ADORACIÓN NOCTURNA ESPAÑOLA , TURNO 3º - MARÍA AUXILIADORA Y SAN JOSÉ - CÁDIZ, EXTRAMUROS
TIEMPO LITÚRGICO
lunes, 6 de enero de 2025
AQUELLOS SABIOS PEREGRINOS
La liturgia de la epifanía nos
permite universalizar esa salvación que nos trae el Niño Dios, y que en los
días pasados hemos visto centrar en torno a María, José y el pequeño puñado de
pastores a los que primeramente se les anunció la natividad de Cristo. Pero
estaban de camino esos personajes de los que nos habla el evangelio de este
día: hemos venido a
adorar al Niño desde el oriente (Mt 2,1-12).
Fue una estrella la
que les sacó de su mundo y se convirtió para ellos en estela que les cambió su
mirada: de científicos buscadores en humildes peregrinos. Y por eso serán ellos
los que, tras los pastores, se acercarán al portal de Belén. En aquella posada
improvisada por la penuria que Dios convirtió con su presencia en palacio de
bondad, aparecieron nuestros famosos Reyes Magos para ofrecer sus dones a aquel Niño que era por antonomasia el
Don. La mirra, el incienso y el oro eran tres formas de reconocer al
Señor humanado que se presentaba como hombre sin dejar de ser Dios.
Había otros que
también estaban pendientes de la profecía del Mesías. Y no precisamente para
adorarle […] Nuestros sabios peregrinos no pusieron
precio a la divina provocación que en forma de estrella les convocaba:
sencillamente se dejaron llevar, y en el sentido más propio se con-movieron. Dios no les
defraudó a pesar de que lo inefable de la escena
estaba fuera de todo previsible guión. Por eso ellos, se llenaron de alegría, como nos dice el evangelio de hoy […]
De un comentario al evangelio de
viernes, 27 de diciembre de 2024
martes, 24 de diciembre de 2024
martes, 17 de diciembre de 2024
ANTÍFONAS DE ADVIENTO O ANTÍFONAS MAYORES
Las antífonas de Adviento o de la O (así llamadas
porque todas empiezan en latín con la exclamación «O», en castellano «Oh».) son siete, y la Iglesia las canta antes y
después del Magníficat con el Oficio de Vísperas desde el día 17 hasta el día
23 de diciembre. Son un llamamiento al Mesías
recordando las ansias con que era esperado por todos los pueblos antes de su
venida, y, también son, una manifestación del sentimiento con que todos los
años, de nuevo, le espera la Iglesia en los días que preceden a la gran
solemnidad del Nacimiento del Salvador.
Fueron compuestas hacia los siglos
VII-VIII, y se puede decir que son un magnífico
compendio de la cristología más antigua de la Iglesia, y a la vez, un resumen expresivo de los deseos de salvación de
toda la humanidad, tanto del Israel del Antiguo Testamento como de la Iglesia
del Nuevo. Cada antífona empieza por una exclamación, «Oh», seguida de un
título mesiánico tomado del Antiguo Testamento, pero entendido con la plenitud
del Nuevo. Es una aclamación a Jesús el Mesías, reconociendo todo lo que
representa para nosotros. Y termina siempre con una súplica: «ven» y no tardes
más.
Son breves oraciones dirigidas a Cristo Jesús, que condensan el
espíritu del Adviento y la Navidad. La admiración
de la Iglesia ante el misterio de un Dios hecho hombre: «Oh». La comprensión
cada vez más profunda de su misterio. Y la súplica urgente: «ven».
Leídas en sentido inverso las iniciales latinas
de la primera palabra después de la «O», dan el acróstico «erocras», que significa «seré mañana, vendré mañana», que es como la
respuesta del Mesías a la súplica de sus fieles.
1.-¡Oh, Sabiduría!, que brotaste de los
labios del Altísimo, abarcando del uno al otro confín, y ordenándolo todo con
firmeza y suavidad: ven y muéstranos el camino de la salvación.
