SETPBRE : DIOS DE MI CORAZÓN
Alabado sea el Santísimo
Sacramento del Altar
LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS
En muchas de nuestras parroquias, iglesias y
ermitas hay imágenes del Sagrado Corazón de Jesús. A veces, también en nuestras
casas se han transmitido, quizá de generación en generación. Si nos fijamos en
la calle o en nuestras plazas, muchas estatuas de piedra o en las fachadas se
ven imágenes de Jesús señalándonos su corazón. Las hay más grandes y más
pequeñas, las hay más bellas, las hay más feuchas…
El Papa Francisco, en “Dilexit
Nos”, nos anima a que no nos detengamos
tanto en la calidad artística sino en el profundo significado
espiritual que transmiten y de paso nos dice algo precioso sobre la
Eucaristía: “Alguna de esas imágenes podrá parecernos poco atractiva y no
movernos demasiado al amor y a la oración. Eso es secundario, ya que la imagen
no es más que una figura motivadora, y, como dirían los orientales, no hay que
quedarse en el dedo que indica la luna. Mientras la Eucaristía es
presencia real que se adora, en este caso se trata sólo de una imagen
que, aunque esté bendecida, nos invita a ir más allá de ella,
nos orienta a elevar nuestro propio corazón al de Cristo vivo y unirlo a él. La
imagen venerada convoca, señala, transporta, para que dediquemos un tiempo al
encuentro con Cristo y a su adoración, como nos parezca mejor imaginarlo. De
este modo, mirando la imagen nos situamos frente a Cristo, y ante él «el amor
se detiene, contempla el misterio, lo disfruta en silencio» (Dilexit
Nos 57)
Las imágenes del Sagrado
Corazón nos invitan a ir más allá, a
representarnos interiormente a Jesús y elevar nuestro corazón al
suyo. Pero en la Eucaristía pasa algo distinto.
Allí no hay un “signo”, una “imagen”, ahí está la presencia real
del corazón de Jesús. Aunque no la vemos con los ojos, la fe nos
ayuda a saber que Jesús está allí. Siguiendo la comparación del Papa, la
Eucaristía es la “luna”, no el “dedo” que la indica. No tenemos que superar o
sobrepasar la Eucaristía, sino quedarnos allí con ella. Adorarla y celebrarla
para dejarnos transformar por el Corazón de Cristo no sólo “evocado” sino
verdaderamente “presente”.
Estar una noche adorando la
Eucaristía es también estar junto al Dios de mi corazón.
Aquel que más yo amo, aquello que es más importante para mí. No a través de
imágenes o recuerdos, no “virtualmente” u “online”. Cuando queremos a alguien
de veras, cuando le llevamos en el Corazón queremos estar con Él,
presencialmente, personalmente. Las imágenes, los recuerdos son bonitos, pero
sirven para quien está lejos o separado. Para estar con Jesús no hay mejor
manera que adorarle en el Sacramento del Altar. D. Luis de Trelles, fundador
de la Adoración Nocturna se dirigía así con un cariño precioso a su Dios: “ Dios
de mi corazón y mi Señor Jesucristo; aunque
estéis disfrazado y encubierto en los velos sacramentales, yo pecador, os
descubro con la luz de la fe que me inspiráis, en el Santísimo Sacramento del
Altar… quisiera amaros con aquella pureza de intención con que
os adoran los Ángeles, pero percibo mi pobreza espiritual y mi incapacidad de
ofreceros nada digno de Vos. Ya que nada mejor puedo hacer, os
ofrezco mis humildes votos y tibios deseos, reunidos a los que manan del divino
Corazón de Jesús en la santa Eucaristía; y os presento los
sentimientos y latidos de ese horno de caridad por
mis pecados y los del mundo, y para sufragio de las benditas almas del
purgatorio: esperando que admitáis esta ofrenda, pobre
en cuanto mía y grande por lo que de ella es vuestro, para otorgarme la gracia
de no pecar más y luego la dicha de veros eternamente en la gloria. (LS
3, 1872, p.316)
Hoy no hay preguntas de reflexión. Hoy repítele la oración al Dios de tu corazón, y pídele a Luis de Trelles hacerlo con su mismo fervor. Luego busca una imagen del Corazón de Jesús, mira la Eucaristía y dile. “Aquí te veo, pero no estás, allí estás aunque no te vea”.
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