TIEMPO LITÚRGICO
miércoles, 14 de febrero de 2024
Qué
significa «entrar en la cuaresma»
Con el ayuno y
el rito de imposición de la ceniza, entramos en la Cuaresma. Pero, ¿qué significa "entrar
en la Cuaresma"? Significa iniciar un tiempo de particular *empeño en el combate espiritual que nos opone al mal presente en el mundo, en cada uno de
nosotros y en torno a nosotros. Quiere decir *mirar
el mal cara a cara y disponerse a luchar contra sus efectos, sobre todo contra sus causas, hasta
la causa última, que es Satanás.
Significa no descargar el problema del mal en los demás, en la sociedad o en
Dios, sino reconocer las propias responsabilidades y afrontarlo
conscientemente.
A este propósito, resuena con mucha urgencia, para nosotros cristianos, la invitación de Jesús a que cada
uno tome su "cruz" y lo siga con humildad y confianza (cf. Mt 16,24). La "cruz", por pesada que sea, no es sinónimo de
desventura, de desgracia que hay que evitar lo más posible, sino de oportunidad
para seguir a Jesús y así adquirir fuerza en la lucha contra el pecado y el
mal. Por tanto, entrar en la Cuaresma significa *renovar la decisión personal y
comunitaria de afrontar el mal junto con Cristo. En efecto, el camino de la cruz es el único que
conduce a la victoria del amor sobre el odio, del compartir con los demás sobre
el egoísmo, de la paz sobre la violencia. Vista así, la Cuaresma es en verdad
una ocasión de fuerte empeño ascético y espiritual, fundado en la gracia de
Cristo… recuerda las
palabras que Jesús pronunció precisamente al inicio de su misión pública, y que volvemos a
escuchar muchas veces durante estos días de Cuaresma: «Convertíos
y creed en el Evangelio», rezad y haced penitencia. Acojamos la invitación de María, que hace eco a la de Cristo, y
pidámosle que nos obtenga "entrar" con fe en la Cuaresma, para vivir
con alegría interior y empeño generoso este tiempo de gracia…
En este primer domingo de Cuaresma, os animo a que os dejéis llevar sin
temor por el Espíritu Santo para seguir más de cerca a Cristo en su camino
hacia la Pascua. Pidamos a la Virgen María que interceda por nosotros, para que
sepamos responder con generosidad a la llamada que Dios nos hace a la
conversión y a la renovación de nuestra fe.
De Benedicto XVI, Pp..
sábado, 3 de febrero de 2024
DEL BLOG DEL OBISPO
“Danos siempre de ese Pan”
Carta Pastoral de Mons. Rafael Zornoza, Obispo de Cádiz y Ceuta
Queridos hermanos, fieles de la diócesis de Cádiz y Ceuta, sacerdotes, consagrados, laicos de todas las edades en la vida parroquial o en movimientos, asociaciones y cofradías:
Os invito encarecidamente a
celebrar el año que comienza, el 2024, dedicándolo
a la Eucaristía. Salgamos al encuentro de Cristo Jesús en el
Pan que transforma la vida, el Pan bajado del cielo, un misterio para creer,
para celebrar y para vivir [1]. Jesús se hace siempre accesible como el mayor
don de Dios para nosotros, que se ha hecho comida (pan) para caminar con
nosotros en la senda de la vida, transformándonos. Es
el verdadero Pan del cielo, “el que baja del cielo y da la vida al mundo” (Jn
6,33),
el don del Padre a la humanidad hambrienta. A Él le pedimos: “Señor, danos
siempre de ese Pan” (Jn 6,34).
“¡Éste es el sacramento de
nuestra fe!”, decimos en Misa [2]. En efecto, es misterio
de la fe y compendio de vida cristiana donde Dios se da a sí mismo y hace
renacer constantemente a la iglesia, por lo que “es importante que las
comunidades (…) experimenten la exigencia de un conocimiento más profundo del
misterio y del Cuerpo y de la Sangre del Señor. Al mismo tiempo, con el
espíritu misionero que queremos fomentar, es necesario que se difunda el
compromiso de anunciar esta fe eucarística para que cada hombre pueda
encontrarse con Jesucristo, que nos ha revelado al Dios “cercano”, amigo de la
humanidad, y testimoniarla con una elocuente vida de caridad”[3]. Recibamos,
pues, este don maravilloso que nos ofrece la vida divina con obediencia fiel,
celebrando y adorando al verdadero cordero pascual que realiza con nosotros la
nueva y eterna alianza, diciendo: «Éste es el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo. Dichosos los invitados a la cena del Señor».
