TIEMPO LITÚRGICO

TIEMPO LITÚRGICO

sábado, 10 de agosto de 2024

CONVOCATORIA MENSUAL

 

LA ASUNCIÓN DE MARÍA, VERDAD DE FE 


En la línea de la bula Munificentissimus Deus, de mi venerado predecesor Pío XII, el concilio Vaticano II afirma que la Virgen Inmaculada «terminada el curso de su vida en la tierra fue llevada en cuerpo y alma a la gloria del cielo» (Lumen gentium, 59).

 Los padres conciliares quisieron reafirmar que María, a diferencia de los demás cristianos que mueren en gracia de Dios, fue elevada a la gloria del Paraíso también con su cuerpo. Se trata de una creencia milenaria, expresada también en una larga tradición iconográfica, que representa a María cuando «entra» con su cuerpo en el cielo.

  El dogma de la Asunción afirma que el cuerpo de María fue glorificado después de su muerte. En efecto, mientras para los demás hombres la resurrección de los cuerpos tendrá lugar al fin del mundo, para María la glorificación de su cuerpo se anticipó por singular privilegio.

El 1 de noviembre de 1950, al definir el dogma de la Asunción, Pío XII no quiso usar el término «resurrección» y tomar posición con respecto a la cuestión de la muerte de la Virgen como verdad de fe. La bula Munificentissimus Deus se limita a afirmar la elevación del cuerpo de María a la gloria celeste, declarando esa verdad «dogma divinamente revelado». ¿Cómo no notar aquí que la Asunción de la Virgen forma parte, desde siempre, de la fe del pueblo cristiano, el cual, afirmando el ingreso de María en la gloria celeste, ha querido proclamar la glorificación de su cuerpo?

  El primer testimonio de la fe en la Asunción de la Virgen aparece en los relatos apócrifos, titulados «Transitus Mariae», cuyo núcleo originario se remonta a los siglos II-III. Se trata de representaciones populares, a veces noveladas, pero que en este caso reflejan una intuición de fe del pueblo de Dios. A continuación se fue desarrollando una larga reflexión con respecto al destino de María en el más allá. Esto, poco a poco, llevó a los creyentes a la fe en la elevación gloriosa de la Madre de Jesús en alma y cuerpo, y a la institución en Oriente de las fiestas litúrgicas de la Dormición y de la Asunción de María.

  La fe en el destino glorioso del alma y del cuerpo de la Madre del Señor, después de su muerte, desde Oriente se difundió a Occidente con gran rapidez y a partir del siglo XIV, se generalizó. En nuestro siglo, en vísperas de la definición del dogma, constituía una verdad casi universalmente aceptada y profesada por la comunidad cristiana en todo el mundo.

Así, en mayo de 1946, con la encíclica Deiparae Virginis Mariae, Pío XII promovió una amplia consulta, interpelando a los obispos y, a través de ellos a los sacerdotes y al pueblo de Dios, sobre la posibilidad y la oportunidad de definir la asunción corporal de María como dogma de fe. El recuento fue ampliamente positivo: sólo seis respuestas, entre 1.181, manifestaban alguna reserva sobre el carácter revelado de esa verdad. Citando este dato, la bula Munificentissimus Deus afirma: «El consentimiento universal del Magisterio ordinario de la Iglesia proporciona un argumento cierto y sólido para probar que la asunción corporal de la santísima Virgen María al cielo (...) es una verdad revelada por Dios y por tanto, debe ser creída firme y fielmente por todos los hijos de la Iglesia» (AAS 42 [1950], 757).

  La definición del dogma, de acuerdo con la fe universal del pueblo de Dios, excluye definitivamente toda duda y exige la adhesión expresa de todos los cristianos.

  Después de haber subrayado la fe actual de la Iglesia en la Asunción, la bula recuerda la base escriturística de esa verdad. El Nuevo Testamento, aun sin afirmar explícitamente la Asunción de María, ofrece su fundamento, porque pone muy bien de relieve la unión perfecta de la santísima Virgen con el destino de Jesús. Esta unión, que se manifiesta ya desde la prodigiosa concepción del Salvador, en la participación de la Madre en la misión de su Hijo y, sobre todo en su asociación al sacrificio redentor no puede por menos de exigir una continuación después de la muerte. María, perfectamente unida a la vida y a la obra salvífica de Jesús, compartió su destino celeste en alma y cuerpo.

La citada bula Munificentissimus Deus, refiriéndose a la participación de la mujer del Protoevangelio en la lucha contra la serpiente y reconociendo en María a la nueva Eva, presenta la Asunción como consecuencia de la unión de María a la obra redentora de Cristo. Al respecto afirma: «Por eso, de la misma manera que la gloriosa resurrección de Cristo fue parte esencial y último trofeo de esta victoria, así la lucha de la bienaventurada Virgen, común con su Hijo, había de concluir con la glorificación de su cuerpo virginal» (AAS 42 [1950], 768).

  La Asunción es, por consiguiente, el punto de llegada de la lucha que comprometió el amor generoso de María en la redención de la humanidad y es fruto de su participación única en la victoria de la cruz.

