TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

martes, 25 de junio de 2024




PARA EL DIÁLOGO Y LA MEDITACIÓN


JUNIO :  ADORAR AL ENMANUEL

Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar

 LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS


MISTERIUM FIDEI

  “Dios ha afirmado y apoyado su palabra con testimonios irrefutables, y al alcance de la razón humana. El hombre sabe que Dios es infinitamente superior a él, que no puede ni quiere engañar a nadie, y que tiene el derecho de pedir al hombre que le honre por un acto de fe en su palabra, por increíble que sea esta palabra a su limitada inteligencia. Entonces se somete y dice ¡Dios mío, creo! Y lo dice con amor, porque sabe que honra a Dios y le agrada con su fe. Ved ahí un gran acto de virtud. Ved ahí una fe digna de la mirada de Dios, y de los ángeles. Ved ahí un corazón sumiso que mueve el corazón de Jesús, y hace descender sobre él grandes gracias” (L.S. Tomo VII 1876 pág. 409-420) La Eucaristía es misterio de fe como ninguno. Tenemos el testimonio irrefutable de Dios “esto es mi cuerpo”, “esta es mi sangre”, Dios tiene derecho a que le creamos, porque no puede ni engañarse ni engañarnos. Nuestra inteligencia tan limitada es elevada con ayuda de Jesús, y asentimos al gran misterio ¡Creo Jesús! En tu presencia Eucarística y en todo lo que tú nos revelas. Tu palabra es infalible. Adoro y creo Jesús, que esta sea nuestra oración en esta noche.

  En un mundo de incredulidad, donde tanta gente ha perdido la fe, donde se burla la autoridad de Dios y de la Iglesia para enseñarnos lo que no sabemos, nosotros queremos creer. Pidamos hoy al Señor, que nuestra fe nos acompañe a lo largo de nuestra historia, y que la fe nos eleve al cielo. “La naturaleza sacramental de la fe alcanza su máxima expresión en la eucaristía, que es el precioso alimento para la fe, el encuentro con Cristo presente realmente con el acto supremo de amor, el don de sí mismo, que genera vida. En la eucaristía confluyen los dos ejes por los que discurre el camino de la fe. Por una parte, el eje de la historia: la eucaristía es un acto de memoria, actualización del misterio, en el cual el pasado, como acontecimiento de muerte y resurrección, muestra su capacidad de abrir al futuro, de anticipar la plenitud final. Por otra parte, confluye en ella también el eje que lleva del mundo visible al invisible. En la eucaristía aprendemos a ver la profundidad de la realidad. El pan y el vino se transforman en el Cuerpo y Sangre de Cristo, que se hace presente en su camino pascual hacia el Padre: este movimiento nos introduce, en cuerpo y alma, en el movimiento de toda la creación hacia su plenitud en Dios”. (Lumen fidei 44)

  Como las dos direcciones de una cruz, la fe nos impulsa hacia adelante y nos eleva hacia arriba. Nos hace penetrar en lo alto y lo ancho del Amor de Cristo en la Eucaristía. Vemos con mayor profundidad que a simple vista, es como un telescopio que nos hacen ver más lejos o un microscopio que nos permite ver detalles escondidos. Acercarse a Jesús requiere fe: ¡grande es tu fe!, ¡tu fe te ha salvado! Son muchas las ocasiones en que Jesús alaba en los evangelios la fe de algunos de sus discípulos. Pero otras veces les reprocha ¡hombres de poca fe! ¡oh generación incrédula! Hoy nos sentimos así, tenemos fe en la Eucaristía, pero en realidad, si tuviéramos fe como un granito de mostaza… Pidamos más fe.

