TIEMPO LITÚRGICO

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sábado, 7 de abril de 2012

LECTIO DIVINA PARA EL DOMINGO 8 DE ABRIL, PASCUA DE LA RESURRECCIÓN DEL SEÑOR

Juan 20.1-9  El primer día de la semana, María Magdalena fue al sepulcro muy temprano, cuando todavía estaba oscuro, y vio quitada la piedra que tapaba la entrada. Corrió entonces a donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, aquel a quien Jesús quería mucho, y les dijo:
–¡Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto!
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro. Los dos iban corriendo juntos, pero el otro corrió más que Pedro y llegó primero al sepulcro. Se agachó a mirar y vio allí las vendas, pero no entró. Detrás de él llegó Simón Pedro, que entró en el sepulcro. Él también vio allí las vendas, y vio además que la tela que había servido para envolver la cabeza de Jesús no estaba junto a las vendas, sino enrollada y puesta aparte. Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro, y vio lo que había pasado y creyó. Y es que todavía no habían entendido lo que dice la Escritura, que él tenía que resucitar.

Otras lecturas: Hechos de los Apóstoles 10.34, 37-43; Salmo 117; Colosenses 3.1-4

LECTIO:
   Esta narración capta inmediatamente la atención: ha desaparecido el cuerpo de Jesús. Es María Magdalena quien hace el descubrimiento. Puedes leer su encuentro con Jesús en los versículos que siguen a la lectura de hoy.
El pasaje centra principalmente su atención en dos discípulos: Pedro, y otro, al que la tradición identifica con el apóstol Juan.
   El narrador nos cuenta que Juan cree tan pronto como ve las vendas por el suelo y la tela que cubría la cabeza de Jesús en el sepulcro. ¿Qué hace que Juan crea que Jesús está vivo? Algunos autores opinan que la manera particular en que estaba doblada la tela, ‘al estilo de Jesús,’ fue algo que reconoció Juan. Quien hubiera hecho aquello no estaba muerto, sino vivo. Sin duda, tenía que ser Jesús. Este fue el primer encuentro de Juan con el Cristo resucitado.
   ¿Compartió Juan esta convicción con Pedro? No sabemos. Todo lo que se nos dice es que los discípulos todavía no entendían las Escrituras que decían que él tenía que resucitar de entre los muertos. Pero esta situación cambiaría bien pronto.
María Magdalena, Pedro, Juan y los demás discípulos se encuentran cara a cara con Cristo en los versículos que siguen en el relato de Juan para este día.
   Los relatos de estos discípulos, testigos presenciales, son fundamentales para la fe de los cristianos. Sabían que Jesús había muerto en la cruz, sabían con exactitud dónde estaba enterrado, y cada uno de ellos se encontró con Cristo resucitado.
   Estos encuentros con Jesús resucitado confirmaron su fe en la verdad de las Escrituras: porque sabían que lo que se había dicho y profetizado era la palabra verdadera de Dios.
MEDITATIO:
Imagina los pensamientos y las emociones que debió de sentir María Magdalena cuando descubrió la tumba vacía.
Considera todo lo que significa que Jesús resucitara de entre los muertos. ¿Por qué es esencial para la fe cristiana?
¿Cómo le explicarías a un amigo el significado de los acontecimientos de Pascua?
ORATIO:
   A lo largo de la semana que hoy comienza, ora con versos del Salmo 118. Verso 24: ‘Este es el día en que el Señor ha actuado: ¡estemos hoy contentos y felices! Verso 22: ‘La piedra que los constructores despreciaron se ha convertido en la piedra principal’. Verso 1: ‘Dad gracias al Señor, porque él es bueno, porque su amor es eterno’. Espera que el Señor te diga algo más a ti y aprovecha la oportunidad para darle gracias con tus propias palabras.
CONTEMPLATIO:
   La primera lectura de este día, Hechos de los Apóstoles 10.34, 37-43, continúa con el tema de ser testigos. Con toda audacia, Pedro proclama ahora que Dios resucitó a Jesús de entre los muertos. Predica el Evangelio para que al pueblo se le perdonen los pecados mediante la fe en Jesús. En Colosenses 3.1-4 leemos cómo en Cristo hemos experimentado nuestra propia ‘resurrección’ a una nueva vida espiritual. Por lo tanto, debemos vivir a la luz de los valores eternos y no movidos por los efímeros afanes temporales.

1 comentario:

  1. El paso, la pascua, de una muerte a la vida, es lo que celebramos los cristianos. No termina el domingo de resurrección, sino que precisamente empieza, o mejor dicho, nunca terminó. De modo que, no suframos operaciones retorno, no regresemos de lo que en estos días hemos visto y oído, sino que permanezcamos ahí como testigos gozosos de la vida, en medio de un mundo cotidiano que sufre en demasiadas muertes.
    El Evangelio del domingo de pascua trae un curioso protagonista: el sepulcro, que hasta 7 veces se reseña, y los personajes se mueven en torno a él: van, vienen, vuelven, miran, se detienen, pasan… Aquel sepulcro no era un tumba cualquiera. Para unos, como los sumos sacerdotes y los letrados, el sepulcro era el final de la pesadilla que para ellos tal vez fue Jesús. Para otros, como Pilato, tal vez el final de un susto que le puso contra las cuerdas haciendo peligrar su poltrona política. Para otros, finalmente, como los discípulos, el sepulcro era su pena, su escándalo, su frustración. Recordando tantas palabras de su Maestro, aún mirarían aquel lugar con una débil esperanza.
    Pero llegó Magdalena, y al verlo así, abierto y sin Jesús, pensó lo más natural: que alguien había robado el cadáver. Y comunicado a los Apóstoles, corrieron para ver. El discípulo a quien Jesús quería, vio y creyó. Y comenzaron a entender la Escritura, a reconocer como verdad lo que ya les había sido otras veces anunciado: que Jesús resucitaría. No hay espacio ya para el temor, porque cualquier dolor y vacío, cualquier luto y tristeza, aunque haya que enjugarlos con lágrimas, no podrán arañar nuestra esperanza, nuestra luz y nuestra vida… Porque Cristo ha resucitado, y en Él, como en el primero de todos los que después hemos seguido, se ha cumplido la promesa del Padre Dios, un sueño de bondad y belleza, de amor y felicidad, de alegría y bienaventuranza. El sueño que Él nos ofrece como alternativa a todas nuestras pesadillas.


    + Fr. Jesús Sanz Montes, ofm
    Arzobispo de Oviedo

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