DICIEMBRE : ADORAR
AL NIÑO, INFANCIA ESPIRITUAL
Alabado sea el Santísimo Sacramento del
Altar
Con la infancia espiritual experimentamos que todo viene de Dios, a él vuelve y en él permanece, para la salvación de todos, en un misterio de amor misericordioso. Ése es el mensaje doctrinal que enseñó y vivió esta santa. Como para los santos de la Iglesia de todos los tiempos, también para ella, en su experiencia espiritual, el centro y la plenitud de la revelación es Cristo. Teresa conoció a Jesús, lo amó y lo hizo amar con la pasión de una esposa. Penetró en los misterios de su infancia, en las palabras de su Evangelio, en la pasión del Siervo que sufre, esculpida en su santa Faz, en el esplendor de su existencia gloriosa y en su presencia eucarística. Cantó todas las expresiones de la caridad divina de Cristo, como las presenta el Evangelio (Divina Amoris scientia, Juan Pablo II)
La Escritura nos da ejemplo de que sólo haciéndonos como niños podemos
alcanzar la patria: Cuando dice de Jesús que “Le trajeron
entonces a unos niños para que les impusiera las manos y orara sobre ellos.”
¡Eso tenemos que hacer hoy nosotros!
¡Presentarnos como niños a Dios, dejarnos presentar a él por María, para que Él
imponga las manos sobre nosotros y ore sobre nosotros! No se trata hoy de hacer
nosotros, sino de dejarnos hacer como niños.
Nos puede salir ese medio orgullo, tan
“razonable” de los adultos…”Los discípulos los reprendieron”. Pero Jesús les
corrige y nos da una gran enseñanza: «Dejad a los niños, y no les
impidáis que vengan a mí, porque el Reino de los Cielos pertenece a los que son
como ellos». Y después de haberles impuesto las manos, se
fue de allí. La relación de los niños con sus padres, nosotros con Dios. ¡Qué
caminito tan sencillo de tocar el centro del Evangelio! ¡Qué formula tan
magnifica la de ponerse a adorar la Eucaristía!
También santa Teresita la descubrió en la Sagrada Escritura:
Jesús se complace en mostrarme el único camino
que conduce a esa hoguera divina. Ese camino es el abandono
del niñito que se duerme sin miedo en brazos de su padre... «El
que sea pequeñito, que venga a mí», dijo el Espíritu Santo por boca de Salomón.
Y ese mismo Espíritu de amor dijo también que «a los pequeños se les compadece
y perdona». Y, en su nombre, el profeta Isaías nos
revela que en el último día «el Señor apacentará
como un pastor a su rebaño, reunirá a los corderitos y los estrechará contra su
pecho». Y como si todas esas promesas no bastaran, el mismo profeta, cuya
mirada inspirada se hundía ya en las profundidades de la eternidad, exclama en
nombre del Señor: «Como una madre acaricia a su hijo, así os
consolaré yo, os llevaré en brazos y sobre las rodillas os acariciaré».
Los santos nos animan, muy
especialmente santa Teresita del Niño Jesús que
nos enseña a recorrer este camino de la humildad Eucarística, de la
infancia espiritual: “¡Qué dulce fue el primer beso de Jesús a mi
alma! Fue un beso de amor. Me sentía amada y decía a mi vez:
“Te amo, y me entrego a ti para siempre … Ni el precioso vestido que María me
había comprado, ni todos los regalos que había recibido me llenaban el corazón.
Sólo Jesús podía saciarme.”
Dios no quiere darnos su casa de la
tierra; se conforma con enseñárnosla para hacernos amar la pobreza y la vida
escondida. La que nos reserva es su propio palacio de la gloria, donde ya no le
veremos escondido bajo la apariencia de un niño o de una blanca hostia, ¡¡¡sino
tal cual es en el esplendor de su gloria infinita...!!!
Yo me dedicaba sobre todo a
amar a Dios. Y amándolo, comprendí que mi amor no podía expresarse tan sólo en
palabras, porque: «No todo el que me dice Señor, Señor entrará en
el reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de Dios». Y esta
voluntad, Jesús la dio a conocer muchas veces, debería decir que casi en cada
página de su Evangelio. Pero en la última cena, cuando sabía que el corazón de
sus discípulos ardía con un amor más vivo hacia él, que acababa de entregarse a
ellos en el inefable misterio de la Eucaristía, aquel dulce Salvador quiso
darles un mandamiento nuevo. Y les dijo, con inefable ternura: os doy un
mandamiento nuevo: que os améis unos a otros, que os améis unos a otros igual
que yo os he amado. La señal por la que conocerán todos que sois discípulos
míos, será que os amáis unos a otros.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Conozco los escritos de
santa Teresita y su infancia espiritual?
■ ¿Cómo puede ayudarnos a
hacer mejor nuestra adoración?
■ El adviento está haciendo
crecer en mí la esperanza, la confianza?
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