  Toda la gente, al verle, quedó sorprendida y corrieron a saludarle. Él les preguntó: «¿De qué discutís con ellos?» Uno de entre la gente le respondió: «Maestro, te he traído a mi hijo que tiene un espíritu mudo y, dondequiera que se apodera de él, le derriba, le hace echar espumarajos, rechinar de dientes y le deja rígido. He dicho a tus discípulos que lo expulsaran, pero no han podido.» Acudamos a Jesús, como aquella gente, corriendo a saludarle, sorprendidos de su presencia entre nosotros, presentemos el motivo de nuestra dificultad: los malos espíritus no nos dejan ponernos en postura de adoración. Para ellos nada hay más humillante que inclinarse respetuosamente ante Jesús y prestar atención a su palabra.  Él les responde: «¡Oh generación incrédula! ¿Hasta cuándo estaré con vosotros? ¿Hasta cuándo habré de soportaros? ¡Traédmelo!» Y se lo trajeron. Apenas el espíritu vio a Jesús, agitó violentamente al muchacho y, cayendo en tierra, se revolcaba echando espumarajos.

  Pero los mismos espíritus caen ante la Presencia Majestuosa de Jesús. Nosotros también nos inclinamos, pero voluntariamente, y reconocemos con pena, que Jesús tiene razón, que nuestra fe es muy poquita, que apenas nos creemos que Jesús pueda librarnos de las malas inclinaciones, de las culpas acumuladas… con timidez le decimos, si puedes…  Entonces él preguntó a su padre: «¿Cuánto tiempo hace que le viene sucediendo esto?» Le dijo: «Desde niño. Y muchas veces le ha arrojado al fuego y al agua para acabar con él; pero, si algo puedes, ayúdanos, compadécete de nosotros.» Jesús le dijo: «¡Qué es eso de si puedes! ¡Todo es posible para quien cree!» Al instante, gritó el padre del muchacho: «¡Creo, ayuda a mi poca fe!» Y ante aquella muestra de debilidad, Jesús parece airado ¿cómo que si puedes? ¡Puedo, pero tú has de tener fe! En realidad, es una cara de enfado un poco engañosa, Jesús está llevándonos a una súplica más confiada, más auténtica: ¡Creo, pero aumenta mi pobre fe!

  Sea esta hoy nuestra adoración, como la de aquel hombre, humillándonos ante su presencia, reconozcamos nuestra limitación y acudamos a su poder: puedes Jesús, lo creo, y puedes tanto, que puedes incluso fortalecer mi fe.

  Cuando Jesús entró en casa, le preguntaban en privado sus discípulos: «¿Por qué nosotros no pudimos expulsarle?» Les dijo: «Esta clase con nada puede ser arrojada sino con la oración.» Fe y oración, fe y adoración, no hay otra receta para expulsar algunos malos espíritus. Los santos lo han tenido siempre muy claro. San Manuel González, propuesto por Juan Pablo II como modelo de fe eucarística nos decía…

  «¡Está aquí! ¡Santa, deliciosa, arrebatadora palabra, que dice a mi fe más que todas las maravillas de la tierra y todos los milagros del Evangelio, que da a mi esperanza la posesión anticipada de todas las promesas, y que pone estremecimientos de placer divino en el amor de mi alma! ¡Está aquí! Sabedlo, demonios que queréis perderme, enfermedades que ponéis tristeza en mi vida, contrariedades, desengaños, que arrancáis lágrimas a mis ojos, pecados que me atormentáis con vuestros remordimientos, cosas malas que me asediáis, sabedlo, que el Fuerte, el Grande, el Magnífico, el Suave, el Vencedor, el Buenísimo Corazón de Jesús está aquí, ¡aquí, en el Sagrario mío! «Padre eterno, ¡bendita sea la hora en que los labios de vuestro Hijo unigénito se abrieron en la tierra para dejar salir estas palabras: «Sabed que yo estoy todo los días con vosotros hasta la consumación de los siglos»!

Preguntas para el diálogo y la meditación. 

  ¿Qué sería de mí si perdiera la fe en la Eucaristía?

  ¿Mis actitudes en la Iglesia corresponden a mi fe eucarística?