Catequesis de San Juan Pablo II, Pp.


sábado, 3 de agosto de 2024

 La Santa Misa explicada por San Pío de Pietrelcina

   Él [el P. Pío] me había explicado poco después de mi ordenación sacerdotal que celebrando la Eucaristía había que poner en paralelo la cronología de la Misa y la de la Pasión. Se trataba de comprender y de darse cuenta, en primer lugar, de que el sacerdote en el Altar es Jesucristo. Desde ese momento Jesús en su Sacerdote, revive indefinidamente la Pasión.

   * Desde la señal de la cruz inicial hasta el ofertorio es necesario reunirse con Jesús en Getsemaní, hay que seguir a Jesús en su agonía, sufriendo ante esta “marea negra” de pecado. Hay que unirse a él en el dolor de ver que la Palabra del Padre, que él había venido a traernos, no sería recibida o sería recibida muy mal por los hombres. Y desde esta óptica había que escuchar las lecturas de la misa como estando dirigidas personalmente a nosotros.

    * El Ofertorio, es el arresto. La Hora ha llegado…

    * El Prefacio, es el canto de alabanza y de agradecimiento que Jesús dirige al Padre que le ha permitido llegar por fin a esta “Hora”.  

  * Desde el comienzo de la Plegaria Eucarística hasta la Consagración nos encontramos ¡rápidamente! con Jesús en la prisión, en su atroz flagelación, su coronación de espinas y su camino de la cruz por las callejuelas de Jerusalén teniendo presento en el “momento” a todos los que están allí y a todos aquellos por los que pedimos especialmente.

   * La Consagración nos da el Cuerpo entregado ahora, la Sangre derramada ahora. Es místicamente, la crucifixión del Señor. Y por eso el San Pío de Pietrelcina sufría atrozmente en este momento de la Misa. Nos reunimos enseguida con Jesús en la Cruz y ofrecemos desde este instante, al Padre, el Sacrificio Redentor. Es el sentido de la oración litúrgica que sigue inmediatamente a la Consagración. El “Por él, con él y en él” corresponde al grito de Jesús: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Desde ese momento el Sacrificio es consumado y aceptado por el Padre. Los hombres en adelante ya no están separados de Dios y se vuelven a encontrar unidos. Es la razón por la que, en este momento, se recita la oración de todos los hijos: “Padre Nuestro…..”

    * La fracción del Pan marca la muerte de Jesús

  * La intinción, el instante en el que el Padre, habiendo quebrado la Hostia (símbolo de la muerte…) deja caer una partícula del Cuerpo de Cristo en el Cáliz de la preciosa Sangre, marca el momento de la Resurrección, pues el Cuerpo y la Sangre se reúnen de nuevo y es a Cristo vivo a quien vamos a recibir en la comunión.

   * La bendición del Sacerdote marca a los fieles con la cruz, como signo distintivo y a la vez como escudo protector contra las astucias del Maligno.

     Se comprenderá que después de haber oído de la boca del P. Pío tal explicación, sabiendo bien que él vivía dolorosamente esto, me haya pedido seguirle por este camino…lo que hago cada día…¡y con cuánta alegría!.

TESTIMONIO DEL P. DE ROBERT, HIJO ESPIRITUAL DEL PADRE PÍO

PARA EL DIÁLOGO Y LA MEDITACIÓN


AGOSTO :  ADORAR CON CARIDAD

Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar

LA ADORACIÓN NOCTURNA MOMENTO PARA CULTIVAR LA INTIMIDAD CON DIOS


POR EL AMOR DE DIOS


      ¡Oh Madre de Dios! Nos postramos a los pies de vuestra grandeza, para implorar con humildad un destello de vuestra luz de gloria que ilumine con sus resplandores nuestra comunión, encendiendo nuestro corazón en el amor divino para recibir con fruto, real y sustancialmente, al mismo Dios y hombre verdadero que, bajo las especies sacramentales, se acerca a nosotros por su amorosa condescendencia, no obstante nuestra miseria e indignidad. (L.S. Tomo XV (1874) Pág. 288)

     Bella esta oración con la que Luis de Trelles pide a la madre de Dios que encienda nuestro amor en amor divino, es decir, en caridad, para poder acercarnos de una manera más fructuosa a la Eucaristía, a la comunión y a la adoración. La caridad, he ahí el secreto de toda nuestra relación con Dios, lo que marca la calidad de nuestro encuentro con él. Caridad es calidad. Cualquier obra, si está hecha con amor de Dios, cobra un valor enorme, se hace merecedora de gracia. ¡Cuánto más si esa obra es tan digna como la adoración eucarística!

     Adorar con caridad, con intenso y fervoroso amor de Dios en el pecho debería ser nuestro objetivo cada vez que acudimos ante el sagrario. No sin motivo la Eucaristía se llama Sacramentum caritatis. Porque es signo del amor de Jesús, pero también porque el modo de acercarnos a él es amando.

