TIEMPO LITÚRGICO
domingo, 27 de febrero de 2022
sábado, 26 de febrero de 2022
El próximo 2 de marzo, Miércoles de Ceniza, comienza la Cuaresma. Un tiempo litúrgico de conversión, que
marca la Iglesia para
prepararnos a la gran fiesta de la Pascua. Es un momento para arrepentirnos de nuestros pecados
y cambiar algo de nosotros para ser mejores y poder vivir más cerca de Cristo.
A lo largo de estos 40 días, sobre todo en la liturgia del domingo,
hacemos un esfuerzo por recuperar el ritmo y estilo de verdaderos creyentes que
debemos vivir como hijos de Dios. Ante este tiempo especial de purificación, debemos tener presente
la vida de oración,
condición indispensable para el encuentro con Dios. Asimismo, también
debemos intensificar la
escucha y la meditación atenta a la Palabra de Dios, la asistencia frecuente al Sacramento
de la Reconciliación y la Eucaristía, lo mismo que la
práctica del ayuno, según las posibilidades de cada uno.
La Ceniza nos recuerda nuestra condición
débil y caduca. Esto nos llena de humildad, “polvo y ceniza son los hombres. La
ceniza quiere expresar al principio de la Cuaresma la conversión, la tristeza
por el mal que hay en nosotros y del que queremos liberarnos en nuestro camino
a la Pascua. Nos hace bien recordar, al menos una vez al año, en el comienzo de
la Cuaresma, que somos polvo y en polvo nos vamos a convertir. La
imposición de la ceniza nos recuerda que nuestra vida en la tierra es pasajera y
que nuestra vida definitiva se encuentra en el cielo.
que tanta importancia tiene en la vida del
cristiano, actualiza la eficacia redentora del misterio pascual de
Cristo. En el gesto de la absolución, pronunciada en
nombre y por cuenta de la Iglesia, el confesor se convierte en el instrumento
consciente de un maravilloso acontecimiento de gracia. Obedeciendo con dócil
adhesión al magisterio de la Iglesia, se hace ministro de la consoladora
misericordia de Dios, muestra la realidad del pecado y manifiesta al mismo
tiempo la ilimitada fuerza renovadora del amor divino, amor que devuelve la
vida. Así pues, la
confesión se convierte en un renacimiento espiritual, que
transforma al penitente en una nueva criatura. Sólo Dios puede realizar este
milagro de gracia, y lo hace mediante las palabras y los gestos del sacerdote. El
penitente, experimentando la ternura y el perdón del Señor, es más fácilmente
impulsado a reconocer la gravedad del pecado, y más decidido a evitarlo,
para permanecer y crecer en la amistad reanudada con él.
Benedicto
XVI
sábado, 12 de febrero de 2022
(Jn 6, 37)
FEBRERO 2022
«Al que venga a mí no lo echaré fuera» (Jn 6, 37)
Esta afirmación de Jesús forma parte de un
diálogo con la muchedumbre, que lo busca después del milagro de los panes
multiplicados en abundancia y pide un signo más para creer en Él. Jesús revela
que Él mismo es el signo del amor de Dios; es más, él
es el Hijo que ha recibido del Padre la misión de acoger y llevar de nuevo a su
casa a toda criatura, en particular a toda persona humana, creada a imagen de
Él. Sí, porque el Padre mismo ha tomado ya la iniciativa y atrae a todos hacia
Jesús (cf. Jn 6, 44), poniendo en
el corazón de cada uno el deseo de una vida plena, es decir, de la comunión con
Dios y con sus semejantes.
Así pues,
Jesús no rechazará a nadie por muy lejos que pueda sentirse de Dios, porque esta
es la voluntad del Padre: no perder a nadie.
«Al que
venga a mí no lo echaré fuera»
Es en verdad una buena noticia: Dios ama a todos inmensamente; su ternura y su misericordia se dirigen a cada hombre y a cada mujer. Él es el Padre paciente y misericordioso que espera a cualquiera que se ponga en camino llevado por la voz interior. Con frecuencia estamos enfermos de sospecha: ¿por qué Jesús querría acogerme? ¿Qué quiere de mí? En realidad, Jesús solo nos pide que nos dejemos atraer por Él, que liberemos el corazón de todo lo que lo estorba para acoger con confianza su amor gratuito.