Isaías había profetizado:
·
«Reposará sobre él el espíritu de Yahveh:
espíritu de sabiduría e inteligencia, espíritu de consejo y fortaleza, espíritu
de ciencia y temor de Yahveh. Y le inspirará en el temor de Yahveh.» Is. 11:2-3
· «[...] trazar un plan maravilloso, llevar a un gran acierto.» Is. 28-29
2.-¡Oh Poderoso
Señor!, jefe de la casa de Israel, que te apareciste a Moisés en la zarza
encendida, y le diste tu Ley sobre el monte Sinaí! ¡Ven a rescatarnos con el poder
de tu brazo.
Isaías había profetizado:
·
«Juzgará con justicia a los débiles, y
sentenciará con rectitud a los pobres de la tierra. Herirá al hombre cruel con
la vara de su boca, con el soplo de sus labios matará al malvado. Justicia será
el ceñidor de su cintura, verdad el cinturón de sus flancos.» Is. 11:4-5
· «Porque Yahveh es nuestro juez, Yahveh nuestro legislador, Yahveh nuestro rey: él nos salvará. Is. 33:22
3.-¡Oh Renuevo del tronco de Jesé!, que te alzas
como un signo para los pueblos; ante quien los reyes enmudecen, y cuyo auxilio
imploran las naciones: ven a librarnos, no tardes más.
Isaías había profetizado:
·
«Saldrá un vástago del tronco de Jesé, y un
retoño de sus raíces brotará.» Is. 11:1
·
«Aquel día la raíz de Jesé que estará
enhiesta para estandarte de pueblos, las gentes la buscarán, y su morada será
gloriosa.» Is. 11:10
Jesé era el padre del rey David, y Miqueas había profetizado que el Mesías provendría de la casa y del linaje de David y que nacería en la ciudad de David, Belén. Miq. 5:1
4.-¡Oh Llave de David! y Cetro de la casa
de Israel; que abres y nadie puede cerrar; cierras y nadie puede abrir: ven y
libra a los cautivos que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Isaías había profetizado:
·
«Pondré la llave de la casa de David sobre
su hombro; abrirá, y nadie cerrará, cerrará, y nadie abrirá.» Is. 22:22
· «Grande es su señorío y la paz no tendrá fin sobre el trono de David y sobre su reino, para restaurarlo y consolidarlo por la equidad y la justicia, desde ahora y hasta siempre, el celo de Yahveh Sebaot hará eso.» Is. 9:6
5.-¡Oh Sol! que naces de lo alto,
Resplandor de la luz eterna, Sol de justicia, ven ahora a iluminar a los
que viven en tinieblas y en sombra de muerte.
Isaías había profetizado:
· «El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande. Los que vivían en tierra de sombras, una luz brilló sobre ellos.» Is. 9:1-2
6.-¡Oh Rey de las naciones! y Deseado de
los pueblos, Piedra angular de la Iglesia, que haces de dos pueblos uno solo: ven
y salva al hombre, que formaste del barro de la tierra.
Isaías había profetizado:
·
«Porque una criatura nos ha nacido, un hijo
se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y se llamará su nombre
"Maravilla de Consejero", "Dios Fuerte", "Siempre
Padre", "Príncipe de Paz".» Is. 9:5
· «Juzgará entre las gentes, será árbitro de pueblos numerosos. Forjarán de sus espadas azadones, y de sus lanzas podaderas. No levantará espada nación contra nación, ni se ejercitarán más en la guerra.» Is. 2:4
7.-¡Oh Dios!, rey y legislador nuestro, esperanza
de las naciones y salvador de los pueblos: ven a salvarnos, Señor Dios nuestro.
Isaías había profetizado:
· «Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel.» Is. 7:14
Unamos a la oración un recogimiento mayor, una
vigilancia más continua; descendamos con más frecuencia al fondo de nuestra
alma, a fin de purificarla y embellecerla
pensando que debe ser la cuna del Niño divino. Sin embargo, la grande preparación
es renunciar al pecado, al pecado
mortal especialmente, pues ¿qué puede haber de común entre el Hijo de María y
un corazón manchado de iniquidades?