     La Santísima Eucaristía es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre. En este admirable Sacramento se manifiesta el amor «más grande», aquel que impulsa a «dar la vida por los propios amigos» (cf. Jn 15,13). En efecto, Jesús «los amó hasta el extremo» (Jn 13,1). Con esta expresión, el evangelista presenta el gesto de infinita humildad de Jesús: antes de morir por nosotros en la cruz, ciñéndose una toalla, lava los pies a sus discípulos. Del mismo modo, en el Sacramento eucarístico Jesús sigue amándonos «hasta el extremo», hasta el don de su cuerpo y de su sangre. ¡Qué emoción debió embargar el corazón de los Apóstoles ante los gestos y palabras del Señor durante aquella Cena! ¡Qué admiración ha de suscitar también en nuestro corazón el Misterio eucarístico! (Sacramentum caritatis, 1)

     Entregándonos su presencia sacramental, Jesús nos confirma que su amistad va en serio. A la hora de marcharse, encuentra la manera de, a pesar de todo, quedarse. Porque nada quiere más el amigo sino la presencia del otro amigo. Para Jesús sus delicias es estar con los hijos de los hombres, para nosotros ¿nuestra delicia es estar con el Hijo de Dios?

    Hoy deberíamos tratar de imitar a Juan en la última Cena. Es decir, ponernos en su lugar para con él, amar y adorar a Jesús Eucaristía. Que sintamos fuertemente la pena de ver cómo ante el amor de Cristo entregado hay sin embargo quienes piensan en traicionarlo. (Jn 13, 22-26) En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará.» Los discípulos se miraban unos a otros, sin saber de quién hablaba. Uno de sus discípulos, el que Jesús amaba, estaba a la mesa al lado de Jesús.

    El que Jesús amaba, ese eres tú. Haz como Juan, procura situarte bien en esta noche. Ahí, al lado de Jesús, ante su altar. Piensa cuantas veces tú mismo le has entregado a Jesús. Simón Pedro le hace una seña y le dice: «Pregúntale de quién está hablando.». El, recostándose sobre el pecho de Jesús, le dice: «Señor, ¿quién es?» Le responde Jesús: «Es aquel a quien dé el bocado que voy a mojar.»

   Y haz lo que Juan, recuéstate en el corazón de Jesús, recuerda su grandeza y recuerda tu pequeñez, y piensa como el amor ha deshecho la distancia. Ten caridad con Cristo, él la tiene contigo. A Jesús le duele especialmente que es uno de los suyos quien le traiciona. “Si mi enemigo me injuriase lo aguantaría, si mi adversario fuera contra mí, me burlaría de él, pero eres tú mi amigo y confidente, a quien me unía una dulce intimidad” el que moja en mi mismo plato… Pero aquello no apaga el amor de Jesús, lo hace crecer: (Jn 15,9-17) Como el Padre me amó, yo también os he amado a vosotros; permaneced en mi amor. Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor, como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. Os he dicho esto, para que mi gozo esté en vosotros, y vuestro gozo sea colmado.

    Permanecer ahí, en el amor de Jesús, en su corazón, junto a su Sacramento. Ahí estamos ante el torrente que baja del Cielo, desde el Seno de la Trinidad hasta nosotros, pasando por el corazón humano del Verbo encarnado. Permanecer en su amor y adorar en su amor, acabará por llenarnos de gozo. El gozo colmado es la felicidad. Este es el mandamiento mío: que os améis los unos a los otros como yo os he amado. Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. No os llamo ya siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a vosotros os he llamado amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer

    Jesús nos llama amigos, lo somos realmente, y nos pide que extendamos su amor. La Eucaristía nos debe llevar a amar a los hermanos, con caridad. Caritas es amor divino no simplemente ayuda económica a gente que no conocemos. Se trata de hacerse amigos, en Cristo. Una adoración verdadera sin duda nos debería comprometer más en la labor caritativa de la Iglesia.

   Los santos nos dan ejemplo de ello. Quizá la Madre Teresa es quien mejor lo recuerda para nuestro mundo de hoy. -"Nuestra vida tiene que desarrollarse en tomo a la Sagrada Eucaristía. ... fijen los ojos en Aquél que es la luz; acérquense de corazón a Su Divino Corazón; pídanle que les conceda gracia para conocerlo, amor para amarlo, valentía para servirlo. Búsquenlo con todas sus fuerzas."-

  -"Por intermedio de María, la causa de nuestra alegría, ustedes descubrirán que nadie en la tierra les recibirá con mayor alegría, nadie en la tierra los amará más que Jesús, que vive y que está verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento... Él está ciertamente allí, en Persona, esperándolos.” - “No podemos separar nuestra vida de la Eucaristía, porque si llegamos a hacerlo, en ese mismo momento algo se rompe. La gente pregunta, “¿De dónde sacan las hermanas la alegría y las fuerzas para hacer lo que hacen?” La Eucaristía no implica sólo el hecho de recibir, sino también el hecho de saciar el hambre de Cristo. Él nos dice, “Vengan a mí, porque Él tiene hambre de almas."

 Preguntas para el diálogo y la meditación.

¿Adoro a Cristo con amor?

¿Qué muestras de amor hay en el ritual de nuestras vigilias?

¿Cómo llevo la caridad que recibo ante la Eucaristía a los demás?