TIEMPO LITÚRGICO

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viernes, 21 de junio de 2013

La adoración Eucarística
Benedicto XVI, pp. Emérito

Queridos hermanos y hermanas:
     La pasada solemnidad del Corpus Christi,… nos invitó a contemplar el misterio supremo de nuestra fe: la santísima Eucaristía, presencia real de nuestro Señor Jesucristo en el Sacramento del altar. Cada vez que el sacerdote renueva el sacrificio eucarístico, en la oración de consagración repite: «Esto es mi cuerpo... Ésta es mi sangre». Lo dice prestando la voz, las manos y el corazón a Cristo, que ha querido quedarse con nosotros y ser el corazón latente de la Iglesia.
     Pero también después de la celebración de los divinos misterios el Señor Jesús sigue vivo en el sagrario; por eso lo alabamos especialmente con la adoración eucarística, como recordé en la reciente exhortación apostólica postsinodal Sacramentum caritatis (cf.nn.66-69). Más aún, existe un vínculo intrínseco entre la celebración y la adoración. En efecto, la santa misa es en sí misma el mayor acto de adoración de la Iglesia: «Nadie come de esta carne -escribe san Agustín-, sin antes adorarla» (Enarr. in Ps. 98,9). La adoración fuera de la santa misa prolonga e intensifica lo que ha acontecido en la celebración litúrgica, y hace posible una acogida verdadera y profunda de Cristo…
     Quisiera aprovechar para recomendar vivamente a los pastores y a todos los fieles la práctica de la adoración eucarística. Expreso mi aprecio a los institutos de vida consagrada, así como a las asociaciones y cofradías que se dedican de modo especial a la adoración eucarística: invitan a todos a poner a Cristo en el centro de nuestra vida personal y eclesial.
     Asimismo, me alegra constatar que muchos jóvenes están descubriendo la belleza de la adoración, tanto personal como comunitaria. Invito a los sacerdotes a estimular a los grupos juveniles, y también a seguirlos, para que las formas de adoración comunitaria sean siempre apropiadas y dignas, con tiempos adecuados de silencio y de escucha de la palabra de Dios. En la vida actual, a menudo ruidosa y dispersiva, es más importante que nunca recuperar la capacidad de silencio interior y de recogimiento: la adoración eucarística permite hacerlo no sólo en torno al «yo», sino también en compañía del «Tú» lleno de amor que es Jesucristo, «el Dios cercano a nosotros».
     Que la Virgen María, Mujer eucarística, nos introduzca en el secreto de la verdadera adoración. Su corazón, humilde y sencillo, estaba siempre centrado en el misterio de Jesús, en el que adoraba la presencia de Dios y de su Amor redentor. Que por su intercesión aumente en toda la Iglesia la fe en el Misterio eucarístico, la alegría de participar en la santa misa, especialmente en la del domingo, y el deseo de testimoniar la inmensa caridad de Cristo.
     En la Eucaristía, sacramento de la caridad, Cristo nos revela el amor infinito de Dios. Acudamos a la Virgen María para que nos ayude y enseñe a recibir, con un corazón cada vez más purificado y agradecido, el don que Cristo nos hace de sí mismo en este sacramento.

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