Escuchemos a San Carlos exhortando a su pueblo a santificar el Adviento, y apropiémonos de las palabras del gran Arzobispo: “Durante el Adviento debemos prepararnos para recibir al Hijo de Dios que abandona el seno de su Padre para hacerse hombre, y platicar nosotros; es preciso destinar un poco del tiempo que consagramos a nuestras ocupaciones a meditar en silencio sobre las preguntas siguientes: ¿Quién es el que viene? ¿De dónde viene? ¿Cómo viene? ¿Cuáles son los hombres para los que viene? ¿Cuáles son los motivos y cuál debe ser el fruto de su venida? Cifremos en él nuestras aspiraciones todas a imitación de los justos y Profetas del Antiguo Testamento que por tanto tiempo le esperaron, y para abrirle el camino de nuestro corazón purifiquémonos por medio de la confesión, el ayuno y de la comunión.
domingo, 15 de diciembre de 2024
DICIEMBRE : ADORAR CON ESPERANZA
Alabado sea el Santísimo Sacramento del
Altar
ADOREMUS IN AETERNUM…
No hay una jaculatoria más
usada entre la gente devota. Pero tal vez no hay una
oración menos reflexivamente pronunciada. ¿Qué es? ¿Qué
significa? ¿Qué debe pensar o sentir el
cristiano al pronunciarla? ¿Qué frutos de espiritual aprovechamiento pueden
sacarse de esta idea tan sencilla como profunda? He aquí lo que se nos ocurrió
estudiar, y decir a nuestros queridos lectores. La jaculatoria que nos preocupa
es una alabanza a Dios, Nuestro Señor, en el Augusto Sacramento. Significa
un acto de fe, de esperanza y de caridad al huésped carísimo del sagrario. El
católico que pronuncia dichas palabras atestigua su presencia
real, y he ahí el ejercicio de la fe. Espera
en Él como principio y fin de nuestra peregrinación sobre la
tierra. Y anuncia también un pensamiento de amor,
deseando que sea bendito y alabado el Verbo divino encarnado y sacramentado. (La
Lámpara del Santuario, 5 (1874) 405-410) Espero Dios mío que
por los méritos de Jesucristo Nuestro Señor me perdonarás todos mis pecados, y
me darás la gloria, si vivo como un buen cristiano. Amén. En
las jaculatorias se encierra a veces verdaderos tesoros de piedad.
Saborearlas y meditarlas hace que cuando las repetimos nuestra mente saque
mayor provecho de sus palabras. Adorar al Santísimo
Sacramento, siempre, aunque sea por una breve
jaculatoria conlleva un acto de fe, un acto de amor y un acto de esperanza. Hoy nos fijaremos en la esperanza.
Nadie puede vivir sin esperanza, y la
vida cristiana, sin esperanza, acaba marchitándose irremediablemente. ¿Qué
hemos de esperar? ¡El Cielo! Nada menos, nuestra salvación eterna, y
la de los nuestros, y el triunfo de la Iglesia Católica en el mundo, y la
conversión de los pecadores, y la perseverancia final, y los “cielos nuevos y
la tierra nueva”. ¿Cabe todo esto en mi esperanza? ¿No? ¡Pues necesito más
esperanza!
Sería iluso pretender que
todo eso lo vamos a alcanzar por nuestros proyectos o estrategias.
Esperanza significa poner nuestra confianza en la promesa de Cristo y en la
ayuda de su Espíritu. Qué esperar y de quién confiar obtenerlo son dos
cosas que se aprenden ante el Santísimo Sacramento. La Eucaristía es como un
adelanto de todo el tesoro que un día nos será concedido, la
prenda de la gloria futura, el trailer de la nueva
creación. Y, a la vez, es el punto firme de apoyo donde
hemos de anclar nuestra confianza. “De esta gran esperanza, la de los
cielos nuevos y la tierra nueva en los que habitará la justicia (cf 2
P 3,13), no tenemos prenda más segura, signo más
manifiesto que la Eucaristía”. En efecto, cada vez que se celebra este
misterio, "se realiza la obra de nuestra redención" (LG 3) y "partimos
un mismo pan [...] que es remedio de inmortalidad, antídoto para no morir, sino
para vivir en Jesucristo para siempre" (San
Ignacio de Antioquía, Epistula ad Ephesios, 20, 2).”
(CEC
1405)… Se han puesto distintas imágenes para representar la
esperanza. Muchas veces se habla de ella como de un ancla. Si nuestra alma es
una navecilla en el mar tempestuoso de la vida, la esperanza es el ancla que
nos proporciona seguridad y firmeza. También se habla en la Escritura de un
yelmo. Dentro del combate cristiano, protegemos la cabeza, lo más importante
con la esperanza.
