La adoración Eucarística
Benedicto XVI, pp. Emérito
Queridos hermanos y hermanas:
La pasada solemnidad del Corpus
Christi,… nos invitó a contemplar el misterio supremo de nuestra fe: la santísima Eucaristía, presencia real de
nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento del altar. Cada vez que el
sacerdote renueva el sacrificio eucarístico, en la oración de consagración
repite: «Esto es mi cuerpo... Ésta es mi sangre». Lo dice prestando la voz, las
manos y el corazón a Cristo, que ha
querido quedarse con nosotros y ser el corazón latente de la Iglesia.
Pero también después de la celebración de los divinos misterios el Señor
Jesús sigue vivo en el sagrario; por eso lo alabamos especialmente con la adoración eucarística, como
recordé en la reciente exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (cf.nn.66-69). Más aún, existe un vínculo intrínseco entre la
celebración y la adoración. En efecto, la santa misa es en sí misma el mayor
acto de adoración de la Iglesia: «Nadie come de esta carne -escribe san
Agustín-, sin antes adorarla» (Enarr.
in Ps. 98,9). La adoración
fuera de la santa misa prolonga e intensifica lo que ha acontecido en la celebración litúrgica, y hace posible
una acogida verdadera y profunda de Cristo…
Quisiera aprovechar para recomendar vivamente a los pastores y a todos
los fieles la práctica de la adoración eucarística. Expreso mi aprecio a los
institutos de vida consagrada, así como a las asociaciones y cofradías que se
dedican de modo especial a la adoración eucarística: invitan a todos a poner a
Cristo en el centro de nuestra vida personal y eclesial.
Asimismo, me alegra constatar que muchos jóvenes están descubriendo la
belleza de la adoración, tanto personal como comunitaria. Invito a los
sacerdotes a estimular a los grupos juveniles, y también a seguirlos, para que
las formas de adoración comunitaria sean siempre apropiadas y dignas, con
tiempos adecuados de silencio y de escucha de la palabra de Dios. En la vida actual, a menudo ruidosa y
dispersiva, es más importante que nunca
recuperar la capacidad de silencio interior y de recogimiento: la adoración
eucarística permite hacerlo no sólo en torno al «yo», sino también en compañía
del «Tú» lleno de amor que es Jesucristo, «el Dios cercano a nosotros».
Que la Virgen
María, Mujer eucarística, nos introduzca en el secreto de la
verdadera adoración. Su corazón, humilde y sencillo, estaba siempre
centrado en el misterio de Jesús, en el que adoraba la presencia de Dios y de
su Amor redentor. Que por su intercesión aumente en toda la Iglesia la fe en el
Misterio eucarístico, la alegría de participar en la santa misa, especialmente
en la del domingo, y el deseo de testimoniar la inmensa caridad de Cristo.
En la
Eucaristía, sacramento de la caridad, Cristo nos revela el amor infinito de
Dios. Acudamos a la Virgen María para que nos ayude y enseñe a recibir, con un
corazón cada vez más purificado y agradecido, el don que Cristo nos hace de sí
mismo en este sacramento.
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