NUESTRA
PARTICIPACIÓN EN LA ORACIÓN: (Continuación) ...
¿Qué sucede cuando parece que la oración no diera frutos?
A veces pensamos, he orado y no me
sirve para nada. Es probable que
estamos pidiendo algo que no nos conviene.
Dios siempre responde. Y su respuesta puede ser: Sí, No o todavía
No.
Hay que
tener claro que la oración no busca
resultados superficiales o sensoriales. La
finalidad de la oración es el acercarnos a Dios y el poder ir uniéndonos a Él, uniéndonos a su Voluntad. El aparente silencio de
Dios es una invitación para seguir acercándonos a Él y a confiar más en
El. Quien ora tiene que saber que Dios es libérrimo,
además de imprevisible, y que se da a quien quiere, como quiere, cuando quiere,
donde quiere.
¿Cuáles son las
dificultades para la oración? (CIC-C #574)
La dificultad habitual para la oración es la distracción, que separa de la
atención a Dios, y puede incluso
descubrir aquello a lo que realmente estamos apegados. Nuestro corazón debe
entonces volverse a Dios con humildad. A menudo la oración se ve dificultada por la sequedad, cuya superación
permite adherirse en la fe al Señor incluso sin consuelo sensible. La acedía es una
forma de pereza espiritual, debida al relajamiento de la vigilancia y al descuido de la custodia del corazón.
¿Qué hacer cuando no se siente nada en la
oración o cuando no queremos seguir orando?
Todo orante ha pasado por distracciones,
sentimiento de vacío interior, sequedad e incluso cansancio en la
oración. Pero el verdadero orante sabe que hay que tener constancia y fidelidad en la oración.
¿Qué es la aridez en
la oración y qué hacer en la aridez?
La aridez una sensación de sequedad, de
falta de consuelo en la oración. Pero la aridez no es un mal. Puede, incluso, ser una gracia. Si, examinada
nuestra conciencia, no hay culpa en la aridez, puede ser que Dios desea que
pasemos un tiempo de sequedad. Cuando venga la aridez –que vendrá- hay que tener cuidado, porque puede convertirse en una
tentación.
Pudiera suceder que cuando ya hemos avanzado algo en la oración o cuando
estamos agobiados de trabajo y se descuide la oración, se comience a creer que la oración no es para uno. Ese sería un triunfo del Demonio, pues hace
todo lo que puede para que nos quedemos exteriorizados. Cuando estemos en aridez, más hay que
adorar. Necesitamos orar más. Pueda que nos cueste más trabajo. Es como tener
que ir a sacar agua del pozo, en vez de recibirla por irrigación o –mejor aún-
de la lluvia (cf. Santa Teresa de Jesús).
La aridez es parte
del camino de oración. Porque creer en el Amor de Dios no es sentir
el Amor. Es, por el contrario, aceptar no sentir nada y creer que Dios me ama. Así que no hay que
juzgar la vida de oración según ésta sea árida o no. La sequedad es un
dolor necesario. No podemos amar a
Dios por lo que sentimos, sino por lo que Él es.
La aridez es necesaria para ir ascendiendo en el camino de
la oración. Así que,
viéndolo bien, la aridez es un don del Señor, tan grande o mayor que los
consuelos en la oración. Con la aridez el
Señor nos saca del nivel de las emociones y nos lleva al nivel de la voluntad: oro aunque no
sienta porque deseo amar al Señor.
La aridez, entonces, cuando no es culposa,
porque nos hemos alejado del Señor por el pecado o porque no hemos orado con la
asiduidad necesaria, es un signo de progreso en la oración. La oración es siempre una experiencia transformante, haya gracias místicas o no, estemos en aridez o
no.
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