Una de las cosas más
hermosas de la esperanza es que no sólo impulsa
para conseguir lo deseado sino que además atrae ya lo
que busca y de alguna manera sólo con esperarlo se
pre-gusta. Esperar es ya ir gozándolo. Esto
es palpable en cada Vigilia de adoración. En ellas esperamos,
el alba, la gracia de Dios, la gloria del Cielo… pero haciéndolo de alguna
manera empezamos ya a vislumbrar las maravillas que gozaremos. Pregustamos lo
que habrá. Es por eso que la esperanza se expresa y se
alimenta en la oración. Esperar adorando la Eucaristía es lo que harían las
vírgenes sensatas: (Mt 25, 1-13) “Entonces
el Reino de los Cielos será semejante a diez vírgenes, que, con su lámpara en
la mano, salieron al encuentro del novio. Cinco de ellas eran necias, y cinco
prudentes. Las necias, en efecto, al tomar sus lámparas, no se proveyeron de
aceite; las prudentes, en cambio, junto con sus lámparas tomaron aceite en las
alcuzas”.
Todas ellas esperaban, pero
algunas, más inteligentes supieron armar su espera con una ayuda luminosa. Todo
cristiano espera la vuelta del esposo, pero ojalá que sepamos esperar con la
luz de la piedad eucarística. Como
el novio tardara, se adormilaron todas y se durmieron. Mas a
media noche se oyó un grito: "¡Ya está aquí el
novio! ¡Salid a su encuentro!" Entonces todas aquellas
vírgenes se levantaron y arreglaron sus lámparas. Y las necias dijeron a las
prudentes: "Dadnos de vuestro aceite, que nuestras lámparas se
apagan."… Muchas veces el novio tarda, nuestra espera
se adormila, pero pidamos que nunca nos veamos sin el aceite para nuestra
lámpara. Salgamos al encuentro de Jesús, desde ya mismo, en cada
noche, en cada vigilia de adoración. Pero las prudentes replicaron:
"No, no sea que no alcance para nosotras y para vosotras; es mejor que
vayáis donde los vendedores y os lo compréis." Mientras iban a comprarlo,
llegó el novio, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de
boda, y se cerró la puerta.
La piedad eucarística no se
puede intercambiar, es un bien que hay que cultivar día a día, mes
a mes, es algo muy personal, como un regalo de bodas para cuando el esposo
aparezca por fin. Celebrar la boda es alcanzar lo que se
esperaba. Un día toda la humanidad, cual Jerusalén celeste será
vestida de novia y alcanzará el anhelo más profundo de la creación: su
renovación en Cristo… «Pues la ansiosa espera de la
creación desea vivamente la revelación de los hijos de Dios en la esperanza de
ser liberada de la servidumbre de la corrupción. Pues sabemos que la creación
entera gime hasta el presente y sufre dolores de parto. Y no sólo ella; también
nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, nosotros mismos gemimos en
nuestro interior anhelando el rescate de nuestro cuerpo» (Rm 8,
19-23).
Hay un santo que con
especial finura supo resumir todo lo que significa la esperanza,
todo lo que nos permite esta virtud cuando la ponemos en juego ante la
Eucaristía. Acaba San
Claudio su
famoso Acto de Confianza diciendo: «Para
mí es seguro que nunca será demasiado lo que espere de Ti, y que nunca tendré
menos de lo que hubiere esperado. Por tanto, espero que me sostendrás firme en
los riesgos más inminentes y me defenderás en medio de los ataques más
furiosos, y harás que mi flaqueza triunfe de los más espantosos enemigos.
Espero que Tú me amarás a mí siempre y que te amaré a Ti sin intermisión, y
para llegar de un solo vuelo con la esperanza hasta dónde puede llegarse, espero
a Ti mismo, de Ti mismo, oh Creador mío, para el tiempo y para la eternidad»
A Ti, de Ti. Eso es la esperanza.
Preguntas para el diálogo y la meditación.
■ ¿cómo es mi capacidad de espera?
■ ¿hay alguna cosa en que ya haya tirado la
toalla?
■ ¿conoces a alguien que haya desesperado en
algún sentido?