medio de las burlas y desprecios de quienes lo rodean. Nadie
parece haber entendido su vida. Nadie parece haber captado su entrega a los
que sufren ni su perdón a los culpables. Nadie ha visto en su rostro la mirada
compasiva de Dios. Nadie parece ahora intuir en aquella muerte misterio alguno.
¿Cómo podríamos creer en un Dios que nos
abandonara para siempre a nuestra suerte?
“Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a
tu reino”. No es un discípulo ni un seguidor de Jesús. Es un de los dos
delincuentes crucificados junto a él. Este
hombre sabe que Jesús es un hombre inocente, que no ha hecho más que bien a
todos. Intuye en su vida un misterio que
a él se le escapa, pero está convencido de que Jesús no va a ser derrotado
por la muerte.
«En verdad te digo: hoy estarás
conmigo en el paraíso».
En este día, nos vendrá bien pensar en nuestra historia, y mirar a
Jesús, y repetirle a menudo: “Acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu
Reino. Jesús, acuérdate de mí, porque yo quiero ser bueno, pero me falta la
fuerza, soy pecador. Pero, acuérdate de mí, Jesús. Tú puedes acordarte de mí
porque tú estás en tu Reino.” “Acuérdate
de mí, Señor, tú que estás en el centro, tú que estás en tu Reno”.
■… El Hijo de Dios es el rey de los cielos. Más aún, por ser la
verdad misma y la misma sabiduría y justicia, con razón afirmamos que se
identifica con el mismo Reino. Este Reino, por tanto, no tiene sede ni por
debajo ni por encima de nuestra dimensión, sino en todo lo que recibe el nombre
de «cielo»… allí ejerce el
Señor su poder sobre aquel que se ha convertido él mismo en «cielo», llevando
en sí mismo la imagen de realidades celestiales (Orígenes).