  ¿Me duele cuando tengo noticia de una profanación?


sábado, 8 de junio de 2024

¡REINARÉ...! PROMESA Y ESPERANZA



   De unos años a esta parte, se está produciendo en la Iglesia un fenómeno singular: la proliferación de Años Jubilares. Desde hace varios siglos, los fieles cristianos han vivido la ―gracia que trae consigo un Año Jubilar.

  En la Iglesia existen los Años Santos y los Años Jubilares. El Año Santo es proclamado por el Papa para toda la cristiandad, mientras que el Año Jubilar es la concesión del Santo Padre a una diócesis, cuyo Obispo ha solicitado esta ―gracia por algún motivo concreto.

 Tanto el Año Santo como el Año Jubilar pretenden la reconciliación de los fieles cristianos con Dios Nuestro Señor. La gracia de la indulgencia plenaria vigoriza la fe y la vida cristiana. Actualmente en Paray-le-Monial se está celebrando el Año Jubilar con motivo del 350º aniversario de la primera revelación del Corazón de Jesús a santa Margarita Ma de Alacoque y, en Valladolid, con motivo del primer centenario de la colocación de la imagen del Corazón de Cristo en la torre de la catedral.

  En 1673 estaba muy viva en la Iglesia la herejía jansenista que, al presentar a los fieles un Dios justiciero, los alejaba del trato amoroso con Él. Por eso las revelaciones de Paray quieren mostrar el verdadero rostro de Dios: ―”Mi divino Corazón está tan apasionado de amor a los hombres que no pudiendo contener en Él las llamas de su ardiente caridad, es menester que las derrame para enriquecerlos con los preciosos dones que te estoy descubriendo” (27.XII.1673), Me hizo ver que el ardiente deseo que tenía de ser amado de los hombres y de apartarlos del camino de perdición, le hizo formar el designio de manifestar su Corazón a los hombres...” (1674). ―”He aquí este Corazón que tanto ha amado a los hombres, que nada ha perdonado hasta agotarse y consumirse para demostrarles su amor...” (16-VI-1675).

  Veintiún años después de la muerte de santa Margarita, nace Bernardo de Hoyos y encuentra la misma herejía jansenista. El Corazón de Cristo le confía la tarea de extender por España (entonces casi medio mundo) la devoción a su Corazón y, al quejarse de que en nuestra patria apenas si era conocida, le consuela el Señor diciendo: REINARÉ EN ESPAÑA CON MÁS VENERACIÓN QUE EN OTRAS PARTES. Cuando en 1923 se entroniza su imagen en la torre más alta de la ciudad, el ambiente está más secularizado, y actualmente esa secularización de la sociedad se ha intensificado.      

  Por eso, la promesa que Cristo nos ha hecho: ―Reinaré en España” ha de ser para cada uno de nosotros todo un reto, todo un desafío Un verdadero cristiano (y nosotros tenemos la obligación de serlo) es inasequible al desaliento […] El actual Año Jubilar es el gran camino para lograr que la Promesa del Corazón de Jesús se haga realidad en nuestra patria. Un Año jubilar es un momento de gracia y bendición, un momento para la evangelización y revitalización de la vida cristiana. Dado el momento que nos toca vivir, es preciso que este Año Jubilar avive en nosotros el ―compromiso de trasladar a la plaza pública el Reinado Social de Cristo. Nunca olvidemos la frase de san Pablo: “Oportet Christum regnare”: es preciso que Cristo reine.