Como fruto de este año,
deseamos que se acreciente la vida eucarística, como dimensión espiritual
esencial para madurar la fe personal y comunitaria, con
todas sus consecuencias, en la unión con Dios, en la comunión fraterna, en el
apostolado y la evangelización, en la vida caritativa y el compromiso social.
Quiero expresar mi gratitud
a cuantos sostenéis y alentáis la participación en la Eucaristía en
parroquias, conventos, colegios, comunidades, etc., en especial a los
sacerdotes, que, como celebrantes en nombre de Jesucristo, hacéis posible que
este Santo Sacramento llegue a todos; pero también a los adoradores del
Santísimo, a los grupos de liturgia, a los catequistas de iniciación cristiana.
Con vuestra entrega constante y generosidad llega a todos el Pan de Vida que
nos alimenta, fortalece y consuela. Confío especialmente en vosotros,
sacerdotes, personas consagradas y laicos comprometidos, para impulsar en este
año una más decidida vida eucarística personal y comunitaria, acogiendo el
Cuerpo de Cristo que se hace presente en el sacramento y nos hace ver desde su
corazón su otro modo de presencia en los necesitados. Alimentados por él, demos
los frutos de amor que espera de nosotros [...
Nunca agradeceremos bastante
el Señor el regalo de haberse querido quedar en la Eucaristía, en el sagrario o
expuesto en la custodia. Eso nos permite poder adorarlo y
contemplarlo constantemente experimentando su presencia. Ante Jesús Sacramentado
percibimos interiormente el profundo misterio de su presencia divina, de su
entrega total, de su amor constante con que nos acompaña y consuela.
La experiencia del adorador
de Cristo en la Eucaristía proclama que está verdadera, real y sustancialmente
presente en la Hostia Consagrada, con su Cuerpo, su Sangre, su Alma y su
Divinidad. El cristiano que adora le reconoce presente y
experimenta con fuerte convicción lo que afirma el famoso canto eucarístico:
“Dios está aquí”. En efecto, esta experiencia profundamente
cristiana configura su vida, la llena de su presencia y cercanía, acoge su fuerza
para hacer la voluntad de Dios y evitar el pecado, recibe un impulso mayor para
corresponder al amor de Dios y amar a los hermanos. Dios mismo hace que renazca
en el corazón del adorador la caridad más generosa, la certeza de la vida
eterna, la satisfacción de las esperanzas más profundas del corazón, la
liberación del peso de lo material en la contemplación del mismo Dios, el deseo
de permanecer siempre en Él.
Ante el Santísimo Sacramento
experimentamos de manera totalmente particular ese “permanecer” de Jesús, que
él mismo, en el Evangelio de Juan, pone como condición necesaria para dar mucho
fruto (Cf. Jn 15, 5) y evitar que nuestra acción apostólica quede reducida a un
estéril activismo, convirtiéndose más bien en testimonio del amor de Dios […]
[1]
Cf. BENEDICTO XVI, Exhortación Apostólica Postsinodal Sacramentum Caritatis.
[2]
Catecismo de la Iglesia Católica, 1356-1372; San Juan Pablo II, Enc. Ecclesia
de Eucharistia, 17-IV-2003, 11-20.
[3]
BENEDICTO XVI, 5 de junio de 2010, discurso en la Basílica de San Juan de
Letrán.
[13]
BENEDICTO XVI, APERTURA DE LA ASAMBLEA ECLESIAL DE LA DIÓCESIS DE ROMA,
Basílica de San Juan de Letrán, 15 de junio de junio de 2010.
ENLACE PARA LEER LA CARTA PASTORAL
COMPLETA (https://rafaelzornozaboy.com/2024/01/22/danos-siempre-de-ese-pan-jn-6-37/ )