ABRIL : ADORAR A CRISTO MUERTO Y RESUCITADO.
Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar
LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS
“¡Autopista
para el Cielo!”
Siempre hemos de recordar
nuestra meta: el Cielo. Cristo bajó del cielo para llevarnos al
cielo. En él está nuestra dicha y nuestro descanso. El cielo es nuestra
verdadera patria. Y el Camino, es Jesús. Y la autopista, la Eucaristía.
Jesús abrió el camino del
cielo con su pasión, muerte y resurrección. Por su amor. Jesús,
aceptó en su corazón humano el amor del Padre hacia los hombres. Y
por eso "los amó hasta el extremo",
porque Jesús hace las cosas bien hechas. Nos amó con el máximo signo de su
amor: "nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos".
Es lo que celebramos en torno a la Semana Santa. La cruz, la ofrenda de Jesús,
nos abre un camino hacia el cielo.
En la pasión, la humanidad de Jesús es el
instrumento libre y perfecto de su amor divino que quiere la salvación de los
hombres. Jesús aceptó libremente su pasión y su muerte por amor a
su Padre y a los hombres: "Nadie me quita la vida; yo la doy
voluntariamente". ¡Qué amor tan grande! Y Jesús quiso
encerrarlo en un signo, en un sacramento. Es
el signo de la Alianza de amor nuevo y eterno:
Jesús hizo de la última Cena con sus
Apóstoles el memorial de su ofrenda voluntaria al Padre por la salvación de los
hombres: "Éste es mi Cuerpo que va a ser entregado por vosotros"
"Esta es mi sangre de la Alianza que va a ser derramada por muchos para
remisión de los pecados". La Eucaristía que instituyó
en este momento será el memorial de su sacrificio.
Al instituir el sacramento de la
Eucaristía, Jesús anticipa e implica el Sacrificio de la cruz y la victoria de
la resurrección. Al mismo tiempo, se revela como el verdadero
cordero inmolado, previsto en el designio del Padre desde la creación del
mundo. Situando en este contexto su don, Jesús manifiesta el sentido salvador
de su muerte y resurrección, misterio que se convierte en el factor renovador
de la historia y de todo el cosmos. En efecto, la institución de la Eucaristía
muestra cómo aquella muerte, de por sí violenta y absurda, se ha transformado
en Jesús en un supremo acto de amor y de liberación definitiva del mal para la
humanidad (Sacramentum Caritatis, Benedicto XVI).
La Escritura nos
da ejemplo de cómo hacer esta adoración, uniendo la Eucaristía y
la Cruz, muy especialmente en Juan, el discípulo amado. Juan
le adoró en la Última Cena y en el Calvario: “Uno de ellos –el
discípulo al que Jesús amaba– estaba reclinado muy cerca de
Jesús” (es la postura de la amistad y de la adoración, de la
confianza y del reconocimiento). Es la postura de intimidad a la que Dios nos
invita esta noche. “Simón Pedro le hizo una seña y le dijo: «Pregúntale a quién
se refiere». Él se reclinó sobre Jesús y le preguntó: «Señor, ¿quién es?»” A
tener un tierno coloquio de adoración y de amistad con Jesús que recién ha
instituido la Eucaristía y que se ve muchas veces rechazado en Ella. Como Judas
rechaza su amor.
Juan también le adora en
la Cruz, ya muerto y consumado su sacrificio, contempla y observa:
“Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que
hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos,
para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy
solemne. Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido
crucificados con Jesús.”
Podemos pensar el gesto de partir el pan,
el cuerpo de Jesús se quebró por nosotros, por nuestra salvación. Se
dejó además abrir una puerta por la que pudiéramos entrar en su intimidad:
“uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en
seguida brotó sangre y agua.” Es el momento supremo de manifestación del
Amor de Cristo. Y Juan lo ve. No sólo físicamente, sobre todo
con los ojos de la fe. Como nosotros en la Eucaristía, “la fe lo suple con
asentimiento”. Y adora el misterio de la misericordia de Dios que nos ha
abierto una autopista para ir a Cielo:
El que vio esto lo atestigua: su
testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también vosotros
creáis. Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: "No le
quebrarán ninguno de sus huesos". Y otro pasaje de la Escritura, dice:
"Mirarán al que ellos mismos traspasaron".
Los santos también nos
animan, como el joven Carlo Acutis, recientemente canonizado. ¡Qué
amor el de este adolescente a la Eucaristía! ¡Con qué seguridad vio en ella el
camino hacia el Cielo!: “Prefiero quedarme en Milán porque
tengo los sagrarios de las iglesias donde puedo encontrar a Jesús en todo
momento y por eso no siento la necesidad de ir a Jerusalén. Tenemos a Jerusalén
en casa. Si Jesús está siempre con nosotros, en todas partes donde haya una
hostia consagrada, ¿qué necesidad hay de hacer una peregrinación a Jerusalén
para visitar los lugares donde vivió Jesús hace dos mil años? ¡Entonces también
habría que visitar los sagrarios con la misma devoción!” “¿quién más que un Dios, que se ofrece a
Dios, puede interceder por nosotros? Durante la consagración es
necesario pedir las gracias a Dios Padre por los méritos de su Hijo unigénito
Jesucristo, por sus santas llagas, su
preciosísima sangre y las lágrimas y los dolores de María Virgen, que al ser su
madre, puede interceder por nosotros mejor que nadie”.
Como él repetía muchas veces:
LA EUCARISTÍA, MI AUTOPISTA PARA EL CIELO
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿Cuándo fue la última vez
que pensé en el Cielo?
■ ¿He
hecho de la Eucaristía -adoración, comunión- mi camino de santificación?
■ ¿Tengo amistad, confianza,
intimidad con Jesús?
■ ¿Tengo un crucifijo que me
acompañe, al que besar?