  Difícilmente podremos expresar mejor lo que lleva consigo el Año Jubilar que intentando vivir algunas de sus frases: “Corazón de Jesús, en ti confiamos. Que venga tu Reino. Corazón santo, cumple la promesa que hiciste al Beato Bernardo, pues sólo un encuentro contigo, de Corazón a corazón, transformará nuestras vidas”. “Te suplicamos, Jesús, restáuranos”. “Señor Jesús, ilumínanos, enséñanos en estos próximos 10 años (desde el Año Jubilar de 2023 al Año Santo de la Redención del 2033) el camino que pasa por el pesebre y la cruz. Envíanos como heraldos de tu Reinado. ¡Cumple, Señor, tu promesa!” […] Una larga ruta de diez años. ¿Cómo hacer de esa “peregrinación” un trayecto sagrado? Viviendo la ―comunión y la misión. La comunión nos conduce a nuestra entraña más cristiana: “en esto conocerán todos que sois mis discípulos: si os amáis unos a otros”[...]    Además para vivir la ―comunión entre nosotros, necesitamos también ―discernir con la luz del Espíritu Santo los diversos caminos que hagan realidad nuestra ―misión. Cristo nos ha dado a todos y cada uno de nosotros la misma misión: “Id por todo el mundo y predicad el evangelio. Existen mil maneras de dar a conocer la Buena Nueva de Jesús. Una de ellas es, en palabras del Arzobispo de Valladolid, “orar ante el sagrario y promover la Adoración eucarística”.  Esta ruta de la adoración la recorrió el ya venerable Luis de Trelles, fundador en España de la Adoración nocturna.

  Ya desde los primeros momentos de la vida de Jesús está presente la adoración. “(Los Magos) entraron en la casa, vieron al niño con María y, cayendo de rodillas, lo adoraron” (Mt 2,11) […] Adorar a Dios es más que alabarle. Es un encuentro profundo con el Señor. Lleva consigo la entrega total a Dios en una actitud de humildad verdadera. ―Estar en adoración es responder a un Amor que no cesa nunca de amarnos. La actitud de ―reverencia no sólo es el marco de la adoración, sino también la consecuencia de experimentar la presencia de Dios.

  En la adoración es importante descubrir el verdadero rostro de Dios. Es vivenciar aquello de “estás pisando tierra sagrada, descálzate”, y como el lenguaje de la adoración es lenguaje de amor, de ahí que se trate de un estar frente a Él para ―amar y dejarse amar, o como decía aquel campesino al cura de Ars: “yo le miro y Él me mira”. Afortunadamente, hoy en la Iglesia está muy vivo este espíritu de adoración.

  Pasadas las incongruencias que se vivieron en los años inmediatos al postconcilio, pronto los santos papas Pablo VI y Juan Pablo II comenzaron a fortalecer y avivar el espíritu eucarístico, tan común y frecuentado en la Iglesia desde siempre. En el Credo del pueblo de Dios dirá san Pablo VI:―”Estamos obligados por obligación ciertamente suavísima a honrar y adorar a la Hostia Santa que nuestros ojos ven”. Y san Juan Pablo II en su Carta a los obispos sobre el misterio y el culto de la Eucaristía escribirá: “la animación y robustecimiento del culto eucarístico son una prueba de esa auténtica renovación que el Concilio se ha propuesto y de la que es el punto central... La Iglesia y el mundo tienen una gran necesidad del culto eucarístico.

     No escatimemos tiempo para ir a encontrarlo en la adoración. No cese nunca nuestra adoración”.

  En las actuales circunstancias de un mundo semiateo, en el que Dios resulta irrelevante, la adoración será siempre un gesto contracultural y, por ello, una manera fecunda de evangelizar. La adoración es capaz de curar esta sociedad enferma que nos envuelve.

  El Año Jubilar de 2023 abre la ruta de los diez años que nos distancian hoy del Año Santo de la Redención [...] Fomentemos la ruta de la adoración como uno de los mejores caminos para extender el Reino de Jesucristo. Escuchemos las palabras que el ángel dijo al profeta Elías en el desierto: “Levántate y come...! Te queda un largo camino que andar”. Los cristianos sabemos que “con pan y vino se anda el camino”. La adoración eucarística es nuestro mejor alimento.

P. Ernesto Postigo Pérez S.J.

Vicepostulador de la causa de canonización de Bernardo de Hoyos