ES BUENO QUE RECÉIS POR LOS DIFUNTOS
Visitad los cementerios.
Como es costumbre en
nuestra tradición cristiana, vais a visitar los cementerios. Junto a esa
invocación a Todos los Santos para que intercedan por nosotros, tenéis un
recuerdo especial por aquellos que conocisteis y con los que vivisteis momentos
especialmente importantes en vuestra vida. También queréis para ellos esa
plenitud de vida de estar junto a Dios. Es bueno que no
entréis en la cultura del “olvido”, que es
la de hombres y mujeres sin patria y sin suelo, sino en la de las
raíces que nacen del “recuerdo” de aquellos que os
precedieron y que
pusieron suelo y fundamento a sus vidas en Jesucristo.
Convencidos de que en la vida y en la muerte somos de Dios.
Cuando vais a los cementerios, estoy seguro que no lo hacéis por una costumbre más de las muchas que tenemos en nuestra vida. En nuestro pueblo, lo que es patrimonio de todo ser humano, como es vivir desde la convicción de que “somos de Dios en todas las circunstancias y acontecimientos de nuestra existencia”, está muy presente. Es muy difícil encontrar a alguien que, desde planteamientos quizá diferentes, no tenga en lo más profundo de su corazón estas convicciones existenciales. De tal manera, que pocas personas faltan a esa cita anual ante la tumba de sus seres queridos. Y ello, no es resultado de costumbres ancestrales, sino de convencimientos profundos nacidos de ese manantial que está en lo más hondo del corazón del hombre que nos dice que “somos de Dios y para Dios”. ¡Qué toque especial habrá dado Dios a esta tierra, para sentir tan profundamente esta realidad! Es algo que nace de una profundidad muy distinta a lo que algunos quieren explicar, pues nace de Dios mismo. Nace de creer en eso que nos dice el Prefacio de la Misa de Difuntos: “la vida de los que en ti creemos, Señor, no termina, se transforma; y, al deshacerse nuestra morada terrenal, adquirimos una mansión eterna en el cielo”.
Haced la visita al cementerio con una preparación.
¿Qué preparación os
propongo? Id al cementerio así:
1º) Recordando.- la perspectiva que San
Juan Pablo II en la carta apostólica “Tertio millennio adveniente” nos pedía: “Toda
la vida cristiana es como una gran peregrinación hacia la casa del Padre, del cual se descubre
cada día su amor incondicional por toda criatura humana, y en particular por el
hijo pródigo (cf. Lc 15, 11-32). Esta peregrinación afecta
a lo íntimo de la persona, prolongándose después a la comunidad creyente para
alcanzar a la humanidad entera” (n. 49). A los que visitamos en
nuestros cementerios ya hicieron esa peregrinación. Nosotros
la estamos realizando en estos momentos.
2º) Celebrando el sacramento de la penitencia.- Es decir, con una vida
que asume una versión nueva a través de la celebración del sacramento de la
penitencia. Si es que no podéis hacerlo en estos días, hacedlo en esta semana
próxima. El homenaje a nuestros seres queridos pasa por hacerlo
vestidos con las galas mejores y ellas son la gracia
de Dios y la acogida del amor incondicional de Dios para nosotros. ¡Qué
belleza tiene una oración delante de los nuestros, ofrecida y realizada
habiendo puesto la gracia del Señor en nuestra vida, es decir, ofrecida
desde una comunión plena con Jesucristo! Y allí rezando por los
vuestros decidle al Señor: “por ellos Señor y para ellos quiero alcanzar la
belleza de la vida que Tú has puesto en mí”.
3º) Tomando conciencia de que estamos juntos.- los
seres por quienes rezamos y nosotros, miembros de la Iglesia. De ese Pueblo fundado
por Jesucristo. Y esto no es cualquier cosa. El Señor nos hizo miembros de la
Iglesia, para que seamos sus testigos en este mundo, para que demos a conocer
su obra de salvación, para que sus obras se prolonguen a través de nosotros. En
el recuerdo de los nuestros, pensad en lo que nos dieron: su vida, su amor, su
fe, su fidelidad, su entrega, su generosidad. Lo mejor que somos y tenemos, ellos tuvieron parte en
esta obra que somos cada uno de
nosotros.
4º) Orad
sincera y profundamente por los difuntos.- No paséis por las
tumbas de los vuestros sin más. Ellos se merecen un recuerdo desde el valor
supremo, que es desde Dios mismo. Aquellos de nuestros
difuntos que se encuentran en la condición de purificación están unidos tanto a
los bienaventurados, que ya gozan plenamente de la vida eterna, como a
nosotros, que caminamos en este mundo hacia la casa del Padre (cf.
Catecismo de la Iglesia católica, n. 1032). Así como en la vida terrena los creyentes estamos
unidos entre sí en el único Cuerpo místico, así también después de la muerte
los que viven en estado de purificación experimentan la misma solidaridad
eclesial que actúa en la oración, en los sufragios y en la caridad de los demás
hermanos en la fe. La purificación se
realiza en el vínculo esencial que se crea entre quienes viven la vida del
tiempo presente y quienes ya gozan de la bienaventuranza eterna.
De una
carta Pastoral del Cardenal +D. Carlos Osoro.
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