Pero es también una invitación
que solicita nuestra responsabilidad. Pues si
experimentamos tanta abundancia de ternura por parte de Jesús, nos sentiremos
movidos también nosotros a acogerlo a Él en cada prójimo (cf. Mt 25,
45): hombre o mujer, joven o mayor, sano o enfermo, de
nuestra cultura o de otra... Y no rechazaremos a nadie.
«Al que venga a mí no lo echaré fuera»
En Quebec (Canadá), una comunidad
cristiana que vive la Palabra se esfuerza por acoger a muchas familias que
llegan a su país desde distintas partes del mundo: Francia, Egipto, Siria,
Líbano, Congo... A todos los acogen y los ayudan también en lo referente a la
inserción. Lo cual significa responder a sus muchas preguntas, rellenar
formularios en relación con el estatuto de refugiado o de residente,
coordinarse con el colegio de los niños y acompañarlos a conocer su barrio. Es
importante también inscribirse en clases de francés y buscar trabajo.
Escriben Guy y Micheline: «Una familia
siria que llegó a Canadá huyendo de la guerra se encontró aquí con otra nada
más llegar, estando aún muy desorientada. A través de las redes sociales
activaron la solidaridad y muchos amigos le procuraron todo lo necesario:
camas, sofás, mesas, sillas, vajilla, ropa, libros y juguetes para los niños,
que otros niños de nuestras familias les regalaron espontáneamente,
sensibilizados por sus padres. Han recibido más de lo que necesitaban, y han
ayudado a su vez a otras familias pobres de su edificio. La Palabra de vida de
aquel mes llegó muy apropósito: «Amarás a tu prójimo como a ti mismo».
«Al que
venga a mí no lo echaré fuera»
He aquí cómo
podemos transformar en vida esta Palabra de Dios: dando
testimonio de la cercanía del Padre ante cada prójimo, cada uno y como comunidad.
Nos ayuda esta meditación de Chiara Lubich
sobre el amor en forma de misericordia. Este, escribe Chiara, es «[...] el amor que
abre corazón y brazos a los miserables [...l. a los
maltratados por la vida, a los pecadores arrepentidos. Un amor que
sabe acoger al prójimo desviado -amigo, hermano o desconocido- y le perdona
infinitas veces. [...] Un amor que no mide y que no será medido. Es una
caridad que florece más abundante, más
universal y más concreta que la que el alma poseía antes. Y esta siente nacer
en sí sentimientos semejantes a los de Jesús, y se da
cuenta de que afloran a sus labios, para cada persona que encuentra, las
divinas palabras: «Siento compasión de esta gente» (cf. Mt
15,32). [...] La misericordia es la última expresión de la
caridad, la que la completa. Y la caridad supera al dolor, porque este es solo
de esta vida, mientras que el amor perdura también en la otra. Dios prefiere la
misericordia al sacrificio»[1]
[1] C. LUBICH, "Cuando uno ha conocido el dolor», en Meditaciones, Ciudad Nueva, Madrid 1964, 200710, pp. 57-58.
CINCO FORMAS DE ORAR
“La oración es tratar de amor con quien nos ama” (Sta. Teresa), es buscar a Aquel que nos busca. Cuando Jesús le dice a Pedro: “Simón, ¿duermes?, ¿no has podido velar conmigo una hora?” (Mc 14,37), podemos confirmar que Cristo nos busca, toca la puerta de nuestro corazón y espera que hablemos con Él. Son palabras que son “suaves en su sonido, pero penetran como el pinchazo de un aguijón” (Sto. Tomás Moro).
¿Cómo es posible
que Pedro, su apóstol, su gran amigo, el primer Papa se haya dormido ante el
dolor y sufrimiento de Cristo horas antes de la Pasión? Jesús no busca nada
para Él, sólo piensa en el bien de Pedro y le aconseja: “vigilad
y orad para que no caigáis en la tentación”.
Cada uno de
nosotros nos podemos identificar con Pedro. ¿Quién de nosotros no ha ofendido a
Cristo? Escuchemos a Jesús diciéndonos esas mismas palabras: vigilad y orad. Nos
dice que recemos constantemente.
No sólo presenta la oración como utilidad, sino como algo necesario para
nuestra vida. Y cabe preguntarnos: ¿cómo es nuestra oración?, ¿la tengo
realmente como algo necesario, como prioridad en mi día a día?
