TIEMPO LITÚRGICO

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lunes, 12 de mayo de 2025

VIVIR LA ORACIÓN

NUESTRA PARTICIPACIÓN EN LA ORACIÓN:      (Continuación) ...

    ¿Qué sucede cuando parece que la oración no diera frutos?

   A veces pensamos,  he orado y no me sirve para nada.  Es probable que estamos pidiendo algo que no nos conviene.  Dios siempre responde.  Y su respuesta puede ser:  Sí, No o todavía No. 

  Hay que tener claro que la oración no busca resultados superficiales o sensoriales.  La finalidad de la oración es el acercarnos a Dios y el poder ir uniéndonos a Él, uniéndonos a su Voluntad. El aparente silencio de Dios es una invitación para seguir acercándonos a Él y a confiar más en El.  Quien ora tiene que saber que Dios es libérrimo, además de imprevisible, y que se da a quien quiere, como quiere, cuando quiere, donde quiere. 

   ¿Cuáles son las dificultades para la oración?  (CIC-C #574)

   La dificultad habitual para la oración es la distracción, que separa de la atención a Dios, y puede incluso descubrir aquello a lo que realmente estamos apegados. Nuestro corazón debe entonces volverse a Dios con humildad. A menudo la oración se ve dificultada por la sequedad, cuya superación permite adherirse en la fe al Señor incluso sin consuelo sensible. La acedía es una forma de pereza espiritual, debida al relajamiento de la vigilancia y al descuido de la custodia del corazón.

   ¿Qué hacer cuando no se siente nada en la oración o cuando no queremos seguir orando?

   Todo orante ha pasado por distracciones, sentimiento de vacío interior, sequedad e incluso cansancio en la oración.  Pero el verdadero orante sabe que hay que tener constancia y fidelidad en la oración

   ¿Qué es la aridez en la oración y qué hacer en la aridez?

   La aridez una sensación de sequedad, de falta de consuelo en la oración.  Pero la aridez no es un mal.  Puede, incluso, ser una gracia. Si, examinada nuestra conciencia, no hay culpa en la aridez, puede ser que Dios desea que pasemos un tiempo de sequedad. Cuando venga la aridez –que vendrá- hay que tener cuidado, porque puede convertirse en una tentación.

   Pudiera suceder que cuando ya hemos avanzado algo en la oración o cuando estamos agobiados de trabajo y se descuide la oración, se comience a creer que la oración no es para uno.  Ese sería un triunfo del Demonio, pues hace todo lo que puede para que nos quedemos exteriorizados. Cuando estemos en aridez, más hay que adorar.  Necesitamos orar más.  Pueda que nos cueste más trabajo.  Es como tener que ir a sacar agua del pozo, en vez de recibirla por irrigación o –mejor aún- de la lluvia (cf. Santa Teresa de Jesús)

   La aridez es parte del camino de oración.  Porque creer en el Amor de Dios no es sentir el Amor. Es, por el contrario, aceptar no sentir nada y creer que Dios me ama. Así que no hay que juzgar la vida de oración según ésta sea árida o no.  La sequedad es un dolor necesario.  No podemos amar a Dios por lo que sentimos, sino por lo que Él es. 

   La aridez es necesaria para ir ascendiendo en el camino de la oración.  Así que, viéndolo bien, la aridez es un don del Señor, tan grande o mayor que los consuelos en la oración. Con la aridez el Señor nos saca del nivel de las emociones y nos lleva al nivel de la voluntad:  oro aunque no sienta porque deseo amar al Señor.

   La aridez, entonces, cuando no es culposa, porque nos hemos alejado del Señor por el pecado o porque no hemos orado con la asiduidad necesaria, es un signo de progreso en la oración. La oración es siempre una experiencia transformante, haya gracias místicas o no, estemos en aridez o no.

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