ADVIENTO: EL TIEMPO QUE LATE EN EL CORAZÓN
Este tiempo litúrgico
—que abre cada año el ciclo cristiano y prepara el corazón para el Nacimiento
del Señor— está cargado de historia, simbolismo y
teología… Antiguos concilios, lecciones de grandes Papas,
interpretaciones medievales y claves bíblicas se unen para mostrar que el
Adviento es mucho más que una preparación: es el pulso mismo de la fe
cristiana.
Cuando Benedicto XVI
explicaba la profundidad del Adviento, lo hacía desde la raíz
misma de la palabra. Recordaba que San
Pablo, en su Primera Carta a los Tesalonicenses,
habla de la parousia, la venida del Señor. De
esa expresión griega deriva el término latino adventus,
origen del nombre con el que hoy la Iglesia designa este tiempo. Pero
para el Pontífice, Adviento no significaba
únicamente esperar la llegada del Señor al final de los tiempos. Incluía
también la idea de visitatio, una visita íntima y
personal de Dios que irrumpe hoy en la vida de cada creyente. Es Dios
entrando en el corazón humano, tocando
su historia concreta y hablándole en lo profundo… un acontecimiento presente:
la venida cotidiana del Señor que no deja de acercarse.
Aunque no existe una fecha
precisa del origen del Adviento, hay documentos que evidencian
su antigüedad en las Iglesias locales. En el año 380, el
Concilio de Zaragoza estableció uno de los primeros marcos de preparación
previa a la Navidad. Su cuarto canon invitaba a los cristianos a
acudir cada día al templo desde el 17 de diciembre hasta el 6 de enero,
reforzando así la centralidad del misterio de la Encarnación. Siglos
después, el beato dominico Santiago de la Vorágine
profundizó en la estructura del Adviento; Para él, las cuatro semanas de este
tiempo representan las cuatro venidas de Cristo.
Aunque la Iglesia enfoca especialmente dos
de estas venidas —la histórica y la futura—, esta visión medieval subraya un
mensaje esencial: el Adviento abarca toda la vida cristiana,
desde el nacimiento de Jesús en Belén hasta su
retorno como juez misericordioso.
El 17 de diciembre comienza lo
que muchos llaman la “Semana Santa” de la Navidad, aunque el Misal Romano
utiliza el nombre oficial de Ferias Mayores de Adviento. Estos
días constituyen la segunda parte del Adviento y presentan una
estructura litúrgica muy rica. Los Evangelios narran
los acontecimientos inmediatamente previos al Nacimiento del Señor,
tomadas de san Mateo y san Lucas, mientras que la primera lectura recorre
profecías mesiánicas del Antiguo Testamento que anuncian al Mesías esperado… En
esta semana intensa, el ritmo litúrgico se vuelve más solemne, más
contemplativo y más expectante, como si toda la Iglesia contuviera la
respiración ante la inminente irrupción del Emmanuel… El
propósito de esta semana es claro: conducir a los fieles al corazón del
misterio navideño, recordando que la Encarnación no es un
episodio pasado, sino el acontecimiento que transformó para siempre la historia
humana.
Juan Pablo II, en 1978, apenas iniciado su pontificado, ofreció una de las catequesis más profundas sobre este tiempo litúrgico. Para él, el Adviento no era simplemente un periodo dentro del año litúrgico, sino el ADN espiritual del cristianismo. “El cristianismo no es solo una religión del Adviento —afirmaba— sino el Adviento mismo”… Así, Juan Pablo II invitaba a los fieles a vivir el Adviento no como un tiempo pasajero, sino como un modo de existir.
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