Los beneficios de la oración son
muchos. Nos une más a Dios, nos ayuda a conocerlo y por lo tanto,
a amarle más. Nos ayuda a escucharle y ver cuál es la voluntad de Él para
nosotros. Cuando hablo de voluntad de Dios no sólo me refiero a lo que Él
quiere que seamos, sino lo que Dios quiere que hagamos en cada momento. La
oración es tomar decisiones con Dios. Es como cuando nos acercamos a un amigo
para pedirle consejos al no saber cómo reaccionar o qué decidir frente a un
problema o acontecimiento. ¿Qué quiere Dios de mí?, ¿qué quiere de esto?, ¿cómo
quiere que reaccione?, ¿qué quiere que haga? La oración nos ayuda también a
desapegarnos de las cosas materiales y enfocar nuestra mirada en lo
sobrenatural (lo
único necesario para la felicidad). Nos ayuda también a pensar, actuar y amar
más a como Dios piensa, actúa y ama. Todo esto lo vemos reflejado en María,
nuestra madre. Ella acepta ser madre de Dios en oración y es capaz de ponerse
en sus manos: “hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1).
Cuando dice esto no tiene un futuro claro, no sabe qué va a pasar, ni cómo
acontecerá todo lo que el ángel le ha anunciado, pero ella, mujer de oración,
confía en Dios y se lanza con gran confianza a un sí de amor y dispuesta a
cumplir lo que Dios le pide.
En la oración
cristiana encontramos 5 formas de hacer oración.
Oración de Bendición, que es pedir a Dios que nos llene de gracias. Toda bendición procede de Dios. Un padre de familia puede trazar la señal de la cruz en la frente de su hijo. Dios ve ese gesto y bendice. Pero el sacerdote, gracias a su ministerio, bendice expresamente en nombre de Jesús. Otra forma de oración es la Adoración, es reconocer humildemente al Todopoderoso. Cuando adoramos a Dios nos damos cuenta de su poder, grandeza y santidad.
También tenemos
la oración de Petición, con la cual le rogamos a Dios las cosas que
necesitamos. Sabemos que Él lo sabe todo, pero de igual forma Él quiere
que le pidamos con insistencia, con fe y estando abiertos a lo que Dios vea
mejor para nosotros. Por ejemplo, Dios veía y sabía cómo su pueblo Israel
sufría en el desierto, pero no actuó antes de haber escuchado el grito de su
pueblo. Grito que significa oración, petición, aclamación a Dios. Otro tipo de
oración de petición es el de la intercesión. Rezar
por los demás. Acordémonos todos los días de ganar gracias y pedir por los
que nos rodean. Cuando vemos un accidente, por ejemplo, ¿suelo rezar por la
pronta recuperación del afectado? Cuando veo a un mendigo pidiendo limosna,
¿rezo por él? Cuando veo a alguien que ofende a Cristo, ¿rezo? ¿O me contento
con juzgarlo internamente?
Otra oración la de Acción de gracias. Como diría san Pablo: ¿tienes algo que no hayas recibido? Todo lo que tenemos lo hemos recibido de Dios. Podemos pensar que hay cosas que las tenemos gracias a nuestro esfuerzo, está claro, pero ¿quién nos dio la voluntad para esforzarnos?, ¿quién nos dio los pies, las manos, la inteligencia, para conseguir lo deseado? Agradecer a Dios significa amar y ser humildes al darnos cuenta que somos su criatura. Y por último, está la oración de Alabanza. Sabemos que Dios no necesita aplausos, pero nosotros sí necesitamos reconocerle como Dios. Debemos demostrar nuestra alegría de ser hijos de Dios.
Aprendamos a saber “perder tiempo con Dios”, a reservar tiempo para la oración cada día. Cuesta creerlo al
inicio y sólo se confirma cuando se realiza, pero cuando uno es capaz de ir a Adoración
30 minutos cada día, a pesar del trabajo que uno tenga, de lo agobiado que uno esté
por intentar sacar los pendientes, Dios no deja de bendecir. Vamos a la oración
a pedir a Dios su bendición, a adorarle, a pedirle lo que necesitamos, a pedir
por los demás, a darle gracias y a alabarle. Cuando uno es capaz de dejar
tiempo para eso cada día vivimos mucho más tranquilos, más serenos y sin duda,
nos irá mejor.
P. Sebastián Rodríguez